Al día siguiente, el mismo periódico hacía una serie de “precisiones sobre la penicilina” [1], subrayando el hecho de que en Barcelona ya se producía penicilina desde hacía casi dos años, aunque, eso sí, a escala limitadísima, por parte del bacteriólogo Antonio Valls, haciendo constar que “nuestra Patria es el segundo país de Europa que la ha obtenido, lo que es un motivo de orgullo para la ciencia médica española”.
En la información también se daba cuenta de que el doctor Valls, a la vez que obtenía caldos penicilínicos cada vez más puros, había conseguido aislar de las naranjas en descomposición del mercado del Borne más de 180 razas de hongos, entre ellos uno del género Penicillium que, sin dar grandes cantidades de sustancia inhibidora (la “bornina”), tenía una neta acción sobre los gérmenes.
La crónica, firmada por H. Saenz, recogía asimismo las investigaciones de los doctores Pedro González, Jaime Suñé y Francisco González, y afirmaba que otros importantes científicos, como Oliver Suñé, Antonio Oriol Anguera y José Antonio Grifols habían conseguido también pequeñas cantidades de la preciada sustancia, con las que se había tratado a algunos pacientes con infecciones diversas. El periodista terminaba el artículo afirmando que “no hay duda de que por este camino se llegará a extraordinarios descubrimientos”.
El doctor Antonio Valls se sumaría al equipo de Jaime Suñer Pi en el Laboratorio Experimental de Terapéutica Inmunógena (Leti), cuyas investigaciones permitieron mejorar los procesos de obtención de la penicilina y conseguir que su forma sódica, denominada penicilina Leti, fuera aprobada por el Instituto Nacional de Control y la Dirección General de Sanidad en mayo de 1946. Ese mismo año, los laboratorios Leti iniciaron un proceso de adaptación para la producción industrial de este antibiótico, en colaboración con otro laboratorio barcelonés, Unión Química Farmacéutica (Uquifa).
La introducción de nuevas técnicas permitió mejorar el rendimiento de los cultivos y multiplicar por 10 la producción inicial, lo que hizo posible extender los beneficios del fármaco a un mayor número de personas, aunque la demanda de la población era mucho mayor no solo que las unidades que podía proporcionar Leti/Uquifa, sino también que las producidas por los Laboratorios del Dr Esteve (su dueño y fundador, Antonio Esteve, había incorporado a su equipo investigador al doctor Antonio Oriol Anguera) y por el madrileño Instituto de Biología y Sueroterapia (Ibys).
Desde EE.UU.
Pese al interés español, la mayor parte de la producción mundial de penicilina procedía de fabricantes estadounidenses. En septiembre de 1944, España llegaba a un acuerdo comercial con el Gobierno estadounidense para recibir, de manera regular, el preciado fármaco. Con el fin de controlar su importación, distribución y empleo, tal y como recomendaban las autoridades sanitarias estadounidenses, el Consejo Nacional de Sanidad nombró una comisión técnica, presidida por el doctor Carlos Jiménez Díaz, conocida como “Comité Nacional de la Penicilina”, que tomó el control absoluto del medicamento.
Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, los problemas de desabastecimiento, especialmente de las zonas rurales, continuaron hasta que a finales de 1946 se autorizó la venta de libre de penicilina en las farmacias. A partir de este momento, la penicilina se convertiría en un remedio popular, aunque escaso.
Con objeto de asegurar un abastecimiento más regular, equitativo y eficiente, en septiembre de 1948 el Gobierno declaró la producción de penicilina de interés nacional [2]y convocó, mediante decreto, un concurso entre las empresas farmacéuticas españolas para conceder las licencias de fabricación, utilizando patentes y procedimientos de otras compañías extranjeras. Fue, por una parte, un pequeño grupo de laboratorios (Leti, Uquifa, Abelló, Ibys, Zeltia y el Instituto Llorente) interesados en el proyecto, que formaron una sociedad conjunta, Antibióticos S.A., para construir una planta de producción en León (Antibióticos se valió de la colaboración y las patentes de la farmacéutica Schenley Laboratories, de Indiana, EE.UU.), y, por otra parte, la Compañía Española de Penicilina y Antibióticos (CEPA), asociada a la empresa norteamericana Merck & Co., quienes obtuvieron la concesión en exclusiva de la producción de penicilina y el desarrollo de nuevos antibióticos que comenzaban a ser aislados en España.
A partir del año 1949 se puso término a la escasez de penicilina en las farmacias y al estraperlo en las calles. A principios de la década de los cincuenta, la industria farmacéutica estaba en condiciones de garantizar un suministro de más de seis toneladas de antibióticos al año, a partir de la “penicilina española” y de la “penicilina extranjera” producida por las compañías internacionales ya instaladas en España y con patentes debidamente autorizadas, así como de la fabricada por nuevos consorcios, como los de la compañía danesa Leo Pharmaceutical y la española Alter.
Todo ello tuvo una fuerte repercusión en el mercado farmacéutico e influyó decisivamente en la mejor atención terapéutica a los pacientes con enfermedades infecciosas. Curiosamente sería la CEPA, algunos años después, quien proporcionaría a la comunidad científica el primer antibiótico desarrollado enteramente en España. Se trataba de la fosfomicina, antimicrobiano de gran utilidad terapéutica, especialmente en el tratamiento de las infecciones del tracto urinario.
Crónica social
En la crónica social, uno de los hechos que más atrajo la atención de los ciudadanos fue el viaje que Fleming realizó a España en la primavera de 1948, visitando Madrid, Barcelona, Sevilla y otras ciudades. El NoDo dio cumplida cuenta de las más importantes actividades de la gira del científico británico y permitió acercar a los españoles la figura de quien había cambiado la vida de tantos seres humanos y con quien muchas personas se sentían en permanente gratitud.
Por su parte, el diario ABC, que durante los primeros años cuarenta había recogido algunos de los “prodigios” de la penicilina, tanto fuera como dentro de nuestro país, hacía una extensa glosa, que concluía así: “El ejemplo de su vida será edificante y perdurable en cuanto concatenación del pasado –Leuwenhoek, Jenner, Pasteur, Koch, Ehrlich– con un futuro más espléndido. Los hombres que así sirven a su tiempo ensanchan las posibilidades de un mundo mejor”. Y, en la edición del mismo diario del día 20 de junio, el Premio Nobel de literatura de 1922, Jacinto Benavente, hacía un encendido elogio de quien, en 1945, había recibido, junto con Chain y Florey, el Nobel de Medicina: “El doctor Fleming puede estar orgulloso. Ser un elegido de Dios es para estarlo”.
En cambio, Fleming, en el discurso que pronunció en la recepción como académico de honor de la Real Academia de Medicina de Sevilla, restaba importancia a su trabajo y otorgaba a la fortuna un papel determinante en el descubrimiento de la penicilina: “La suerte ha desempeñado un papel nada despreciable en la historia de la penicilina y, por consiguiente, en mi vida. Fue un hecho fortuito la contaminación de mi cultivo de bacterias por un hongo que yo no deseaba. Fue también un hecho fuera del alcance de nuestra voluntad que el descubrimiento de la penicilina, realizado en 1928, se mantuviera casi inédito durante más de diez años, hasta el momento en que nos vimos arrastrados a una gran guerra, y en cuyas circunstancias es posible realizar extraordinarias producciones que no se alcanzarían en tiempo de paz. La fortuna tiene, pues, un cierto papel en nuestros asuntos, cuyo control creemos muchas veces poseer, pero en los que no somos en realidad más que simples peones movidos por un poder superior que regula este conjunto de jugadas, a las que llamamos vida. Pero, a despecho de lo imprevisto, no es menos cierto que hemos de trabajar intensamente, y comprender que sólo trabajando es como llegaremos a hacer algo. Sólo de este modo podremos captar a la fortuna y evitar que las oportunidades favorables se pierdan para siempre”.
Pocos meses después, los españoles conocerían por las crónicas del periodista Jacinto Miquelerena el famoso “santuario” de Fleming en el Departamento de Inoculaciones del Hospital Santa María, en el londinense barrio de Paddinton: “El laboratorio de Fleming es un pequeño cuarto de unos cinco metros cuadrados con una pequeña mesa para escribir, una estantería con una docena de libros y algunas sillas vulgares. Los aparatos de investigación que he visto allí son éstos: una pila de lavar como las de las cocinas antiguas, con sus grifos de agua pegados a la pared, un calentador de gas con sus enlaces de tubos de goma corriente, y una serie de probetas taponadas con algodón en rama que no contenían, a juzgar por el color, ningún líquido diabólico, unos cuantos microscopios y, en suma, poco más de lo necesario para hacerse el té. De allí salió la penicilina”.
Marañón
Así, pues, a finales de los años 1940 y principios de los 1950, la penicilina ya había demostrado desempeñar un papel decisivo en las condiciones y expectativas de vida de los españoles, como ponen de manifiesto algunas de las reflexiones del profesor Marañón. En La medicina de nuestro tiempo, comenta: “El pronóstico ha cambiado, disminuyendo la mortalidad de muchas infecciones en un 50%. (…) Los tratamientos de muchas enfermedades infecciosas, que antes ocupaban varias páginas llenas de vaguedades, se reducen ahora a unas líneas con la indicación escueta de un suero, de un antibiótico o de una sulfamida”.
En Tiempo viejo y tiempo nuevo, el insigne médico y escritor hace el siguiente comentario: “Inútiles son los argumentos de los pesimistas (…). La mortalidad global de los niños de pecho ha disminuido, en un siglo, a casi la séptima parte (…). Hoy, en los países de una cultura media y entre gentes con un minimum de recursos, son ya numerosísimos los padres en los que se cumple la venturosa imprecación de Sófocles: morir sin haber visto morir a un hijo. La mortalidad de los adultos es, también, enormemente menor”.
Para entonces, se había iniciado ya, a partir del descubrimiento de la configuración molecular de la penicilina, la llamada “eclosión antibiótica”, la cual daría lugar al desarrollo de numerosos antimicrobianos semisintéticos durante las décadas siguientes. La penicilina se convertía así en el verdadero “mejor amigo” del hombre, gozaba de una imagen muy familiar en los hogares españoles y su protagonismo saltaba a la literatura, al cine y a otras manifestaciones artísticas.
El monumento a Fleming, que todavía hoy puede contemplarse junto a la plaza de toros de Las Ventas en Madrid, no sólo refleja el profundo agradecimiento de los toreros al descubridor, sino que también es una huella perdurable del homenaje popular al medicamento que constituye históricamente el paradigma de la curación con fármacos. Y el poeta Jorge Guillén saludaba así a la penicilina en su poemario Maremagnum: “La existencia te alarga y te saluda,/Ninfa Penicilina,/A la cabeza de tu coro ilustre,/ Coro de salvación”.
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Más sobre el tema en…
González J. La historia oculta de la enfermedad. Madrid: Kos, Comunicación Científica y Sociedad, SL, 2010; García Rodríguez JA, González J, Prieto J. Una historia verdaderamente fascinante. 75 años del descubrimiento de los antibióticos, 60 años de utilización clínica en España. Barcelona: Ars XXI, SA, 2004; González J, Orero A. La penicilina llega a España: 10 de marzo de 1944, una fecha histórica. Revista Española de Quimioterapia 2007; 20 (4): 446-450; González Bueno A, Rodríguez Nozal R, Pérez Tejón C J. La penicilina en España: difusión, propiedad industrial y negocio en clave autárquica (1944-1959). Estudos do Século XX 2012; 12: 273-289.