Refiriéndose al sueco Tomas Tranströmer, Carlos Pardo escribió que hay poetas que nos hacen más inteligentes, más despiertos, que nos vuelven más sutiles o sentimentales o contradictorios. Nos colocan en el mundo, en eso que llamamos realidad que se diferencia del realismo en que la realidad carece de sentido. Pero nos hace sentir la fascinación por existir en él.
De la primera a la última letra este comentario encaja a la perfección con lo que fue y nos dejó quien el 29 de junio de 1979, con sesenta y tres años, moría en Madrid dejando tras de sí una imagen de poeta popular en sombría lucha contra la dictadura franquista. Pero esa no era más que una de las caras de la vida y la obra de Blas de Otero y ceñir legado y figura a ese único aspecto es mutilar a un poeta y a un hombre de amplia y sólida complejidad. Un escritor grande a quien sólo han negado quienes, muy probablemente, no lo han leído o lo han hecho con sesgo.
Rescatarlo; resituarlo…
Por ello, es buen momento para rescatarlo y resituarlo en el lugar que le corresponde a través de la lectura de los 306 poemas que integran Hojas de Madrid con La galerna, libro que ahora ve la luz con la inclusión de 161 entregas que no estaban dadas; coronación de una indiscutible obra poética de altura.
La edición, prologada por Mario Hernández, corre de la mano de Sabina de la Cruz, el gran amor de la etapa final del poeta, depositaria de sus papeles y su mejor estudiosa. La mujer a la que él dedicaría, entre otros muchos textos, aquel poema escrito el 9 de marzo de 1969 que concluye: “cuando yo muera, tú te sentarás a mi mesa con el pelo entrecano y releerás mis papeles, mis cuadernos, mis desdichas”.
Como explicó la propia Sabina en la presentación de la obra, eso es lo que hizo con los poemas que Blas de Otero iba archivando desde su regreso de Cuba, en abril de 1968, en unas carpetas encabezadas con el título de Hojas de Madrid. En 1973, el autor fija el título definitivo Hojas de Madrid con La galerna, al ampliar la serie con un nuevo libro que describe los estados de ánimo que le generan las depresiones cíclicas que sufrió desde muy joven, simbolizadas en la palabra galerna, al evocar esa súbita tempestad marina tan frecuente en su querido, y tan añorado en sus años de exilio, Cantábrico.
Ella remató el último acto que el poeta dejó pendiente: ordenar esas carpetas y darles forma de libro. Una labor compleja, como apunta la propia Sabina, en la que ha sido de gran ayuda conocer el método de trabajo del autor desde la creación del poema hasta su último destino: el libro. “He normalizado la puntuación, pero respetando las peculiaridades de un poeta tan sensible al nivel prosódico de su escritura (en la manipulación del acento, la entonación, la duración de las pausas), siempre en busca de esa melodía escondida que aprendió en su admirado Fray Luis de León”.
La edición
Blas de Otero escribía manualmente su poesía, en cuadernos o en folios sueltos, y él mismo la pasaba a máquina en varias copias realizadas con papel carbón. Pero estamos ante un poeta que nunca daba por terminada su obra, que volvía una y otra vez sobre ella: corregía en varios tiempos y sobre distintas copias, lo que precisa de un meticuloso examen del papel, la pluma o los bolígrafos (de color diferente dependiendo del verso o del poema) para determinar la última, nunca la final, variante. Ni una vez editada queda definitivamente concluida la modificación. No sólo en las pruebas de imprenta, sino incluso en los libros ya publicadas aparece en ocasiones la corrección autógrafa de un verso.
Sin salir del orden cronológico, prosigue la responsable de la edición, era aconsejable dar un respiro, establecer alguna pausa dentro de un número tan elevado de poemas, abriendo unos espacios reparadores que han quedado señalados del modo más neutro posible: con números romanos.
La sección I comprende los primeros poemas compuestos en Madrid, a su vuelta de Cuba. Van encabezados con el título Cojeando un poco, escrito desde un entrañable sentido del humor al salir de la clínica, recién operado de un cáncer óseo.
La II sección relata el viaje a Bilbao y la estancia en su ciudad natal: el encuentro con el mar y los paisajes de su infancia, la familia, los amigos y, también, el rechazo a una ciudad que ensombreció su juventud, pero a la que nunca consiguió arrancar de su pecho. Los últimos poemas de esta sección describen un rápido viaje a Barcelona en agosto de 1968, una nueva entrada en quirófano y el recuerdo jocoso de los hoteles que le albergaron en el transcurso de su vida.
La vuelta definitiva a Madrid abre las secciones III y IV: conquista de la serenidad y reencuentro con el amor, la casa sosegada, los animales domésticos.
La galerna constituye la parte final del poemario y, como se ha comentado, responde fundamentalmente a un mismo motivo como es la descripción de sus estados depresivos. Solo la muerte pondrá fin a este poemario.
Hacia las Obras Completas
El resultado está servido y constituye una fiesta para el lector y la primera entrega del proyecto global de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores destinado a recoger las Obras Completas y la justa recuperación de un autor imperecedero que brilló tanto en las formas clásicas, especialmente el soneto, como en el verso libre. Aquel que arrancó en 1942 con Cántico espiritual. El de Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia. El del firme compromiso político con Ancía y Pido la paz y la palabra (1955). El que fue prohibido por la censura y hubo de publicar en Francia y Mexico su En castellano. El hombre de múltiples registros, memoria deslumbrante y diálogo permanente, a través de su obra, con una tradición cultural variada.
Aquel de quien desde la admiración y el respeto José Miguel Ullán trazó este perfil, este a modo de rendida caricatura: “No brotó una palabra de sus labios que no fuese verdad. Ni una sílaba innecesaria. Vivió tan sólo para ver el árbol de las palabras. Dio testimonio del hombre, hoja a hoja. Quemó las naves del viento. Destruyó los sueños. Plantó palabras vivas; ni a una sola sometió: desenterró silencio, a pleno sol. Sus días los tuvo siempre contados. Varios libros borraron el olvido. Nunca tuvo una almena. Y al final del origen dijo: “Oh aire/oh mar perdidos./Rompen/contra mi verso, resonad/libres”.
Aquel que permanece a través de una voz personalísima e inapagable:
Seguiremos hablando hasta en la muerte.
Después de muerto, mis papeles vivos,
prorrumpirán a hablar como un cadáver
que se pone de pie, y dice: Un día…