El 17 de julio de 1918, las cuatro fueron obligadas a bajar al sótano de la Casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, donde había permanecido las últimas semanas bajo el arresto domiciliario impuesto por el Partido Bolchevique. La mayor, Olga, tenía veintidós años; la más joven, Anastasia, diecisiete. Las acompañaban sus padres y su hermano Alexey, de trece años. Todos fueron brutalmente ejecutados. Allí se cerraba trágicamente la soberanía de Nicolás II, el último Zar de la dinastía Romanov. Allí concluía la vida de las cuatro princesas cuyo único delito fue el de ser sus hijas.
¿Quién escribe la historia?
Por entonces el imperio ruso ocupaba la sexta parte de la superficie mundial y San Petersburgo era una de las seis mayores ciudades de Europa. Pero, como la historia ha contado en múltiples obras, el descontento del pueblo se había disparado en los años precedentes e iba en aumento empujado por el empobrecimiento de la población paralelo al enriquecimiento de las clases sociales más favorecidas.
A menudo la historia se cuenta en función de quien la escribe, y quienes la escriben suelen ser los vencedores. Por eso lo ocurrido en la Unión Soviética hablaría del zar Nicolás II como un monarca despótico, padre de cuatro hijas remilgadas y un hijo, su sucesor, enfermizo y esquivo. Casado por interés con una inglesa fría, venida de Alemania, que nunca acabó de acoplarse a su papel de zarina, el zar de todas las Rusias gobernó con mano de hierro desatendiendo con desprecio a su pueblo hasta que acabó por sucumbir ante el triunfo de la revolución proletaria.
Lo desconocido
Lo que no se había contado, y mucho menos con la minuciosidad de la que hace gala Helen Rappaport, es la historia real de las cuatro hermanas. Quiénes eran más allá de la imagen edulcorada de niñas bonitas con inmaculados vestidos blancos, grandes pamelas y lazos de raso.
Manejando una amplia documentación que incluye su correspondencia y sus diarios, además de artículos de prensa y libros de distintas épocas, y consultando otras fuentes primarias hasta ahora no examinadas, se reconstruye la personalidad de cada una de ellas, al tiempo que se establece el retrato de aquella familia, muy marcada por los miedos del Zar a perder el imperio, la hipocondría de su esposa Alejandra Feodorovna, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, y la hemofilia del heredero, el zarevich Alexey.
Fruto de la investigación que da lugar a este atractivo documento biográfico que se lee como una novela, conocemos y hasta su último día cuáles eran las esperanzas personales de aquellas muchachas, sus sueños y aspiraciones, cuál era el peso real de Rasputín sobre la soberana familia, cuánto de verdad había en los rumores que las rodeaban, cómo se relacionaban entre sí y con sus padres y cómo era, intramuros, su existencia como parte de la familia más poderosa de la tierra.
Documentada minuciosidad
Rappaport, con la minuciosidad característica de sus obras, ahonda en los aspectos más privados y menos conocidos de las Romanov. Cómo fue su vida en la residencia de Tsarskoye Selo, sus estancias en la Palacio Blanco en Crimea o sus inolvidables viajes por el Báltico a bordo del Stardart, el yate imperial en el que Nicolás II y su familia se sentían a salvo de posibles atentados.
La historiadora también echa por tierra, aportando documentación definitiva, a quienes conjeturan que, en realidad, las cuatro sobrevivieron a la matanza de la noche del 17 de julio de 1918 y posteriormente vivieron bajo identidades falsas.
Las Romanov fueron cuatro niñas y después cuatro jóvenes nada afectadas y ansiosas de descubrir el mundo «normal» al que les resultaba muy difícil acceder. Personas a las que se les negó lo convulso del mundo en el que vivían, pero que se ganaron el respeto de quienes con ellas trataron.
Esa burbuja de cristal se hizo pedazos con el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando animadas por su madre, ejercieron como enfermeras de la Cruz Roja y sorprendieron a todos por su entrega y capacidad, desempeñando duras funciones en los hospitales de campaña.
Con la Revolución Rusa, los acontecimientos se precipitarían hacia su largo cautiverio, primero en el propio palacio imperial, después en Siberia y, finalmente, en Ekaterimburgo, en donde la familia entera fue ejecutada.
Asomarse a aquellas vidas y hacerlo a través de una obra tan «en carne viva» es hacerlo a la Rusia prerrevolucionaria. Es decir, a una parte fundamental de la historia del mundo en las primeras décadas del siglo XX.
Helen Rappaport
Traducción: Sandra Chaparro
Taurus
568 páginas
25,90 euros
E-book: 11,99 euros
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