Cinco años antes, en 1985, la conversación con el escritor no fue mental sino real. La tuvo con Javier Goñi (Zaragoza, 1952), que además la puso felizmente negro sobre blanco. El rescate y ampliación de Cinco horas con Miguel Delibes vuelve ahora a las librerías en el centenario de su nacimiento pero habría sido igual de bienvenido el año pasado o el curso que viene. Más que nada porque es una oportunidad de acercarse a la manera de pensar, de sentir y de ser del creador de algunas de las mejores novelas españolas del siglo pasado.
Tiene el buen gusto Goñi de ceder todo el protagonismo a su interlocutor, ordenando el diálogo para que vayamos conociendo sus diferentes facetas: la de novelista y periodista sobre todo, pero también la de dibujante, cazador, ecologista, autor de diarios y de libros de viajes (“se necesitan ojos de paleto para sacarle al viaje un rendimiento”), de creador muy adaptado al cine y el teatro, la de padre y ciudadano preocupado por su tierra castellana, la de hombre de “pocas ideas pero bien firmes”.
Es hermoso el prólogo por lo que tiene de canto a un periodismo que ya se fue para siempre y a un periodo legendario de El Norte de Castilla, cuando coincidieron bajo la sombra alargada de Delibes nombres mayores del periodismo español como Francisco Umbral, Manu Leguineche o José Jiménez Lozano.
En su Examen de ingenios, José Manuel Caballero Bonald poco menos que le afea a Delibes ser un ejemplo de escritor demasiado honesto, equitativo e independiente, demasiado ejemplar en su actitud vital, pero es que basta leer cualquier página al azar del libro de Goñi para comprobar que él era así sin impostura alguna, que era un tipo de una pieza, discreto y fiable.
Resultan especialmente interesantes los pasajes donde conversan sobre la presencia –a priori escasa– de la guerra civil en su obra, la obsesión con la muerte, todo lo relativo a la concesión del premio Nadal a su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, su encuentro con un Baroja que no acaba de creerse las cifras de venta del joven Delibes o el descubrimiento de su estilo dando forma a El Camino (“si yo escribía como hablaba o como me expresaba, sin rebuscar palabras, todo salía mucho más fluido, normal y convincente”). De hecho, emerge de estas páginas un retrato del hombre de letras, con su metodología, sus manías como escritor a mano y su rechazo a probar suerte en la poesía (“yerras en una palabra y descarrila todo el poema”).
Goñi le saca opiniones que nos ayudan a entender un poco mejor su pesimismo. Ahí está su crítica a los que no hacen nada por la España vacía tres décadas antes de que Sergio del Molino acuñara la expresión. O su tristeza por el modo en que el afán de progreso puede provocar catástrofes ecológicas. En definitiva, un libro idóneo para leer antes o después de visitar la exposición Delibes [1] (19 de marzo-21 de junio), organizada por Acción Cultural Española y la Biblioteca Nacional en colaboración con la Fundación Miguel Delibes.