Bajo una mata de pelo peculiar y en sus últimas décadas blanquísima, trasmite el aire ensimismado de quienes alcanzan a ver más allá del contorno material de las cosas. Sus libros perfilan la dimensión intelectual de Elías Canetti, Premio Nobel de Literatura 1981 y uno de los más sólidos pilares sobre los que se forja el pensamiento y la conciencia de un siglo; el XX.
¿Español de origen?
Elías Canetti nació el 25 de julio de 1905 en la población búlgara de Rustschuk, “una ciudad maravillosa para un niño, que situada a orillas del Danubio y a 70 kilómetros de Bucarest contaba a principios de siglo con poco más de 35.000 habitantes”.
Primogénito de tres hermanos de una familia de judíos sefardíes le gustaba al autor explicar que formaba parte de los descendientes de los judíos expulsados de España en el siglo XV, una comunidad culta y muy influyente, con un arraigado sentimiento aristocrático, que en su huida se dispersó por las costas meridionales y del mar Negro.
Aunque el alemán fue el idioma en el que escribió la mayor parte de su obra, el ladino fue su lengua materna. “Mis padres hablaban entre sí alemán cuando querían que no les entendieran. Con nosotros, los niños, y con todos los familiares y amigos hablaban español. Ésta era la lengua habitual, un español arcaico, desde luego, que más tarde seguí oyendo y nunca he olvidado”.
El propio escritor explica en 1972: “Canetti es un apellido italianizado que originariamente era español: Cañete, nombre de una ciudad que se encuentra en España, entre Cuenca y Valencia, y que en la Edad Media llegó a tener una importancia considerable, aunque hoy en día sea muy pequeña. Se supone que mi familia era originaria de allí. Los judíos españoles fueron expulsados de su país. Mi familia debió de abandonar España con el último gran éxodo, en 1492. Muchos de estos judíos fueron bien acogidos en Turquía. El sultán turco encontró en ellos buenos súbditos, peritos en toda suerte de oficios. Había médicos, financieros, artesanos que dominaban campos específicos. Recibieron un buen trato y se diseminaron por todo el territorio del imperio otomano. Mi familia paterna se afincó durante varios siglos en Adrianópolis, que en turco se llama Edurne, y mi abuelo se trasladó de allí a Bulgaria, donde yo vine al mundo.
Sólo más tarde me enteré de que el apellido Canetti era, en realidad, Cañete, pero que fue modificado por un antepasado a principios del siglo XIX. Había muchos mercaderes italianos en Turquía y por algún motivo la forma italianizada les sonaría mejor».
La familia paterna gravitaba en torno al abuelo, “un tirano que despertaba temor en todos y que podía derramar cálidas lágrimas cuando le apetecía”, un próspero comerciante que se sentía orgulloso de la posición alcanzada. La familia materna, los Arditti, era una de las sagas más antiguas y ricas de Bulgaria.
Viajero vocacional
La inesperada muerte de su padre con apenas 30 años, cuando Canetti, apenas cuenta 7, provoca una gran convulsión en la familia y deja en el autor huellas profundas que no se borrarán a lo largo de toda su existencia. “Yo lo quería mucho y aquello fue un suceso horrible que incidió en toda mi vida posterior, sobre todo en mi postura de resistencia ante la muerte que no he podido aceptar. Me negaba a dar por cierto que mi padre ya no existía. Por entonces empezaron todas las guerras de las que ya no hemos vuelto a salir: la de los Balcanes fue la primera, luego vino la mundial. Aquel golpe del que nunca me sobrepuse, la repentina muerte de mi padre, estuvo unido para mí al estallido de esa primera guerra, de modo que después tampoco conseguí separarlo de ella”.
Ese episodio potencia el ir y venir de la familia que se había iniciado un año antes del fallecimiento del padre, con la marcha a Manchester, en Inglaterra. De allí, y al poco de la ausencia del padre, pasan a Lausana, donde el pequeño aprende el alemán bajo la implacable batuta de su madre. Viena será, durante algunos años el destino de los Canetti, después Zúrich, Frankfurt, París, Berlín, Londres, de nuevo Zúrich… como exponente de que viajar es una constante en su vida.
Por otra parte, la medicina será su inicial vocación. “En el último de los paseos con mi padre por la pradera a orillas del río Mersey, cuenta en su obra autobiográfica La lengua salvada, me preguntó con mucha insistencia que quería ser de mayor y dije sin necesidad de pensarlo: ¡Médico! Serás lo que tú desees ser -dijo con una ternura tan grande que ambos nos quedamos parados- no tienes porque ser comerciante como los tíos y yo”.
Pero en 1923, con 18 años, ve como una mujer se desmaya en plena calle a consecuencia del hambre. La impresión que el incidente le causa le lleva a pensar que no sirve para ser médico, profesión por la que se sentía profundamente inclinado y estudios que estaba próximo a iniciar. Poco más tarde iniciará, sin vocación y por dar gusto a su madre, los estudios de química en la Universidad de Viena donde se doctoraría en 1928 sin haberse consolado totalmente, como reconocería en múltiples ocasiones, de renunciar a los de medicina.
Las mujeres… siempre
Seductor incansable, la vida de Elías Canetti, que en palabras de Iris Murdoch, que sería su amante, tenía un irresistible atractivo para las integrantes del otro sexo, está marcada por la presencia constante de mujeres. Bellas, inteligentes, peculiares, distintas, desfilan por la biografía de Canetti como esposas cómplices, compañeras inseparables, amantes apasionadas o desengañadas enemigas. Entre ellas se cuentan Anna Mahler, hija de Gustav y Alma Mahler; la pintora Marie-Louise von Motesiczky y las escritoras Frield Benedikt e Iris Murdoch.
Se casó dos veces, la primera en 1934 con Veza Taubner-Calderón que era 8 años mayor que él. Cuando se produjo la boda hacía tiempo que ya no mantenían relaciones sexuales. La había conocido en 1924 en una lectura de Karl Kraus. “Era una preciosidad. El aspecto exótico de Veza se hacía notar por todas partes; llamaba la atención donde quiera que fuese. Una andaluza que nunca había estado en Sevilla, pero que hablaba de esa ciudad como si hubiera crecido en ella. Uno la hubiera encontrado en Las mil y una noches…”. Culta y políglota. Lectora ávida y apasionada, Veza, que sufría profundos episodios depresivos, desarrolló una irregular actividad como escritora que sólo fue reconocida, gracias a los esfuerzos de su marido, tras su muerte en 1963. En el hospital donde falleció, Veza dejo escrito: “Bendito seas, Canetti. Te adoro. Te doy las gracias y te estoy eternamente agradecida”.
Hera Buschor fue su segunda mujer. Restauradora de arte, tenía 28 años menos que el escritor. Tras la muerte de Veza, el amor de Hera supuso para Canetti una tabla de salvación, un auténtico renacimiento. Se habían conocido en 1957. Se casaron en 1971. De ella tuvo en 1972 a su única hija, Johanna. Vivieron con vehemencia una prolongada pasión que cesó el 29 de abril de 1988 cuando, víctima de un cáncer, Hera murió a los 55 años. “Hera, a pesar de su timidez, era una persona luminosa, alegre, con la que se podía ser muy feliz. Así la recordamos mi hija y yo, y cuando hablamos de ella regresa esa alegría que ella difundía a su alrededor, y mientras dura el recuerdo somos felices”.
Obra y pensamiento
“Yo me considero ante todo dramaturgo, y cuanto tiene que ver con ello constituye –diría yo– el núcleo más profundo de mi naturaleza”, afirmaría en 1968. De hecho, ya a los 14 años de edad, Junio Bruto su primera obra conocida, es una tragedia en cinco actos que dedica a su madre. Pero es evidente que Canetti es más. Mucho más. Nos dejó una obra amplia sobre la que planean algunas claves decisivas para afrontar elementos substanciales del ser humano. Pistas aplicables a nuestra existencia.
La muerte, la integridad, el amor, el humor, las masas sociales, la fugacidad de la vida y de las cosas y la violencia son objeto constante de reflexión. A través de una novela, multitud de ensayos y libros autobiográficos, de apuntes, notas y aforismos se estructura una obra mucho más citada que leída que nos instala en el placer de la mejor literatura. Aquella marcada al tiempo por la sabiduría y el terror, el candor y la desolación. Una obra que recoge las contradicciones y conflictos de una época marcada por el drama y los cambios. Por la irrupción de una nueva concepción del individuo y de la sociedad. Sirvan como muestra los siguientes ejemplos:
–Auto de fe. Su única novela publicada se constituye en alegato contra cualquier tipo de fanatismo. Vio la luz cuando el autor tenía 26 años. Emblema barroco de un mundo a punto de estallar. Él mismo la definió como “comedia humana de la locura”.
–Fiesta bajo las bombas. Apuntes y fragmentos de una sinceridad descarnada y conmovedora, tan intensos como reveladores, sobre los años que Canetti paso en Inglaterra, adonde llegó en 1939 huyendo de la Austria nazi, y en donde permaneció intermitentemente hasta 1988.
–La lengua absuelta. Primero de los tres tomos de uno de los clásicos de la literatura autobiográfica. La desaparición de su hermano Georg, al que estaba muy unido, fue el detonante de las tres entregas de estas imprescindibles memorias.
–Masa y poder. Monumental ensayo al que dedicó más de dos décadas de trabajo. Clave para entender la Europa del XX. La consideró la obra de su vida.
–La provincia del hombre. Carnet de notas recogidas entre 1942 y 1972. La duda, el cambio, la desazón del hombre en un mundo cada vez más veloz son objeto de análisis para llegar a la conclusión de que el individuo es, al tiempo, uno y muchos.
–Cincuenta caracteres. Libro insólito que perfila dimensiones inéditas del hombre como ser individual y social. Valiéndose de la descripción y de un lenguaje próximo a la prosa poética se enmarcan medio centenar de formas de ser con las que nos topamos a menudo en la vida diaria.
La existencia de Elias Canetti, que se apagó mientras dormía en su casa de Zúrich el 14 de agosto de 1994, atraviesa, desde la observación, la intelectualidad y el compromiso, todo un siglo. Hoy, en estos tiempos barridos por incertidumbres y superficialidades, mucho se echa en falta su testimonio honesto y clarividente; la reveladora solidez de su adelantado pensamiento.