- ¿Quién fue Nuestro Señor?
- Jesucristo.
- ¿Dónde nació?
- En un establo de Belén.
- ¿Y por qué nació en un establo?
- Porque un mierdas como tú no quiso darle habitación, por eso.
Este chiste, que solía contar la irreverente cómica estadounidense Belle Barth a mediados del siglo pasado, va bien servido de corrosión y mala hostia. Cumpliría sin problema con uno de los rasgos fundamentales que definen el humor judío: la mordacidad. Pero no podemos decir que el humor judío es igual a la mordacidad porque también es igual a los juegos de palabras y es igual a la ironía y es igual al ingenio intelectualoide y es igual a lo más o menos paródico, más o menos grosero, más o menos escatológico, más o menos vulgar. Y si estos fueron sus puntos cardinales, en el mapa resultante podría convivir el noventa por ciento del humor mundial, el humor británico y el de Mariano Ozores, el humor sarcástico y las tiras dibujadas de Quino, creador de Mafalda… y así podrían ponerse muchos otros casos.
Por eso, para ser judío, el humor judío necesita además que hable de judíos y de judaísmo, que esté hecho por judíos, que satirice las normas sociales y comunitarias judías, que se levante –y eso nos lleva de nuevo al chiste de arriba– como respuesta a la persecución y el antisemitismo. Otro ejemplo, éste como estrategia de resistencia frente al horror del periodo nazi:
Un adivino judío le dice a Hitler que morirá en una fiesta judía.
- ¿Cómo puede estar tan seguro? –le pregunta el Führer.
- Estoy segurísimo –responde el adivino–, porque el día que muera usted será una fiesta judía.
Estos chistes y unos cuantos más están recogidos en el libro El humor judío. Una historia seria, del profesor Jeremy Dauber (Belleville, Nueva Jersey, 1973), que ha invertido dos décadas de su vida en esta investigación enfocada a contarnos en qué consiste eso del humor judío y cómo dialoga con la historia judía.
Cualquiera sabe que los ensayos que hablan sobre poesía ni deben rezumar lirismo ni estar escritos en verso. Aun así conviene advertir que los libros sobre el humor ni deben ni suelen ser divertidos. Pero como quiera que hay tantos y tantos genios judíos o de origen judío que nos hacen reír, la propensión es inevitable: quién no se acerca a un trabajo como el que nos ocupa deseando saber si allí puede saber más sobre los mecanismos ocultos que hacen posible la gracia incontestable, cada uno en su estilo, de Woody Allen, Mel Brooks o Larry David, o de los más jóvenes Adam Sandler o Ben Stiller; quién no se emociona con la promesa de encontrar páginas y páginas dedicadas a películas predilectas como Ser o no ser o Annie Hall; o con la posibilidad de recordar grandes novelas de Philip Roth, Saul Bellow o Isaac Bashevis Singer. Son cineastas, actores, escritores y obras que tienen su espacio y son debidamente ponderados porque en cierto modo ellos y otros como ellos han contribuido a que hoy el humor judío sea prácticamente sinónimo del humor estándar estadounidense y, en consecuencia, bastante universal.
Bendito humor judío si ha servido para resistir y dar consuelo, cultivar el ingenio, celebrar la vulgaridad y reírse en general de todo. Hace diez años preguntaron en una encuesta qué significa ser judío en Estados Unidos y un 42% respondió “tener sentido del humor”. Si hacemos caso a Mel Brooks el asunto tiene su explicación: “El humor”, decía el director de El jovencito Frankenstein, “surge del sentimiento de no encajar ni como judío ni como persona en la sociedad estadounidense, de la conciencia de que aunque seas mejor y más inteligente siempre estarás excluido”. Unas palabras que recuerdan aquellas del compositor Gustav Mahler –“un judío es como un nadador con un brazo corto; tiene que nadar con el doble de fuerza para alcanzar la orilla”– que ilustraban la tesis de otro ensayo de este año, Genio y ansiedad, de Norman Lebrecht.
Dauber escribe para todos los públicos pero no deja de ser un estudioso y su trabajo es, sin duda, un prodigio de erudición y rigor. Evita el relato puramente cronológico y los nombres más populares irrumpen casi desde el principio pero nunca se desvía de su verdadero objetivo: explicar que el humor ha sido desde el principio de los tiempos un elemento fundamental del judaísmo y repasar el peso que aspectos como el exilio, la diáspora, el acosamiento, la shoah o la identidad han tenido en su tradición cómica.
El humor judío. Jeremy Dauber. Traductor: José Manuel Álvarez-Flórez. Editorial Acantilado. 448 páginas. 28 euros