Tanto fue así que el autor siciliano decidió hacer una serie propia sobre “este personaje”, a modo de spin off televisivo estadounidense. Se trata de cuatro volúmenes de cuentos que, hacia el final de su vida, Camilleri dedicó a la imaginaria Vigàta.
Este mes de marzo, la editorial Altamarea publicó el segundo libro de Historias de Vigàta, que en España se ha lanzado con el lacónico título de Volumen 2. Lo señalo porque, en Italia, que se publicó en 2012, lo hizo bajo el rimbombante La regina di Pomerania e altre storie di Vigàta. Como imaginarán, La reina de Pomerania es uno de los ocho relatos que componen esta nueva entrega, si bien, en mi opinión, no el mejor de todos (el de los helados es verdaderamente una joya).
Aunque, en realidad, los ocho son deliciosos, magníficos. Al igual que los ocho que les preceden y que se publicaron en Italia en 2011 como Gran Circo Taddei e altre storie di Vigàta (que también publicó Altamarea bajo el título de Historias de Vigàta Volumen 1).
Son, como comentábamos, pequeñas historias, autoconclusivas, que transcurren, en su mayoría, entre principios y mediados del siglo XX en Vigàta y alrededores (aunque, en alguna ocasión, sus protagonistas se trasladan a otras localidades, estas sí existentes, como Palermo).
Se nota a Camilleri disfrutar de su cosmos vigatiano y contagia de este gozo al lector con naturalidad. Su narración vibrante transmite una vitalidad y una lucidez poco esperables de una persona que, cuando publicó el primero de los volúmenes, transitaba por la segunda mitad de los ochenta años.
No tengan reparo si son de aquellos a los que les cuestan los libros de relatos, como es mi caso. Ese ejercicio de tener que adentrarse en una nueva historia, con su nueva trama, con sus nuevos personajes… en este caso, lejos de ser un incordio, se convierte en una agradable caja de bombones: aunque estés paladeando el que tienes en la boca, ya estás pensando en el siguiente y deseando que nunca se acaben. Porque una de las principales virtudes de los cuentos de Camilleri es que tienen la duración perfecta, suficiente para sumergirte en la historia, pero no demasiado largos como para empalagar.
Sucede que las historias, todas, se construyen bajo el patrón clásico narrativo, otorgándole una previsibilidad que facilita su lectura. En este caso se cumple la máxima de que menos es más. Sus personajes, quizá el mejor atributo de estas dos entregas, también se construyen siguiendo los estándares clásicos de la tragicomedia: presentando situaciones desternillantes, pero también patéticas. Camilleri actúa sobre ellos como un demiurgo ecuánime, fijando un equilibrio moral muy satisfactorio, precisamente por carecer de fin moralizante. Recuerda un poco a Agatha Christie, que, como decía Amor Towles en su Normas de Cortesía, en boca de su protagonista Katherine Kontent: “Todo el mundo acaba por recibir lo que se merece. Herencia o penuria, amor o pérdida… en sus páginas los hombres y mujeres se encuentran finalmente cara a cara con el destino que les corresponde”
Ahora toca esperar a que Altamarea publique los dos últimos volúmenes de las Historias de Vigàta, que, por cierto, en realidad sí existe y no es otra que la localidad natal del autor: Porto Empedocle; por si van a Sicilia en su búsqueda.