En su intervención, que tuvo lugar en el Museo Thyssen-Bornemisza, Moneo insistió en que sobre la historia y la realidad de los edificios gravita el tiempo, «se mueven con él de manera inevitable por lo que estamos obligados a aceptar que sus vidas implican continuo cambio». Al tiempo, añadió, la vida de los edificios está soportada por su arquitectura, por la permanencia de sus rasgos más característicos y, aunque parezca una paradoja, es tal permanencia la que permite apreciar los cambios.
Además de las tres construcciones en torno a las que gira el volumen, Rafael Moneo se refirió a otras como el Kursaal de San Sebastián y el Ayuntamiento de Murcia, a las que también otorgó el carácter de «vivas». Así como en otras «solo» ha ayudado a que los edificios vivan o prolonguen su vida, como Atocha o el Prado, «me parece que el Kursaal o el Ayuntamiento de Murcia son obras de arquitectura que viven en sí mismas y están tan integradas en sus ciudades que no reclaman ya ni la autoría», sostuvo el ganador de los premios Priztker, Príncipe de Asturias de las Artes y por dos veces, años 1961 y 2015, el Nacional de Arquitectura.
«De la vida de los edificios se ocupan hoy poco quienes escriben de arquitectura y, sin embargo, las obras de arquitectura se ven afectadas por el paso del tiempo de manera característica, singular y específica. Una obra de arquitectura envejece de modo bien distinto al que envejece un cuadro. El tiempo no es tan sólo pátina para la obra de arquitectura y, con frecuencia, los edificios sufren ampliaciones, incorporan reformas o alteran espacios y elementos, y su imagen se transforma, cuando no se pierde la que en su origen tuvieron».
Desde las entrañas
Un libro que recoge tres artículos escritos en tres momentos muy diversos de su vida como crítico sobre tres edificios «que aún tienen sus puertas abiertas», como es el caso de la mezquita de Córdoba, la lonja de Sevilla y el carmen de Rodríguez-Acosta en Granada. Un intento, como confesó, de «ver la arquitectura desde dentro, desde sus entrañas”.
«En una vida tan larga en la que la enseñanza de la arquitectura ha estado muy presente, quería mostrar el modo en el que veo, siento y pienso la arquitectura y quería hacerlo para un público amplio. Un libro que sirva, o casi, como compañía para turistas curiosos», ironizó el arquitecto, que concluyó apuntando que le queda la sensación de «haber contribuido a que una determinada ciudad en un determinado momento incorpore y haga suyas esas construcciones lo que me lleva a pensar que esos edificios viven por su cuenta más que por la mía».
El primer texto, el referido a la mezquita cordobesa lo escribió en 1977 como parte de su primera conferencia en Harvard: «Me pareció el más alto modo para un arquitecto y sigo pensando que es un edificio excepcional que probablemente elegiría en un listado sobre los mejores del mundo. Es difícil encontrar una obra de la que haya tantas cosas de las que hablar».
La pasión aflora cuando habla del segundo texto, El arquitecto Juan de Herrera y el Discurso de la figura cúbica: la lonja de Sevilla, que muestra «hasta dónde la arquitectura puede ser hija de la visión que un arquitecto tiene del mundo. En este caso, Juan de Herrera nos permite explorar hasta qué punto un modo de pensar está en el origen de una obra de arquitectura». La lonja, añade Moneo, «es lo opuesto a la mezquita. Hoy trasladamos a la ciencia la explicación del universo, pero en tiempos de Juan de Herrera el conocimiento llegaba hasta explorar los arcanos, poco más. Hoy nos cuesta pensar que uno puede condensar en una imagen geométrica la estructura del mundo alrededor» y Juan de Herrera lo hizo.
Respecto al carmen de Rodríguez-Acosta en Granada, el tercer texto que integra el libro, Moneo lo añadió «porque quería comprobar cómo, en el primer cuarto del siglo XX, un arquitecto amateur aún podía dejar la impronta de su personalidad en una obra de arquitectura, de tal modo que ésta expresara su modo de ver y entender el mundo, así como su historia». Si la Mezquita y la lonja son polos opuestos, concluyó, el carmen de José María Rodríguez Acosta es «un diletante, es el más próximo a nosotros. Y también el menos heroico».