A Flako, aquel chaval que se conocía como nadie las cloacas de Madrid, lo que realmente le agradaba es que hablaran de él como un verdadero profesional en lo suyo. “Mi talento era atracar bancos desde las alcantarillas. En contra de lo que piensa la mayoría de la gente, bajo la ciudad no (solo) hay mierda. En las cloacas están las puertas secretas hacia el oro”. Así comienza Esa maldita pared, un libro cuyo origen es el documental Apuntes para una película de atracos de Elías León Siminiani, estrenada el año pasado.
El cineasta empezó a cartearse con el bandido preso con la abierta intención de contar algún día su historia cuando llegaran los primeros permisos. Mientras tanto le animaba a escribir sus recuerdos y le llevaba a la cárcel de Estremera libros que podían iluminarle en esa tarea, obras de autores que habían empezado a llenar folios en la soledad de una celda, como La educación de un ladrón, de Edward Bunker.
A la escritura como vía de redención se agarró Flako y no la soltó hasta que hubo vomitado toda su peripecia, abriéndose en canal como solo se hace cuando se ha tocado fondo. Hoy el ex butronero, con 33 años, oculta su identidad y su rostro en las entrevistas de prensa con la misma máscara que le hicieron para el documental. La idea es no perjudicar a su hijo de cinco años.
Ciudad oculta
Aunque en la película bajamos al Madrid subterráneo y nos ahogamos un poco cuando los pasillos se estrechan, es en el libro donde mejor descubrimos la ciudad oculta y sus secretos más sorprendentes. “Por ejemplo, las alcantarillas no huelen tan mal. Sí, hay aguas fecales, restos de comida, preservativos, rebuños de toallitas, telas de araña que anidan en el techo de las galerías, aguas estancadas con monóxido de carbono y otros gases tóxicos que te pueden llegar a matar si no tienes cuidado; hay cucarachas que cubren paredes enteras, montones de ratas –mis preferidas, las ratas, sí, las ratas dan vida porque si hay ratas hay oxígeno y si hay oxígeno hay vida–, pero no siempre es así en todos sus tramos. Créeme, la mayor parte del tiempo, las alcantarillas huelen a humedad y a suavizante de lavadoras”. Por si algún día nos animamos, nos informa que no hay cloaca más aseada –“puedes comer en el suelo”– que la que ocupa el tramo de Ríos Rosas a Santa Engracia.
Si Flako fue un maestro del butrón no fue solo porque sus maestros fueran su propio padre y el socio de éste, sino por el tesón obsesivo con que el adolescente estudió (“tienes que conocer el barrio donde vas a trabajar como si fuera la cocina de tu casa”) para demostrar que merecía entrar en la banda por sus cualidades. Otro detonante fue la fascinación que ejerció saber de aquel francés que ha pasado a la historia por ser el autor del robo más espectacular de la historia. Albert Spaggiari, cuyo lema vital era “sin armas, sin odio, sin violencia”, invirtió nada menos que tres meses en el butrón que le permitió desvalijar la cámara acorazada del Banco Société Génerale de Niza.
El dolor
El libro no es, para nada, complementario a la película. Es cosa bien distinta aunque se centre en los mismos atracos. Es una biografía con más espacio no solo para la preparación y ejecución de los golpes, también para la vida en prisión (“en la cárcel no se aprende nada nuevo, solo se hacen nuevos contactos para seguir delinquiendo cuando salgas a la calle”) y la relación con la banda clandestina. Pero es, sobre todo, una texto atravesado por el dolor –mucho menos patente en la cinta– con que vive su autor el alejamiento forzoso de su hijo Danilo en sus primeros meses de vida. Nada le desespera más que comprobar espantado, por muy consciente que era de los riesgos que asumía, la repetición del drama que él mismo vivió de crío cuando su padre fue encarcelado.
Esa figura paterna que cuando sale de prisión y entra en su vida, en plena adolescencia, se convierte en el peor modelo posible. “A través del teléfono a veces escuchaba a mi padre amenazando a algún empleado: ‘Quieto ahí, que te pego un tiro. No defiendas lo que no es tuyo; sube pa arriba y pon los retardos, si pulsas la silenciosa te quito la vida”. Y el cariño al padre que no le protegió de las malas influencias, que le metió en el negocio y lo malcrió pagándole todos los caprichos sigue vigente y es además compatible con el deseo de Flako de criar a su hijo exactamente al contrario de como lo hizo su progenitor.
El libro no es, desde luego, tan original como el documental pero ambos contienen momentos de verdad emocionantes. El trabajo de León Siminiani es un relato en primera persona que recuerda por momentos al mejor Nanni Moretti, al de Abril (1998), con un planteamiento de lo más inspirado. Empieza como una suerte de diario en primera persona y a mitad de metraje el narrador pasa a ser Flako. Funciona además la idea de dar protagonismo al making of de la película dentro de la propia película. Son también aciertos indudables la música y la elección de las canciones y la inserción de secuencias de policiacos españoles de los años cincuenta y sesenta. En cualquier caso, tanto sus espectadores como los lectores del libro mirarán a partir de ahora de otra manera las tapas del alcantarillado preguntándose si ésa que tienen bajos sus pies es una “tapa santa”, aquella que conduce a los pozos que dan a los sótanos de los bancos.