“Lo ocurrido con María Blanchard entra en el terreno de las carencias culturales que existen en España, a niveles de auténtico escándalo, y del ancestral menosprecio a la capacidad de las mujeres para la creatividad artística”. Magro se muestra así de contundente al presentar su novela documental de corte histórico. Un libro que intenta hacer justicia y, al menos en parte, “despejar enigmas sobre una de las artistas más importantes que ha tenido este país, inexplicablemente desconocida para la gran mayoría de sus conciudadanos”.
Y tras el arduo trabajo de documentación llevado a cabo para realizar el texto, el autor insiste en este imperdonable olvido: “Ha sido la gran olvidada en la historia del arte. El Museo del Prado reivindica estos meses en su exposición Invitadas a las artistas que tenía en sus fondos y nunca fueron expuestas como se merecían. Con esas pintoras se hace justicia, pero María Blanchard fue casi borrada del mapa después de su muerte. Los especialistas saben quién es, no son tan ignorantes, pero el público aún la desconoce”.
Arte desde niña
María Gutiérrez Cueto, que adoptaría el apellido Blanchard de su abuelo materno para firmar sus obras, nació un 6 de marzo de 1881 en Santander en una familia culta de ascendencia polaca y francesa por parte materna en la que su padre, director del periódico El Atlántico, le descubrió y alentó desde muy niña su interés por el arte.
Físicamente condicionada como consecuencia de una caída sufrida por su madre durante el embarazo, María era jorobada. Esa deformidad, que le provocó burlas y desprecio, le afectó psicológicamente a lo largo de toda su vida. “Vivió su discapacidad con dificultad, con muchos problemas de índole físico, le costaba conciliar el sueño porque tenía que dormir en la misma posición y con dolores, y de índole social porque las burlas sobre su aspecto eran frecuentes cuando salía a la calle o en actos públicos”.
Decidida a ser pintora, en 1903 se trasladó a Madrid e inició formación con los maestros Emilio Sala, Fernando Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito. En 1909, tras lograr la Tercera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, disfruta de una beca otorgada por la Diputación de Santander para completar estudios en París en donde recibe clases de los pintores Anglada Camarasa y Kees van Dongen. Esa formación será decisiva de cara a orientar su creación hacia la libertad del color y la expresión.
Ante el estallido de la Primera Guerra Mundial regresa a Madrid en 1914, donde desarrolla una intensa actividad que incluye su incorporación a la tertulia del Café Pombo liderada por Gómez de la Serna. Posteriormente se traslada a Salamanca en donde imparte clases de dibujo.
Picasso, Rivera, Gris…
Finalizada la guerra se instala definitivamente en París en donde toma contacto con artistas como Lipchitz, Metzinger, Picabia y, sobre todo, con Picasso, Diego Rivera y Juan Gris, con los que entabla de por vida una gran amistad. En ese tiempo Blanchard se integra en el grupo cubista parisino incorporando a este estilo elementos muy personales, especialmente relacionados con una visión nueva del uso del color.
Posteriormente, su creación se inclina hacia lo figurativo a través de dibujos y pinturas intimistas, en los que dominan los colores dramáticos y los contrastes violentos. Como refleja Magro, “su humanidad desbordante le hizo acercarse a los parias de la sociedad, mendigos, prostitutas, pobres y tullidos, a quienes abría las puertas de su casa, alimentaba, daba cobijo y retrataba con sensibilidad y respeto”.
En 1927, tras la muerte del íntimo confidente que tenía en Juan Gris, María se recluye en sí misma. Se aísla incluso del entorno artístico al tiempo que, enferma de tuberculosis, su salud cae en picado aunque sigue pintando casi hasta el último de sus días, el 5 de abril de 1932. Aquella tarde/noche y tras pedir y brindar con una copa de oporto, “la capacidad respiratoria de María fue disminuyendo con una cadencia lentísima. Apenas se movía. Pasaron unas horas antes de que se apagase como una vela que ha consumido toda la cera. Se iba quedando sin luz, pero su mirada seguía absorta en la contemplación de su última obra: las rosas que tanta necesidad tuvo de pintar a última hora”.
Luz sobre la figura y la obra de una pionera. María Blanchard. Como una sombra, el interesantísimo libro de Baltasar Magro, rastrea y sumerge al lector en la huella humana y la labor artística de una pintora irrepetible, aquella sobre la que Federico García Lorca escribió: “La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa y virgen”.