Un tiburón en formol vendido por 12 millones de euros; una calavera de diamantes cuya puja fue artificialmente inflada por el propio artista… Racionero considera que una de las bases fundamentales de la «enorme maniobra de propaganda» que, en su opinión, es el arte contemporáneo consiste en «hacer creer a quienes no lo entienden o no se emocionan con él que son una panda de ignorantes». «Se les culpabiliza y así se callan», afirma. «Muchos comparten esta opinión, pero pocos se atreven a expresarla». La polémica está servida.
¿Qué debemos entender hoy por arte?
El arte es el lenguaje de las emociones. Lo que distingue el arte de un artefacto o un trasto es su capacidad de provocar emoción. El arte es la utilización de medios sensuales para provocar emociones. Porque si provocas conocimiento no estamos hablando de arte, sino de ciencia. Antes se buscaban emociones relacionadas con la belleza, más tarde, fundamentalmente los románticos, incorporaron otro tipo de emociones como las derivadas del terror, las de sorpresa o las de espanto, pero siempre hablamos del lenguaje de las emociones. El arte es emoción.
En consecuencia, ¿cuál sería conceptualmente el valor supremo del arte para el ser humano?
Ponerle molde a la sensibilidad. Moldeando la sensibilidad se va mejorando al ser humano. La sensibilidad es un estado de ánimo. Si vas descubriendo estados de ánimo más refinados, más complejos, vas evolucionando y vas superándote. O, dicho de otro modo, vas mejorando como ser. En esa mejora juega una función de gran importancia todo lo relacionado con el arte.
«El arte tiene que provocar una catarsis»
¿Sobre qué bases fundamentales deberían analizarse, contemplarse y evaluarse el arte?
Como decía, considero fundamental que el arte sea un provocador de emociones. Si, además de ese elemento, el arte va acompañado de alguna forma de vitalidad, mejor. También es importante que te cambie la visión del mundo para hacer posible una catarsis, como ya decía Aristóteles. Lo que no puede es dejarte indiferente o desconcertado, que es lo que ocurre con mucho del arte actual pues deja a la gente desconcertada. Ese no debe ser el objetivo del arte. No es desconcertar, sino cambiar los estados de ánimo.
Insiste usted en la capacidad del arte para sobrecoger…
¡Claro! Al sobrecogernos nos causa una emoción que, en cierto modo, no podemos controlar pues es más fuerte que nosotros. Eso, en mi opinión, lo logra o lo provoca el arte. Por el contrario, para mí no es arte aquello que me deja indiferente. El artista y sus obras puede abordar casi cualquier ámbito, pero siempre que consiga aportar un cambio en el estado de ánimo de la gente, de quien las contempla. Que contribuya a mejorar la sensibilidad humana y su evolución. Insisto en que no considero arte aquello que atonta y confunde.
¿Puede afirmarse que la creatividad está modulada o manipulada por el mercado?
No por el mercado, sino por el dinero. El dinero lo manejaban los mecenas. Ellos daban el dinero a los artistas para que pudieran vivir y realizar su función. En principio, el propósito no era para ellos ganar dinero sino que surgiesen, que se creasen obras de excelencia y, en ocasiones, para que esas obras le diesen esplendor. Posteriormente, esa función también la llevó a cabo la iglesia. Pero no se trataba de hacer negocio con el arte, que es una cosa que surge en el siglo XIX. Los marchantes tenían mucho de chamarileros.
«Hay quien comete la imbecilidad de comprar cualquier cosa como si fuera arte»
¿Pero puede hoy sobrevivir el arte de espaldas al mercado?
No puede sobrevivir de espaldas al dinero. Como para todo es preciso el dinero para subsistir. Ahora bien, de eso a convertir el arte en una especie de renta variable o de acciones como en la bolsa hay un abismo. Todo eso es excesivo. No se puede vivir fuera de la materialidad y del dinero, pero otra cosa es que sea una cuestión fundamentalmente ligada a los negocios. No debería haber entrado en eso el arte. Si seguimos ese patrón hay quien está interesado en colocarnos cualquier cosa como arte. Hay especialistas en hacer montajes publicitarios y comerciales para hacer subir el valor de cosas que no tienen nada que ver con la creación y con el talento creativo. Y hay quien comete la imbecilidad de comprar cualquier cosa como si fuera arte. Ese mundo, el del arte, está lleno de farsantes.
¿El arte puede ser un refugio?
Por supuesto y así lo considera el ser humano. Nos refugiamos en un cuadro, en un libro, visitando un museo, ante una ópera… Pero tenemos derecho a exigir que lo que se nos da tenga la calidad suficiente para conmovernos. Ese es el mensaje que no me cansaré de repetir.
¿En quién se refugia artísticamente Luis Racionero?
Hay muchos ejemplos, pero iré a lo fácil y evidente citando a Leonardo da Vinci, a Vermeer, a Sorolla, por ejemplo, que me apasiona. O escuchando a Bill Evans tocando el piano, o a los grandes clásicos. También leyendo a Proust, a Virginia Woolf o a Shakespeare.
¿Por qué debemos leer Los tiburones del arte?
Porque defiendo la necesidad de exigir criterios para evaluar las obras de arte aparte del precio. Ahora resulta que se considera la mejor obra aquella que vale más, que cuesta más dinero y eso es una aberración. Esta es una situación insostenible, por lo que hay que buscar otros criterios que no sean el precio. Tenemos que ver cómo los encontramos. Acaso la lectura de Los tiburones del arte pueda ayudarnos a ver aquello que es evidente: que la especulación financiera y el arte son dos mundos que deberían estar y permanecer separados.
Luis Racionero
Luis Racionero estudió ingeniería y ciencias económicas en la Universidad de Barcelona y obtuvo una beca Fullbright para doctorarse en urbanismo en la de Berkeley.
Ejerció como profesor de microeconomía y de urbanismo en la Facultad de Ciencias Económicas; en la Escuela de Arquitectura y en la Facultad de Económicas de Barcelona. En 1978 se estableció en el Ampurdán (Gerona) para dedicarse exclusivamente a la literatura.
Como escritor ha cultivado la narrativa y la ficción. Ha obtenido, entre otros, los premios Azorín y Fernando Lara de novela; y el Anagrama de Ensayo. Entre sus obras narrativas destaca Cercamón, La forja del exilio, Raymon o la alquimia de la locura, La cárcel de amor y La sonrisa de la Gioconda .
Es autor también de numerosos libros de ensayo, como Leonardo da Vinci, Del paro al ocio, El progreso decadente y Guía práctica para insatisfechos y ha realizado algunos cortometrajes como La fiesta de los locos: una interpretación de H. Bosch y Leonardo y el andrógino.
Habitual colaborador de prensa ha escrito en El País o Ajoblanco, y en la actualidad lo hace en La Vanguardia y Mundo Deportivo. Durante cuatro años dirigió el Colegio de España en París. En 2001 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de España.
Los tiburones del arte
Luis Racionero
Stella Maris
128 páginas
19 euros