Enigmática y genial, Virginia Woolf confesaba, como lectora, ser adicta a las biografías. Desde su suicidio el 28 de marzo de 1941 en las aguas del gélido y caudaloso río Ouse, la suya ha sido objeto de atención desde distintos enfoques, pero acaso nunca de un modo tan pormenorizado, erudito y ameno como el que ahora ve la luz de la mano de Chikiar Bauer.

¿Quién fue?

A Virginia Woolf le fascinaban las biografías, pero rechazaba aquellas en las que el personaje aparece oculto en una maraña de hechos y acciones. Como sugiere su biógrafa citando textualmente a Woolf, «lo que se les escapa a esas biografías no son los hechos, la verdad, lo fidedigno, -algo dotado de la solidez del granito-, sino la personalidad -que posee lo intangible del arco iris”-. «El arte del biógrafo debía poseer la sutileza y la osadía necesarias para presentar esa extraña amalgama de sueño y realidad, ese perpetuo maridaje del granito con el arco iris”, añadía.

«Uno de los problemas del escritor de memorias -lamentaba Woolf- es que deja fuera a la persona a quien le ocurren las cosas. La razón es que no dicen cómo era la persona a quien le pasó. Y los hechos significan muy poco a menos que sepamos primero a quién le ocurrieron».

Atrapar su individualidad

No es el caso de la obra que nos ocupa. Como apunta en su declaración de intenciones Irene Chikiar, «el primer desafío de esta biografía fue escribir sobre la vida y la obra de Virginia Woolf para atrapar su peculiaridad individual».

Y lo consigue con creces a lo largo de las casi mil páginas de La vida por escrito, en donde se refuerza lo obvio: que Virginia Woolf es una escritora que merece su celebridad, que fue precursora del modernismo y en buena medida del feminismo, que sigue siendo un personaje de culto y que fue una autora prolífica y una personalidad enigmática en la que confluyen aspectos atípicos relacionados con la sexualidad y con el equilibrio mental.

Al aire de esa realidad y manejados desde una neutralidad que enriquece el resultado final, el libro responde a cuestiones como: ¿Fue en verdad víctima de abusos sexuales? ¿Sufrió trastornos mentales? ¿Cuál sería el diagnóstico actual de sus problemas psíquicos? ¿Qué la llevó, en última instancia, a quitarse la vida? ¿En qué consistió su feminismo? ¿Fue una heterosexual que experimentó relaciones lésbicas o una lesbiana camuflada tras un matrimonio convencional?

Como afirma Irene Chikiar tras años de minucioso trabajo de investigación: «Difícil de encuadrar, su compleja personalidad es probablemente uno de los principales atractivos de Virginia Woolf. Durante su vida superó los obstáculos que se le presentaron con la inquebrantable decisión de ser leal a sí misma y con el convencimiento de que la literatura era una cuestión absolutamente esencial, ya que veía en ella la posibilidad de arrancarle sus secretos a la vida».

Derribando tópicos

No pocos tópicos e ideas establecidas sobre la autora de Orlando caen con esta biografía que está dividida en dos partes. La primera, Un mundo reglado: infancia y adolescencia, se ocupa de la genealogía de la biografiada y de sus primeros años, que coinciden con el final de la  época victoriana

La segunda, Al correr de los años, se inicia en 1904, con la muerte del padre, que ofició como una suerte de pasaje entre un mundo y otro. «La joven victoriana comenzó a posicionarse, junto con sus hermanos y amigos más íntimos, en la modernidad».

Chikiar, que ha tenido como fuente de información fundamental los seis tomos de cartas -llegó a escribir siete diarias-,  en los que sus editores agruparon lo que se conserva de su correspondencia, sus diarios de juventud y los cinco tomos de los diarios personales que escribió desde 1915 hasta su muerte, logra que sigamos la peripecia vital de la escritora y la de quienes la acompañaron a lo largo de su existencia, con especial mención para su hermana, Vanessa Bell, a la que estuvo profundamente unida, la de su marido, Leonard Woolf, con el que mantuvo una especial relación, y sus amistades, entre las que figuraban aristócratas y significados intelectuales, escritores y artistas.

Retrato de una época de cambios y convulsiones como el final de la era victoriana, la Primera Guerra Mundial, los transgresores años veinte y la debacle de los años treinta que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial.

Idea establecida y contraidea razonada: frente a la Virginia Woolf alejada de la realidad y blindada en la jaula de oro del esteticismo, otra Virginia consciente y comprometida con la sociedad crispada en la que le tocó vivir. De hecho militó en el Partido Laborista y en los últimos meses de su vida, que coincidieron con el principio de la Segunda Guerra Mundial y con la posibilidad de que Hitler invadiera Inglaterra, ella y su marido declararon que acabarían con sus vidas antes que dejarse detener por los alemanes.

Y la Virginia Woolf ocupada de lo doméstico y preocupada por lo económico. Y la que amaba las relaciones sociales, en las que encontraba inspiración para los personajes de sus novelas, y la que no le hacía oídos sordos a los aplausos y que, por ende, era muy vulnerable ante las críticas.

Y aquella otra enormemente exigente consigo misma que buscaba la soledad para ir estructurando una obra que, sabía, quedaría para la historia. Todo discurre ante los ojos del lector de este libro, que se completa con magníficas y poco vistas fotografías y con una completa bibliografía.

El adiós

El viernes 28 de marzo de 1941, Virginia abandonó su casa en Rodmell dejando dos sobres azules sobre la mesa del comedor. Son sus textos de adiós a su marido, Leonard, y a su hermana Vanessa.

«Ya casi no puedo pensar claramente… He luchado, pero ya no puedo más», le escribe a ella.

«Si alguien hubiera podido salvarme, habrías sido tú. En mí no queda más que la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido», le dice, al tiempo desgarrada y sintiéndose culpable, a él.

El hecho es que aquel día tomó la decisión final. Como relata Bauer, un par de lugareños la vieron dirigirse hacia el río Ouse a su paso por Southease. Se introdujo una pesada piedra en el bolsillo de su abrigo, dejó el bastón en la orilla y se lanzó al agua.

Su cuerpo no fue recuperado hasta veinte días después, el 18 de abril, cuando unos chicos que hacían una excursión en bicicleta la confundieron en principio con un tronco que flotaba en el río. Era ella. La policía confirmó que su reloj se había detenido a las 11:45 de aquella mañana de primavera.

Adeline Virginia Stephen, Virginia Woolf para la historia, había nacido el 25 de enero de 1882. En el momento de su muerte tenía pues 49 años a lo largo de los que gestó novelas, artículos, diarios y  una amplísima correspondencia…. En suma, uno de los ejercicios de creación literaria más intensos de la historia.

Bienvenida esta biografía, la primera que originalmente ve la luz en castellano. No todo estaba escrito, y a lo que ya se conocía bien le viene una revisión porque como la propia Woolf dejó escrito: «Hay historias que cada generación debe contar de nuevo».

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Virginia Woolf. La vida por escrito
Irene Chikiar Bauer
Taurus
952 p
23,90 euros