Fue el niño que jugaba a vestirse de indio delante de su abuela, el chico de la primera fila del gallinero, el adolescente que aprendió el oficio de mecánico para aprender el de actor, el joven vendedor del Círculo de Lectores. Todo ello antes de coger el tren del cine para irse a Alemania. Luego, con esa voz tan singular para decir el español, se nos fue haciendo tan familiar como único, por muy variados que fueran sus personajes en el cine, en el teatro y en la televisión: un hombre, progresista para su tiempo, que había dejado una asignatura pendiente; otro hombre, en este caso de La Mancha, que era al mismo tiempo Cervantes y Don Quijote; un tercer hombre, también desdoblado, al que llamaron Flor de Otoño; el zángano de Martín Marco entrando y saliendo de aquella colmena española de amarga miel; el cómico Carlos Galván, peregrino por los caminos de España junto a su padre, su novia y su hijo, en fin, el pintor Nicolás, alter ego de Miguel Delibes.
José Sacristán, el artista con vocación de tonadillera que intuyó que la mejor interpretación comienza cuando acaban las facultades, un hombre de los que entran pocos en un kilo.
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