A raíz de su muerte el pasado 3 de junio a los 74 años de edad, Penguin Random House reeditó este año en bolsillo Rey del mundo, la extraordinaria biografía de David Remnick centrada en los años del nacimiento del héroe –o antihéroe- americano, entre la obtención del título mundial de los pesos pesados en el 64 y su negativa dos años después a ser reclutado por el ejército de Estados Unidos para luchar en Vietnam (“No voy a pelearme con el Vietcong ese”). Entremedias el fracaso de su primer matrimonio, su pertenencia a la Nación del Islam, su relación con Malcolm X o su cambio de nombre (“Cassius Marcellus Clay se llamaba un hombre blanco que era dueño de mi bisabuelo y por eso le pusieron ese nombre”).
En aquel tiempo, un año en la vida de Ali equivalía a muchas décadas en la vida de cualquiera. Él mismo decía: “He vivido la vida de cien hombres”. Algunos de sus mejores combates han dado para grandes piezas de periodismo literario o cine documental. Ahí están para demostrarlo En la cima del mundo, de Norman Mailer, publicado por 451 Editores en 2009, o el estreno de Cuando éramos reyes (1996). El primero giraba en torno a la derrota de Ali ante Joe Frazier mientras que el segundo llevó a la pantalla grande su inolvidable pelea en Kinshasa, Zaire, frente al reverendo George Foreman.
El crepúsculo del mito
El de Davis es un libro muy especial y realmente conmovedor. Para empezar, está escrito entre 1978 y 2016. Es todo un proyecto vital: el autor es un adolescente que trabaja en un videoclub, obsesionado con su ídolo y con poder conocerlo personalmente. El texto picotea, desde la rendida admiración, en los hitos personales y profesionales de la leyenda, pero, sobre todo, pone el foco en el último Ali, el que “vivió con enorme dignidad los afligidos años de su madurez y senectud”, cuando ya no era “el hombre más atractivo del mundo”. Otra virtud de este ensayo biográfico es lo que tiene de literatura confesional, de historia de iniciación del autor.
Siempre que tiene ocasión Davis Miller recuerda al lector la grandeza del mito: que su amigo Ali, el mismo que ahora se tropieza por toda la casa en mitad de la noche, no muchos años antes se movía con “la elegancia hipnótica de un leopardo que dobla una esquina”. Evoca al joven bailarín que casi levitaba por el cuadrilátero y lanzaba y esquivaba golpes a una velocidad inédita hasta la fecha; o rememora al fanfarrón que atacaba los nervios de sus rivales antes y durante el combate hasta desmoralizarlos con probada eficacia. Pero también retrata al anciano prematuro y cansado al que le cuelgan unas gotitas de baba del labio inferior, que revisa sus combates en vídeo y que pasa el día engullendo helados de vainilla y firmando dedicatorias en viejas fotos de los años de gloria. No rehúye los aspectos más contradictorios del personaje: en unos pasajes lo describe como el “sabio más peculiar del mundo” y en otros como “el ser más ingenuo, incluso retrasado, narcisista y aun virginal”. A veces como un tipo generoso y otras como alguien intolerante.
“Soy joven, soy apuesto, soy rápido, soy guapo y es imposible ganarme”, decía sin parar Muhammad Ali. “Es el mayor ego de toda Norteamérica”, dejó escrito Mailer. Miller es, por tanto, testigo del crepúsculo del que fue el hombre más seguro de su talento innato que uno pueda imaginar. “A medida que su salud se deteriora, se vuelve más espiritual. La mayor parte del tiempo ya no sufre por la ambición y la violencia de un joven dios; una parte de su ego, por suerte, se ha disipado”. El párkinson no tiene compasión: le va convirtiendo en una máscara pero con la suficiente lentitud como para que Davis compruebe que Ali no ha perdido su carisma ni su humor contagioso. La enfermedad le ha hecho más humano. “Le hace parecer un poco menos el hijo predilecto de Alá; le ha convertido en el abuelo favorito de todo el mundo”.
Figura compleja
Qué lejos queda el Ali maduro que defiende el amor como la única religión verdadera de aquel cabronazo listo y burlón que humilla a Joe Frazier llamándole “tío Tom” o “gorila ignorante demasiado feo para ser un campeón”; cuánta distancia entre el Ali cincuentón que quiere hacer feliz a la gente a cualquier precio y desea trasmitir afecto a cuantos se acercan a conocerle de aquel otro Ali joven que declaraba en 1965 a la revista Playboy que la mujer musulmana de color que se acuesta con un blanco merece morir.
El libro de Miller captura al hombre en ese proceso de deterioro que a todos nos llega más pronto o más tarde. Sin embargo, su lectura no le roba un gramo de solidez al mito. Ali simboliza demasiadas cosas para demasiadas personas. O como escribió Remnick en su libro, “fue un símbolo de fe, un símbolo de convicción y desafío, un símbolo de hermosura y talento y valor, un símbolo de orgullo racial, de agudeza y amor”. Pero no nos engañemos: era, por encima de todo, un mago en lo suyo, el mejor ejemplo del arte, la inteligencia o el talento aplicado a la lucha por nefastas e intolerables que fueran sus consecuencias.
Davis Miller
Traducción: Miguel Ros González
Errata Naturae
286 páginas
19,90 euros