El texto es un alegato en defensa del método de inoculación preventiva contra el cólera del eminente médico Jaime Ferrán –¡Malestar, abatimiento, tristeza, luto, miseria por doquier!… De pronto el nombre de Ferrán y el grito de ¡salvación! repercuten en el corazón de todos los alcireños–, quien preparó una vacuna anticolérica cuya aplicación masiva provocó una gran reacción social, un fuerte enfrentamiento político y una importante controversia científica.
Sin embargo, a pesar de la eficacia protectora de la inyección del vibrión colérico para evitar el desarrollo posterior del proceso morboso (en Alcira, de las más de 7.000 personas inoculadas únicamente murieron tres –y de ellas, un sólo fallecimiento podría ser atribuido directamente a fenómenos propios de la vacunación–, frente a las 57 muertes ocurridas entre las no inoculadas), la vacuna de Ferrán no estaba exenta de riesgos, aspecto que trató de solventar Santiago Ramón y Cajal en uno de los trabajos de sus Estudios sobre el microbio vírgula del cólera y las inoculaciones profilácticas.
La inmersión de Cajal en el estudio fue total. De acuerdo con sus biógrafos, en pocas semanas fabricó caldos, tiñó microbios y construyó estufas y esterilizadores; según recuerda él mismo en Historia de mi labor científica, una vez ya práctico en estas manipulaciones, “busqué y capturé en los hospitales de coléricos el famoso vírgula de Koch y dime a comprobar la forma de sus colonias en gelatina y agar-agar con las demás propiedades biológicas, ricas en valor diagnóstico, señaladas por el ilustre bacteriólogo alemán”.
Tras el estudio llegaron las conclusiones y, con ellas, la enemistad con Ferrán, ya que: “… en lo tocante al punto principal, o sea la profilaxis, me declaré poco favorable al procedimiento de Ferrán, aunque admitiendo su práctica a título de investigación científica (los cultivos puros del vírgula inyectados bajo la piel resultan inofensivos) y sin forjarme grandes ilusiones sobre su eficacia”.
Caldos de cultivo
La técnica de Ferrán se apoyaba en la creencia de que todo microbio sacado de un organismo vivo y cultivado en medio artificial se atenuaba y convertía en vacuna con poder inmunizante, profiláctico y curativo. Pero, en realidad, no se trataba de vacunas, sino de caldos de cultivo que Ferrán inyectaba en dosis crecientes. Lo que hizo Cajal fue repetir los experimentos, pero modificándolos en el sentido que lo que inyectaba, en lugar de cultivos vivos, eran bacilos muertos que obraban igual a nivel inmunizante, pero con menor peligro para los pacientes (Pedro Ramón y Cajal).
La polémica llegó a su punto más álgido cuando Cajal llevó a cabo la prueba experimental de la “vacuna química”, es decir, “la posibilidad de preservar a los animales de los efectos tóxicos del vírgula más virulento, inyectándoles de antemano por vía hipodérmica cierta cantidad de cultivos muertos por el calor”.
Como medio siglo más tarde señalara su hermano Pedro, “sus razones, como las piedras de Ayerbe, iban lanzadas con honda; se valía del potente brazo de su sabiduría y llevaba la fuerza de la razón, porque su arma arrojadiza entonces era la experimentación propia en comprobación de ajenas teorías y de personales investigaciones e ideas”.
Pero, independientemente de quien tuviera la razón, el debate fue estéril desde el punto de vista científico, ya que las publicaciones apenas tuvieron difusión en el extranjero y España perdió una gran oportunidad de incorporarse, por derecho propio, a los países que lideraban la lucha contra la infección, ya que tanto los trabajos de Cajal como los de Ferrán aportaban aspectos muy originales.
Así, mientras Cajal y Ferrán se enzarzaban en una de las polémicas más sonadas de la medicina española, los investigadores americanos D.E. Salomón y T.E. Smith aparecían, un año después de la presentación de los trabajos por parte de Cajal, como los descubridores de que la vacunación de hombres y animales con cultivos de gérmenes muertos estimula la producción de anticuerpos. Se perdía así una gran ocasión para situar a la medicina española en los escalones más altos de la ciencia internacional.
Oportunidad perdida
La obra de Ferrán, cuya propuesta era “vencer la enfermedad pasando a través de ella”, no se limitó a desarrollar el método de prevención contra el cólera, sino que también abarcó la modificación del método de Pasteur para la obtención de la vacuna antirrábica, la difusión de la vacuna antitífica y varios estudios relevantes sobre los bacilos tetánico y tuberculoso. En lo relativo al cólera o “peste azul”, Ferrán tuvo una idea genial para su tiempo, adelantándose a la mayor parte de los sabios que trabajaban en distintas partes del mundo sobre el mismo problema, pero quizás le sobró un poco de precipitación en su aplicación.
Por su parte, el excelente Cajal bacteriólogo pronto daría paso al inigualable Cajal neurólogo, ya que el magnífico microscopio de la casa Zeiss con la que le obsequió la Diputación de Zaragoza, por “su celo y desinterés” en las investigaciones microbianas acerca del vibrión colérico, le permitió dirigir definitivamente sus pasos por la discreta y angosta senda de la histología al no encontrar gozo mayor que “averiguar el cauce natural del pensamiento y de la voluntad” a través del conocimiento exacto de la textura del cerebro.
Sin embargo, Cajal se mantuvo siempre atento a los progresos de la microbiología y sus Cuentos de vacaciones, firmados bajo el seudónimo de Doctor Bacteria, contienen un buen número de episodios microbiológicos y están impregnados de metáforas microbianas. Así, por ejemplo, habla de la ciencia como “la simple consecuencia de la irritación y el contagio”, argumentando que este contagio se produce “a veces a distancia, por la semilla latente de los libros, más a menudo de cerca, por gérmenes arribados desde las cabezas geniales”.