Tras El tríptico de los encantados (una pantomima bosquiana), de Max (2016), el Prado ha editado su segundo cómic, contando esta vez con dos autores contemporáneos, Antonio Altarriba y Keko, que han desarrollado una trama de misterio que tiene a las Furias de Ribera como base argumental.
Partiendo de las imágenes de Ticio e Ixión, que se exponen en la Rotonda Alta de Goya de la pinacoteca, se propone una intriga apasionante que transcurre entre la luz y la oscuridad, la redención y el dolor, la gracia y la penitencia, y el perdón y la furia.
En 1632, José de Ribera, el Españoleto, recibió el encargo de pintar las Furias, un conjunto de cuatro cuadros que representan con mayor vehemencia su estética del dolor, ya que encarnan a los grandes supliciados de la mitología clásica. Se han conservado, sufriendo terrible castigo, Ticio e Ixión, pero Sísifo y Tántalo han desaparecido. Nadie sabe cuándo, cómo ni por qué.
Osvaldo González Sanmartín es el protagonista de la publicación. Este profesor en la Universidad de Salamanca se ha empeñado en descubrir el misterio, incluso, en reparar la pérdida. Esta búsqueda le llevará a explorar los secretos de la obra de Ribera hasta caer en la obsesión. Nada, ni siquiera el asesinato, se interpondrá en un recorrido martirológico en el que acaba identificándose con todos esos santos sometidos a la crueldad riberiana.
Violencia y horror
En España se conoció como Furias a cuatro moradores del Hades grecolatino, al que habían sido condenados por haber desafiado a los dioses: Ticio, cuyo hígado devoraba un buitre por intentar violar a una amante de Zeus; Tántalo, castigado a procurarse en vano alimento por servir a su hijo de festín a los dioses; Sísifo, condenado a portar una enorme piedra por haber delatado las infidelidades de Zeus; e Ixión, castigado a dar vueltas sin fin en una rueda por querer seducir a Hera.
Además del significado político inicial, desde finales del siglo XVI se consideró un asunto idóneo para ilustrar la dificultad máxima en el arte, al tratarse de enormes figuras desnudas en complicados escorzos y representar el dolor extremo, de ahí que fueran elegidas por grandes artistas como Ribera para visualizar la estética del horror que recorría entonces Europa.
Ribera convirtió las Furias en el epítome del horror en la pintura e hizo de Nápoles la ciudad donde disfrutaron de mayor predicamento. Aunque Ribera sólo pintó Furias hasta 1635, contribuyeron decisivamente a fijar la imagen de un pintor que se regodeaba en la violencia y el horror, trasladando a su persona la temática de los lienzos.