Ignoro que habrán dictaminado los historiadores de cine pero los aficionados tenemos claro que el punto y aparte de tu obra se titula Querido diario, aquel cuaderno de bitácora en tres partes que filmaste y compartiste a mediados de los noventa y que a muchos nos voló la cabeza. Una exhibición única de desparpajo y naturalidad en fondo y forma. Entonces y ahora sigue siendo difícil dar con tus películas anteriores. Casi mejor. En las que he podido ver (Bianca, La misa ha terminado, Palombella rossa) es fácil comprobar que fuiste desde el principio experimental, imprevisible, irónico, gamberro y político pero es inevitable medirlas con Querido diario y todo lo que vino después, mucho más disfrutable y a la par profundo y divertido.
Para empezar tus gansadas anteriores tenían poca gracia y en cambio las de Querido Diario o Abril cada vez que las veo me parecen más ocurrentes. Citaré unas cuantas: tú provocando el llanto de un crítico de cine que debe escuchar en voz alta las sandeces que ha escrito en un periódico; tú en la isla de Estrómboli preguntando a voz en grito a unos turistas estadounidenses por una telenovela porque a tu amigo intelectual le da vergüenza hacerlo; tú bailando en una cafetería mientras en la tele pasan una película de Silvana Mangano; o tú, de nuevo, danzando al ritmo de uno de los mambos de Pérez Prado en la escena final de Abril.
El baile, esa obsesión. Estabas sembrado como admirador inquietante que aborda en plena calle a la protagonista de Flashdance, Jennifer Beals, soltándole cuánto te habría gustado saber bailar. Mi número musical favorito tuyo lo interpretas con tu hijo Pietro. Apenas dura un minuto y no sois precisamente Fred Astaire y Ginger Rogers pero siempre es un placer escuchar tu voz sobre la de Jovanotti.
Te dio por el baile en los mismos años que te dio por desplazarte en moto. Ahí conseguiste algo digno de aplauso: para los cinéfilos con paladar la mejor Vespa del cine no es la de Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma, sino la tuya en Abril y Querido diario, sobre todo en esta última. No provocas el caos como la hollywoodense pareja pero es hipnótico seguirte por la Ciudad Eterna –y vacía– a los acordes primero de la música africana de Angélique Kidjo. Después te acompañamos mirando fachadas mientras escuchamos la voz grave de Leonard Cohen y nos vas contando lo mucho que te gusta ver casas, sobre todo las del barrio de Garbatella. Merece mención aparte tu excursión en Vespa, mientras suena el piano inconfundible de Keith Jarret, hasta la playa de Ostia, allí donde asesinaron en 1975 a Pier Paolo Pasolini, un modelo en eso de no callarse ni debajo del agua.
Te diré que gracias a la editorial Cátedra, seriamente comprometida con darnos biografía crítica de los nombres mayores de la dirección cinematográfica, tenemos por aquí desde hace un par de años un nuevo libro sobre tu figura y tu cine a cargo de Aarón Rodríguez Serrano. Ya disponíamos de alguno publicado tras tu consagración internacional con la Palma de Oro del Festival de Cannes por tu película de hechuras más clásicas, La habitación del hijo, pero el de Rodríguez Serrano analiza cuanto has hecho hasta la fecha y ofrece un mapa certero de tus obsesiones y maneras, un mapa confeccionado a base de películas, cortos y documentales que conforman “un cine que da testimonio de una vida vivida”.
Con todos los falseamientos que hayas considerado adecuados para tus fines, pero has dado papeles a tus padres, nos has mostrado tu cuerpo enfermo y la fragilidad de la vida (tercer capítulo de Querido diario), nos has presentado a tu primera mujer, has celebrado la llegada de tu hijo y has experimentado la responsabilidad que trae consigo (Abril), has exorcizado tu miedo, mejor dicho tu pánico, a perder lo que más quieres (La habitación del hijo), has reflejado la desintegración de un matrimonio y la preocupación por la deriva política de tu país con la irrupción de Silvio Berlusconi posicionándote de forma contundente (El caimán), has descrito con originalidad el mordisco paralizante de la depresión (Habemus Papam) y te has despedido con enorme elegancia de tu madre (Mia madre). De todas estas películas sabemos ahora mucho más gracias al libro de Rodríguez Serrano.
Vuelve si tienes ocasión. Reúne fuerzas aunque hoy todo es bastante más difícil que hace solo un año. Los que amamos la comedia italiana ya hace mucho que no te tenemos en cuenta que en tu juventud más insolente, allá por 1977, te mostrarás demasiado impertinente incordiando en un programa de televisión al gran Mario Monicelli. Algunas de tus películas ya están entre lo mejor del cine europeo como las de Monicelli.
Ojalá saber de ti pronto.
Nanni Moretti
Aarón Rodríguez Serrano
Ediciones Cátedra
432 páginas
19,40 euros