Sin tanta ambición literaria pero con grandes dosis de autenticidad puedes acercarte a Esa maldita pared y meterte en la piel de Flako [1], otro chaval, éste de Vallecas, que demostró conocer mejor que nadie las cloacas de Madrid y ser un maestro del butrón, para desgracia de unas cuantas sucursales bancarias de la capital.
Nada de célebre ni especial tiene pasar por un cáncer y sin embargo pocas veces leerás la vivencia de esta enfermedad narrada en primera persona con la lucidez con que lo hace Raquel Taranilla en Mi cuerpo también [2].
Más salud, o falta de ella, hay en las memorias quirúrgicas del doctor Henry Marsh [3]: cada paciente que entra en el quirófano de este neurocirujano tiene una historia que está prodigiosamente narrada al tiempo que nos va recordando su propia trayectoria. Fracasos, éxitos y momentos de tensión bisturí en mano que ya quisiera una película de la saga Misión imposible.
La vida a la sombra del progenitor más o menos complicado es todo un subgénero que hace cima en El buen hijo de Pascal Bruckner [4].
Las autobiografías musicales siempre dan juego a poco que el artista haya salido de gira. Las memorias de Elvis Costello (Música infiel y tinta invisible) [5] fueron justamente celebradas y las de Philip Glass (Palabras sin música) [6] tampoco decepcionan, y son cualquier cosa menos minimalistas.
Ahora bien, si hay que llevarse a casa solo un ejemplar de este tipo que sea entonces el relato alucinante que firmó hace cuatro décadas Nick Tosches sobre los años más convulsos de Jerry Lee Lewis en Fuego eterno [7].
Sin abandonar la música pero con bastante más gracia merece la pena adentrarse en El mundo de la tarántula de Pablo Carbonell [8]: hay páginas divertidas y otras realmente conmovedoras.
Dicho esto, para echarse risas, nada como esa antología de extractos de memorias, chistes gráficos y cuentos absurdos que es El libro de Gila. Humor del bueno que tanta falta nos hace [9].