El escritor francés y experto en arte Frank Maubert ha recreado aquella relación con la joven Caroline en La última modelo, uno de esos libros que se consumen en un trago pero que pese a su brevedad son capaces de capturar la vida de un artista a la memorable manera en que también lo hizo hace una década Jean Echenoz con otro gigante del siglo XX, Ravel (Anagrama).
Obras ambas de fascinante escritura que necesitan pocas páginas porque saben elegir ese ramillete de momentos vitales a partir de los cuales atrapar el alma, casi siempre atormentada, de un artista. La de Giacometti es la de un pintor y escultor ofuscado hasta la perturbación con alcanzar la verdad en la representación artística que hacía de sus modelos. Convencido de que era más fácil alcanzar su objetivo ajustando el foco, cada vez dibujó y esculpió más centrado en el rostro, en la mirada. La cara y los ojos de Caroline fueron una de sus últimas obsesiones.
Maubert también cae un día rendido a la mirada de Caroline al observarla en una de las pinturas del artista. Treinta años después de que se pintara aquel óleo, el narrador acude a Niza para conocer a la amante de Giacometti y escuchar su historia de amor. La anciana Caroline, de voz grave, sin recursos y afectada por la diabetes, empieza a recordar aquellos años, finales de los cincuenta, en los que ella era una de esas chicas casi adolescentes que pululan por los bares de Montparnasse animando a los hombres a beber primero y a subir después a la habitación de algún hotel cercano. Y se produce el encuentro: ella, una guapa moderna dispuesta a beberse la vida cada noche y él, fumador empedernido que sale a la calle sin quitarse los restos de yeso en la chaqueta y a punto de recibir el mordisco del cáncer. Se produce una poderosa atracción frente a la cual la diferencia de edad no supone ningún obstáculo.
Estaban además destinados a encontrarse en la noche parisina, sabida la pasión que siempre manifestó Giacometti por las prostitutas desde bien jovencito, a tenor de lo que él mismo dejó escrito: “Todas mis caminatas nocturnas por París en 1923-1924 en busca de una prostituta; obsesionado por las prostitutas, no había otras mujeres para mí, sólo me atraían ellas, me fascinaban las prostitutas, quería verlas a todas, conocerlas a todas y todas las noches emprendía mis paseos solitarios”. Pero Caroline no es una más y no solo porque sea el reverso exacto de su esposa. Sabe volverle loco: juega con él, le oculta qué hace con otros hombres, desaparece durante un tiempo… Supo convertirse en “su diosa, en su desmesura”.
Por eso estaba cantado que acabaría entrando en su taller y posando para él. Y con ella cruzamos la puerta los lectores: Maubert describe maravillosamente el lugar sagrado del artista y el modo en que pelea con el barro o castiga al pincel sobre la tela. La modelo asiste, con una mezcla de miedo y asombro, al cambio de carácter del genio, que se vuelve autoritario y refunfuñón. Crea y rompe. Hace y rehace.
Aquel primer intento de servirse el uno al otro se salda en fracaso pero la chispa ha prendido. En la siguiente ocasión Caroline se desnudará de cintura para arriba. Ha surgido una complicidad que les ata de por vida. Inician una aventura, con días de vino y rosas, con encuentros y separaciones, y así hasta la despedida final: él saciará sus caros caprichos, ella llegará a las manos con la esposa resignada, él rechazará a Marlene Dietrich, ella se casará con otro, juntos pasearán por los museos, viajarán a Londres y alternarán con otro gran obseso, con otro grande del arte moderno, Francis Bacon. El artista y la modelo como pocas veces nos lo han contado.
[2]La última modelo [3]
Frank Maubert
Traducción de Juan Díaz de Atauri
Editorial Acantilado
Extracto del libro [4]
112 páginas
12 euros