Este volumen se presentó en el Instituto Cervantes en Madrid, a través de una conversación en la que participaron la directora y guionista de cine Paula Ortiz, la escritora Cristina Cerezales, hija de Laforet, Nuria Capdevila-Argüelles, catedrática de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter, y el responsable literario de la Fundación, Francisco Javier Expósito.
A lo largo de las intervenciones se significó que el libro reúne a dos mujeres únicas en sus generaciones por su sensibilidad a la hora de expresar el mundo y su literatura. Cartas que desvelan la admiración de Laforet por la creadora de Celia desde su infancia, y la amistad que queda patente a lo largo de una correspondencia que, como apuntó Expósito, es un testimonio esencial de nuestra literatura que rebosa humanismo, espiritualidad y búsquedas vitales.
Para Cristina Cerezales, acceder a esta correspondencia que se ha mantenido inédita hasta ahora fue casi cosa de magia y sincronías. «Cartas que sin pretender ser literatura lo son y, además, de alguna forma, trascienden lo literario. Son el vehículo para dar voz a dos personas en busca del sentido de la vida y el sentimiento de lo religioso”.
Las de Fortún, “escritas en su lecho de muerte, son de una sencillez y profundidad que, a pesar del dolor que contienen, emocionan sobre todo por su belleza”. Y respecto de las de su madre, dice: “Volví a hallar, como en el caso de Ramón J. Sender, una amistad elevadísima, nacida y alimentada por ambas partes de lo que destila la literatura del otro”.
Admiración primera
Como menciona Silvia Cerezales, hija también de Carmen Laforet, en uno de los tres prólogos de la obra, la figura de Celia fue importantísima en esa admiración primera que Laforet detentó hacia Fortún, a raíz de sus lecturas infantiles de Gente Menuda en su infancia, lo que le movería a escribirle en 1947 por primera vez. Su primer encuentro personal se produciría en 1948, con motivo del primer viaje de Elena Fortún a España después de la guerra, y habría algunos más, como el que se produjo en 1950 en Barcelona.
Recoge Nuria Capdevila-Argüelles en su prólogo sobre las dos mujeres cómo le cuenta Fortún a una amiga tras un encuentro con Carmen en la Casa del Libro que “Carmen Laforet es una humildad franciscana, me presentó enseguida a todos diciendo que soy su maestra…”.
Le dice en una de las cartas de 1951 Laforet a Fortún, “cuántos años me he pasado yo monologando para ti, y qué parecida eres a como yo presentía, desde chiquilla, no sé por qué…”, en esa admiración inicial del lector al autor que le descubre un mundo nuevo, “desde que tenía siete años y empezó Celia a publicarse en Blanco y Negro he tenido la costumbre de hablar contigo a solas”.
Elena, cuyo marido se había suicidado en 1948, llegó a España muy enferma, y será ese sufrimiento el que rezumen muchas de sus cartas, aun con una tremenda espiritualidad y misticismo que la lleva a la aceptación, y que bordea una literatura de entrega a su amiga antes de morir.
“Fortún ve en Carmen a un genio, una versión muy mejorada de ella misma, y le invita a abrazar un vivir armónico con escritura y familia, un vivir difícilmente conciliable”, apunta Capdevilla-Argüelles. Y Laforet ve en Fortún “una reconfortante figura maternal a la que querer y con la que vincularse, el origen de su voz, una madre literaria”. Ambas comparten esa raíz del misticismo “de que el sufrimiento es parte de la vida. Por eso defendía que hace falta pudrirse, podarse, reprimirse para llegar a la paz”.
Escritura y familia
Desde el año 1947, en que Elena Fortún contesta a una carta admirativa de Carmen Laforet que, desgraciadamente, se ha perdido, hasta 1952, que muere la periodista y escritora en Madrid tras un cáncer devastador, se sucede una correspondencia muchas veces de una intimidad desbordante, llena de confidencias y recomendaciones, que la creadora de Celia escribe desde el Sanatorio Puig de Olena, en Barcelona, en un alarde de claridad vital en su lecho de muerte, y Laforet a dentelladas, en todo sitio y lugar sin fecha clara y a veces de forma desordenada.
En estas cartas son nombradas muchas mujeres silenciadas por el tiempo que lucharon por su libertad de expresión y sentir, intelectuales que promovieron un feminismo activo como Josefina Carabias, Paquita Mesa, Lilí Álvarez, Fernanda Monasterio, Carmen Conde o Matilde Ras, un “nosotras”, escribe Nuria Capdevila en su prólogo, que se prolonga en Elena Quiroga, Carmen Martín Gaite, Marisa Röesset, Consuelo Gil, la propia Gloria Fuertes y otros mucho nombres aún por descubrir.
En las misivas se encuentra la certera visión de Fortún sobre Laforet: “Ya no estaré en este mundo cuando eso llegue, pero acuérdate de que te lo dije…escribe y que te traduzcan porque tu literatura es universal”. También testimonios impresionantes de Fortún tras el suicidio de su marido, cuando tras un mes sellada su casa por la policía logra entrar: “Hasta he tenido que fregar el último plato en que comió y la cuchara…y tirar las cáscaras de la fruta que había comido pocas horas antes de morir”, o sus opiniones de Europa en 1949, “es sólo un museo, la vida se va retirando de ella como un cuerpo muerto, y por eso solo puede vivir del pasado. Es el final de una civilización…”.
Por su parte, Carmen Laforet que escribe desde la profunda humildad y la certeza de su vocación a pesar de la angustia, “me entrego a ella a sabiendas de sus muchos defectos, de sus enormes lagunas, de su mezquina talla, me meto en ella con cansancio, rabia, con todo…me sirve de huida de mis malos fondos revueltos…y ya está; por eso escribo, aunque me angustie escribir también”.
Confidencias de infancia, la visión de vida de Fortún que no llegó a vivir: “Despertarse cada día en un nuevo lugar, no saber lo que hay detrás de cada casa, de cada cuesta de la carretera, me parece la forma más perfecta de vivir”, su sufrimiento “a ratos lloro porque creo que no puedo sufrir más, pero sí puedo. Se puede sufrir mucho”, y la generosidad de Carmen en sus respuestas, “no me escribas, tiene que fatigarte el hacerlo, yo te escribiré lo mismo”. O la exigencia de Carmen consigo misma, “no sé cómo te gustan mis artículos, que escribo sin ganas y a la fuerza, en el último minuto, porque me hace falta el dinero”, o “no creo que mi literatura tenga nada de particular para las gentes…para mí misma es un trabajo que me arrastra, me desespera y me causa alegrías. Es como un enamoramiento, ¿sabes?…”
Mucha, mucha literatura en estas cartas aparentemente sencillas y, como se concluyó en su presentación, también mucha generosidad y lucidez y sufrimiento y felicidad y angustia y amor, sobre todo, respetuoso amor.
Carmen Laforet y Elena Fortún. De corazón y alma (1947-1952) [1]
Colección Obra Fundamental
Fundación Banco Santander
144 p
Ebook: 2,99 euros