De acuerdo con la que fuera su secretaria, Enriqueta Lewy Rodríguez, “su verdadero despertar intelectual se produjo en Zaragoza, a punto de terminar la carrera de Medicina”. A partir de ahí, como señala Gregorio Marañón, “su avidez de saber le llevó a la lectura copiosa y desordenada de cuanto en su mano caía”.
De esta manera llevó a cabo su preparación literaria, a la que contribuyeron decisivamente sus contactos con distintas figuras del pensamiento sociopolítico –fundamentalmente liberal–, científico y humanístico de su tiempo en Valencia, Barcelona y, sobre todo, Madrid, en donde las conferencias del Ateneo y las charlas del Café Suizo se convirtieron en manantiales de agua fresca de los que bebió un sediento Cajal.
En sus escritos alude a una gran variedad de fuentes españolas y extranjeras en su formación, entre las que destacan los autores griegos y romanos, así como los clásicos españoles, con Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Baltasar Gracián y el padre Benito Jerónimo Feijoo a la cabeza.
De sus contemporáneos subraya su predilección por Benito Pérez Galdós –luchó para conseguir su candidatura al Nobel de Literatura– , Emilia Pardo Bazán –cuyo ingreso en la Academia Española propuso reiteradamente– y Leopoldo Alas Clarín, entre los de la generación inmediatamente anterior a la del 98, de la cual destaca especialmente a Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu y José Martínez Azorín.
La relación con Ramón Pérez de Ayala fue de una gran admiración mutua. Por otra parte se sintió muy cercano al pensamiento sociopolítico de Joaquín Costa y de los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, principalmente de Francisco Giner de los Ríos y Gurmensindo de Azcárate.
La obra de José Ortega y Gasset le pareció de una gran talla intelectual. En la segunda parte de su vida fue un infatigable lector, y no sólo de literatura, sino también de filosofía y, lógicamente, de ciencia, lo que le proporcionó la excelente base humanística que no pudo tener durante sus años de formación académica. No obstante, él siempre se definió más como un hombre de acción que de pensamiento y palabra. Como muchas otras cosas en la vida que no caben explicarse, sino experimentarse, para Cajal el ejercicio de la escritura se aprende leyendo y escribiendo y no con la gramática.
Sobrio y expresivo
Si tenemos en cuenta a los estudiosos de su obra, todas estas lecturas, que al fin y a la postre le forjarían un pensamiento heterodoxo, junto con el hábito de la redacción científica, fueron los determinantes del sobrio y expresivo estilo del Cajal literato, aunque las reminiscencias de sus lecturas románticas de juventud den algunas veces como resultado una prosa algo densa y recargada, como puede observarse en el siguiente fragmento de uno de los Cuentos de vacaciones: “¡Sí!… de la hojarasca de esa selva impenetrable de la ley, cuyas ramas exuberantes se imbrican, entrelazan y oponen de mil modos, roen los jurisperitos como la oruga de la col. ¡Pobres de ellos si la lógica y el sentido común, después de oír la voz de la Naturaleza, se metieran a corregir y simplificar nuestras leyes!”.
Asimismo salen a relucir en algunos pasajes de sus libros aquella vena artística de su infancia y juventud: “El jardín de la neuroglía brinda al investigador espectáculos cautivadores y emociones artísticas incomparables. En él hallaron, al fin, mis instintos estéticos plena satisfacción. Como el entomólogo a la caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la sustancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quien sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”.
Este lirismo se hace presente en sus más severos textos científicos y en aquellas libertades “seudocientíficas” de sus cuentos y relatos de ciencia-ficción: “Larva eres que tejes el intrincado capullo de un cerebro pensante para volar mañana por el libre ambiente de la ciencia y de la acción”.
Hay que tener en cuenta que estos y otros relatos de ciencia-ficción fueron escritos por Cajal en la época que aparecían en la escena literaria obras como La Regenta (Clarín), Los Pazos de Ulloa (Pardo Bazán), Fortunata y Jacinta (Pérez Galdós), pero que detrás de ellas había toda una tradición de cuentos fantásticos oscurecidos por la brillantez de la novela naturalista. Estos relatos presentan facetas muy variadas en su fantasía, como ponen de manifiesto las creaciones de una larga lista de autores extranjeros: Goethe, Balzac, Poe, Shelley, Cheiov, Stevenson, London, Wells, Verne, etc., y también españoles: Valera, Pardo Bazán, Pérez Galdós, Clarín, etc.
Por tanto, no es de extrañar que en los cuentos cajalianos se encuentren mezcladas la sensibilidad naturalista y la modernista, salpicadas ambas de cierto romanticismo. También conviene significar que muchos de ellos están rehechos a la hora de su publicación conjunta, de acuerdo con las consecuencias morales de 1898 (José Carlos Mainer).
Un espíritu eminentemente creativo en lo científico no podía escribir sólo para describir, sino también para crear con la palabra e incluso “crear la palabra misma”, pero es su estilo científico el que más fuertemente determinó la forma de hacer literatura de Cajal. Veamos lo que al respecto dice Gregorio Marañón: “En algunos de los biógrafos de Cajal he leído la influencia que debió tener, en la ordenación de sus proyectos científicos, la publicación de su primer libro, que fue su Manual de Histología. Creo que es verdad. Yo recuerdo el efecto que me hizo, en mi primer año de vida universitaria, al empezar a leerlo, tras los cursos de bachillerato y del preparatorio, en los que el libro de texto solía ser una pesadilla torturante. Aquellas páginas, límpidas de forma y de pensamiento, eran un verdadero deleite. Y ahora, al releer la primera edición, que apareció cuando su autor tenía treinta y siete años (1889), la impresión gozosa se repite todavía; y se percibe claramente que sí, que fue, sin duda, en este libro donde se forjó no sólo el método, sino el estilo del maestro”.
Este estilo, concluye el polifacético médico y escritor, permite “descubrir el rastro de su pluma en cualquier anónimo papel”. Pero el estilo límpido, preciso y sentencioso, sin engolamiento, es muy laborioso, tanto para quien lo escribe como para quien lo lee. Por eso, no es de extrañar que Cajal parta de la premisa de que lo que desea el lector es que se “le entregue todo el contenido ideal de la frase: esto es, el ave con plumas y la maceta con sus flores”.
Otras dos cualidades de la escritura de Cajal son la influencia de su interés por las Ciencias Naturales (es oportuno recordar sus trabajos de investigación y sus escritos acerca de las hormigas y los placeres que le proporcionaba su pequeña huerta de los Cuatro Caminos de Madrid) y su admiración por la microbiología y la infectología, a las que hace continuas referencias, como es el caso de la siguiente metáfora, relativa nada menos que a la pasión: “Las pasiones se cogen y no se escogen. Llegan a nosotros como el sarampión y la viruela, en una edad en que toda reacción mental defensiva es imposible”.
¿Científicos o literarios?
Cajal entendió que la literatura no es una simple copia de la realidad y que, como sus cortes histológicos, “atraviesa las capas superficiales para penetrar hasta su mismo fondo” para mostrar, luego, con visión macroscópica, las particularidades y pormenores de la situación. De ahí, su capacidad de expresión narrativa, derivada de la necesidad de retratar en sus manuales experimentales de la forma más sencilla posible lo que el microscopio le ponía delante de sus ojos. Pensaba, con Ernst Mach, que “una palabra bien elegida puede economizar cantidad enorme de pensamiento”.
Este “estilo científico” llevado a la literatura era novedoso en su tiempo y fue subrayado por Marañón, quien aparte de la categoría pedagógica y estética, resalta la “limpidez y concisión” del Cajal escritor: “ninguna retórica supera en atractivo y gracia a la claridad”. Por eso no es de extrañar que la mayoría de estudiosos de la vida y obra del Nobel español consideren incompleto todo bosquejo de análisis literario de Cajal en el que no sean tenidos en cuenta sus libros científicos, especialmente los pedagógicos. Incluso, para algunos de ellos, son estos escritos los que “representan la mejor obra de su manifestación literaria” (G. Durán y F. Alonso).
Entre los principales textos científicos escritos por Cajal destacan, amén de sus numerosos artículos científicos, el Manual de Histología, editado en 1889, pero que había comenzado a ser publicado por fascículos desde 1884, el Manual de Anatomía patológica, cuya primera versión vio la luz en 1890, y su obra más importante: Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, editada en 1904, pero que ya había comenzado a publicarse también por fascículos a partir de 1897.
Tras la concesión del Nobel de Fisiología y Medicina en 1906 publicaría varias obras, unas veces como único autor, y otras, junto a sus colaboradores. Entre ellas son dignas de mención: Estudios sobre la degeneración y regeneración del sistema nervioso (1914), Contribución al conocimiento de los centros nerviosos de los insectos (1915), Manual técnico de Anatomía patológica (1918), Técnica microcrográfica del sistema nervioso (1932) y ¿Neuronismo o reticularismo? (1933).
Tampoco se debe olvidar que, dada la escasez de publicaciones científicas españolas, a veces Cajal tuvo que editar sus propias revistas para dar a conocer los trabajos que estaban cambiando el conocimiento neurofisiológico. Así ocurrió con la Revista Trimestral de Histología Normal y Patológica (1988), primer soporte de los trabajos conducentes al establecimiento de la “teoría neuronal”, que demuestra la individualidad de las células nerviosas, establece que las neuronas (nombre dado por H.W. Waldeyer en 1891) se comunican entre sí por contigüidad, no por continuidad, y que la corriente nerviosa transcurre por la célula nerviosa mediante “polarización dinámica”.
Volviendo al aspecto literario de sus obras científicas, traemos aquí como ejemplo el texto con el que comienza uno de los capítulos de su Manual de Anatomía Patológica General y de Bacteriología Patológica, que sirvió de libro de texto a sus alumnos el año de su jubilación en la Universidad de Madrid y en el que, para facilitar el aprendizaje, se incluyen nada menos que 320 grabados en color y en blanco y negro. Se refiere al concepto de Anatomía patológica y al de enfermedad, a luz de los conocimientos de la época:
«La Anatomía patológica es la rama de la patología que investiga las perturbaciones materiales del organismo en sus relaciones con las causas y síntomas del estado morboso./ Llámase enfermedad a la desviación permanente o transitoria de la estructura y actividades normales de los seres vivos, sobrevenida ya por consecuencia de variación excesiva, cualitativa o cuantitativa, de los estímulos normales de la vida (calor, humedad, sustancias alimenticias, etc.), bien como efecto de violencias mecánicas (traumatismos), ora como resultado de la invasión de microorganismos nocivos (infecciones, acción de zooparásitos, etc.). Cuando las variaciones de los estímulos oscilan dentro de estrechos límites o son de poca duración, la enfermedad no se produce, porque el organismo puede, merced a la acción de mecanismos compensadores y reguladores, acomodarse a las nuevas condiciones del ambiente. Por ejemplo: la pobreza en oxígeno del aire acelera el ritmo respiratorio; el calor intenso pone en juego el mecanismo termo-regulador de las glándulas sudoríparas; el frío excesivo incita al ejercicio, que es fuente de calor, etc. Mas si la variación del medio es demasiado grande, harto duradera, o penetran en el organismo parásitos agresores, la compensación inmediata es imposible, desarrollándose un estado anormal (la enfermedad), durante el cual ciertas funciones se perturban, otras se suspenden o se hacen dolorosas y el sujeto experimentara una sensación de abatimiento y de impotencia. En la mayoría de los casos el organismo logra recobrar la salud; porque durante el proceso morboso, lejos de permanecer pasivo y a merced de las influencias perturbadoras, despliega nuevas energías, poniendo en juego, además de los mecanismos compensadores ordinarios, que trabajan ahora a más alta tensión, otros de carácter extraordinario destinados a rechazar la agresión causal y reparar sus daños. La enfermedad representa, por consiguiente, un proceso de reacción o compensación indirecta o mediata, que se asocia a menudo al dolor físico y moral».