La vida puede ser más o menos como todas y fácilmente resumible («niño en el Logroño de los años sesenta, muchacho en la Zaragoza de los setenta, aprendiz en la Barcelona de los ochenta») pero bien contada tiene su interés y, sobre todo, puede ser experiencia más que suficiente para nutrir después el universo literario de un novelista de primera, caso del autor de Carreteras secundarias, El tiempo de las mujeres o El día de mañana.
Además, nadie más lejos del escritor peliculero que el autor de Castillos de fuego. Sumemos a eso un pudor que sobrevuela este libro de recuerdos mayormente felices. Y eso que el padre muere demasiado pronto y la madre debe sacar cinco hijos adelante, y además no es especialmente cálida. Pero él se queda con lo mejor: haber nacido en el seno de un matrimonio volcado en proporcionar a sus hijos esa seguridad esencial para que cualquier crío, con el tiempo, mire el pasado y pueda explicar, con conocimiento de causa, eso de que la infancia es el paraíso perdido. Páginas que transpiran agradecimiento a esta fortuna y a otras tantas en sus tres primeras décadas de vida, las que abarca el libro, que se detiene en el final de la juventud, en el justo momento en que la práctica totalidad de las cosas realmente importantes y emocionantes que haremos a partir de entonces ya no las haremos por primera vez.
De familia conservadora, la forja del escritor que Martínez de Pisón acabará siendo empieza en la biblioteca del abuelo carlista. Allí, descubriendo libros, dio con varias novelas de Valle-Inclán que, sin ser el manco santo de su devoción, serán las que provocarán la epifanía: «Los escritores, seleccionando unas palabras y no otras, combinándolas de una manera y no de otra, podían generar belleza a la manera en que lo hacían los pintores, los escultores o los músicos».
Uno de los atractivos de Ropa de casa es la galería de personajes –casi todos retratados con cariño y humor– que van desfilando. Ídolos adolescentes como el cineasta Luis Buñuel, el poeta Carlos Barral o el novelista Alfredo Bryce Echenique. Profesores que deslumbran como José Carlos Mainer («sus clases no eran clases sino auténticas lecciones magistrales»). Editores que dan la primera oportunidad como Jorge Herralde («de la última generación de editores estrella, que no tenían que rendir cuentas más que a sí mismos»). Escritores, como él, conectados a aquella etiqueta de los 80, la Nueva Narrativa Española, que incluía a autores mayores como Enrique Vila-Matas o Javier Marías, que tanto le ayudaron a buscar y encontrar su propia voz. Amigos entrañables como Bernardo Atxaga («un ejemplo de coraje cívico») y personalidades de la cultura de su Zaragoza natal como Luis Alegre, José Antonio Labordeta, Miguel Pardeza, José Luis Melero o, especialmente, Félix Romeo.
Martínez de Pisón pasa bastante de puntillas por los asuntos políticos, incluso más que por su vida íntima aunque cuente la peripecia familiar, la boda, el primer embarazo, el primer hogar… Perteneciente a la primera generación de universitarios de la democracia («era el nuestro un izquierdismo algo desmayado»), tuvo que esperar al susto del 23F para tomar conciencia de que había que cuidar aquello tan valioso como frágil por lo que los mayores habían luchado.
Afincado en Barcelona desde 1982, presumimos la desazón con que alguien templado y cabal como él habrá vivido los años convulsos del Procés. Reacio desde hace muchas novelas a narrar el presente, sería estupendo que, al menos en esta labor de memorialista, no renunciara a ello; que estás páginas tuvieran continuidad y que haya otra mandarina propia que se guarda bajo la manga para darla a conocer más pronto que tarde.
Ropa de casa. Ignacio Martínez de Pisón. Editorial Seix Barral. 304 páginas. 20,90 euros