“Por sus pasos contados la vejez se ha puesto a mi lado y anda conmigo”

  Luciano G. Egido (La piel del tiempo)

La Humanidad en su conjunto está envejeciendo y en los países occidentales la expansión de los grupos de edad de personas mayores de 65 años es cada vez más acelerada. En ella ha influido, además de los hechos apuntados anteriormente, la explosión de nacimientos que siguió a la Segunda Guerra Mundial (la generación del “baby boom” son nuestros mayores de hoy), la paradójica situación, en relación a las etapas anteriores, de las bajas tasas de natalidad actual (no llegan a cubrir en un buen número de países occidentales el llamado “relevo generacional”) y el considerable declive de la mortalidad a edades avanzadas iniciado hace tres décadas. El envejecimiento ocupa cada vez franjas más amplias en la pirámide poblacional y al hecho de vivir más tiempo se une el que estos años de más vida sean diferentes.

España no ha sido ajena a la auténtica revolución silenciosa que ha supuesto el llamado “encanecer de las naciones”. Es más, nuestro país se encuentra entre los de mayor esperanza de vida y menor índice de nacimientos y algunos expertos piensan que será el más envejecido del mundo a mediados del siglo XXI, con más de una tercera parte de personas mayores de 65 años. Esto obliga a un cambio de actitud para que la vejez, como señalaba Vicente Verdú, no sea enmascarada en una anacrónica estrategia formal ni se considere a la edad madura como “un simple trastero lleno sólo de achaques y altos riesgos de gripe, tipos a quienes debe pagársele el autobús y conectarles a la teleayuda”.

Al contrario, es necesario significar que este grupo etario, al que por desgracia no todas las personas acceden, posee determinados atributos que lo hacen resistente a la comparación con otros segmentos poblacionales. No son pocos los personajes del pasado y del presente de quienes se puede aprender cómo vivir activa y creativamente la vejez, de cómo vivir la vida en su última etapa, llenándola de vida.

En Narciso y Goldmundo, la novela en la que Hermann Hesse desentraña las relaciones entre arte y ciencia, es precisamente en la “apacible ancianidad” cuando ambos amigos alcanzan la plena comprensión el uno del otro: Narciso había representado toda su vida el pensamiento y la ciencia, es decir, la parte racional de la personalidad humana, mientras que Goldmundo se había echado al otro lado de la vida, el de los sentidos, para experimentar que de la sensualidad elevada y sublimada nace el arte.

Proceso complejo

¿Qué es la vejez? Quizás lo más fácil sería contestar de la misma manera que respondió San Agustín a la cuestión del tiempo: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé” (Confesiones). Trataré de explicar esta incapacidad.

Hoy, es bien sabido que el envejecimiento es un proceso complejo, continuo e irreversible que afecta a todos los seres vivos, ya que es la vida misma quien sufre el proceso de envejecer. Sin embargo, en el hombre, el proceso de envejecimiento está condicionado tanto por factores biológicos como por aspectos psicológicos y sociales.

La vejez es, ante todo, una construcción social, dadas las grandes dificultades que existen para definirla tanto desde el punto de vista demográfico y cronológico como desde el punto de vista funcional y psíquico.

El concepto demográfico hace coincidir la vejez con la proporción de sujetos de 65 o más años respecto al total de la población. Pero este concepto adolece de exactitud, pues en este grupo etario se encuentran tanto hombres como mujeres, personas con edades que, a veces, varían hasta en treinta años (sexagenarios, septuagenarios, octogenarios, nonagenarios, etc.), individuos que no presentan enfermedades demostrables junto a aquellos otros que sufren uno o varios procesos patológicos de menor o mayor gravedad.

Criterios

A este concepto crono-demográfico se añadió en las últimas décadas del siglo pasado otro de carácter más sociológico, como es el de “tercera edad”, que designaría un conjunto poco preciso de personas mayores, por lo que dicho concepto también presenta ciertos problemas, ya que si nos atenemos a criterios cronológicos, tercera edad haría referencia a toda aquella persona mayor de 65 años –tomada como edad de “corte” establecida–, pero si aplicamos un criterio sociolaboral, indicaría todo aquel individuo profesionalmente jubilado, con los grandes sesgos que ello lleva consigo al tratarse de de diferentes edades con situaciones físicas y psíquicas distintas, que participan con diversos grados de competencia en tareas y aspectos variados de la vida social; desde un plano más convencional, la tercera edad es interpretada como el “cajón de sastre” en el que estaría aquella proporción de la sociedad considerada como vieja o anciana.

Por otra parte, en los últimos tiempos y ligado a la insuficiencia de la edad cronológica para plantear adecuadamente la esperanza de vida individual a una determinada edad y la supervivencia de la población, ha aparecido el concepto de “edad biológica”. La edad biológica es la que se corresponde con el estado funcional de nuestros órganos comparados con patrones estándar para una edad. Se trata de un concepto fisiológico del estado del envejecimiento de nuestro organismo, habiéndose podido observar una diferencia entre la edad cronológica y la biológica que puede llegar a ser de hasta 12 años.

Si se atiende a un concepto orgánico y funcional todavía resulta más difícil, por no decir imposible, definir la vejez. Tanto como lo es fijar un momento preciso a partir del cual las funciones del organismo se deterioran. El envejecimiento origina cambios morfológicos y fisiológicos, que dan lugar a una pérdida de la capacidad de respuesta de los sistemas de reserva y una disminución en la capacidad de adaptación al medio de los distintos órganos y aparatos corporales, haciendo más vulnerable al organismo a cualquier tipo de agresión externa y, consiguientemente, a una progresiva mayor morbilidad.

Genética

Aunque tradicionalmente este declinar de los principales sistemas orgánicos se atribuía al proceso natural de envejecer, hoy se sabe que, junto al mismo, intervienen otros factores derivados del desuso, de factores ambientales, de haber padecido ciertas enfermedades previas y de los hábitos de vida. El ritmo en el que envejecemos solo está determinado en una tercera parte por la genética.

En este sentido, cada vez más se tiende a considerar el envejecimiento como un proceso que dura toda la vida y en cuyo origen intervienen un conjunto de efectos multifactoriales, mientras que se aplica el término más restrictivo de senescencia para denominar la serie de cambios involutivos que tienen lugar en las fases finales de la vida y que conducen en último término a la muerte y cuyo reflejo más llamativo es la reducción de la capacidad proliferativa de las células y del recambio de las células más envejecidas por células jóvenes.

Más allá de los cambios físicos evidentes a simple vista, el paso del tiempo va deteriorando los tejidos y órganos internos. Aunque al principio no se percibe, la pérdida es de aproximadamente un 10% por década. Este declive funcional o pérdida celular en algunos tejidos empieza en torno a los 20 años. Se produce un deterioro paulatino que no se manifiesta hasta que la pérdida de la función es muy elevada.

Mecanismos

Se han identificado varios de los mecanismos asociados al envejecimiento celular, entre otros: una estimulación del proceso oxidativo, la reducción en longitud de unas estructuras existentes en los cromosomas denominadas telómeros, cambios en el metabolismo energético y en la funcionalidad de las mitocondrias, variaciones en la capacidad inflamatoria y modificaciones de los mecanismos moleculares asociados a la funcionalidad de los vasos sanguíneos.

El envejecimiento es un proceso común a todas las especies que han surgido como consecuencia de la evolución de la vida. El problema es que, para la especie humana, a diferencia del resto de los seres vivos, este común e inevitable destino adquiere una característica muy especial: cada individuo es consciente de que tal proceso existe hasta llegar a ese momento, más o menos enlentecido según los casos, en el que “ya no se tiene mañana, sino solo ayer”, que precede a la interrupción definitiva de su propia existencia. Esta constatación, aunque percibida de diferentes modos según las personas, en general se acompaña de diversos de diversas reacciones emocionales que varían desde una simple actitud inconformista ante lo inevitable a una insufrible y prolongada desesperación ante lo que puede llegar a ser la “ya no vida”, esa desnudez impúdica por la que asoma la “no dignidad” a la que se refería Vicente Aleixandre.

En su discurso de entrada a la Real Academia de Medicina, el profesor Alberto Portera comentaba: “A quienes la vida les parece corta les interesa saber que los científicos están descubriendo mecanismos genéticos, hormonales y dietéticos que lentifican el envejecimiento de diversos tejidos o sistemas que constituyen los organismos de algunos animales inferiores. Muchos aseguran que aplicando estos conocimientos a los humanos será posible utilizar medicamentos que incrementan las expectativas de vida desde los 78 años actuales a más de 130 años. Si se alcanza esta meta, los individuos más vitalistas, antes de someterse a este tipo de tratamiento, deberán pensar no en una ¡eterna juventud’ sino en los inconvenientes que un largo envejecimiento puede acarrear”, ilustrando dichos problemas con el relato de desventajas que se acumulan en la edad avanzada que Jonathan Swift pone en boca de los struldbruggs en Los viajes de Gulliver.

Hoy, tres décadas después, no solo se han añadido unos cuantos años más a la esperanza de vida, sino que hay una mayor esperanza de que la lucha contra el reloj biológico no esté del todo perdida. Equipos de investigación, como el de Juan Carlos Izpisúa, han conseguido rejuvenecer células animales mediante procesos de reprogramación celular y cambios epigenéticos, sugiriendo: que “el envejecimiento no es un proceso rígido y unidireccional, sino un proceso plástico que se puede revertir”, apuntando un futuro en el que no sea posible hablar de la ‘eterna juventud’ desde un punto de vista distinto al del mito: “Nuestro objetivo no es sólo lograr que vivamos más años, sino que vivamos más años sanos, que los años sean saludables y que no tengamos que sufrir los síntomas y enfermedades del envejecimiento». Pero, quién sabe: el futuro es siempre una incógnita tendida al azar y a la esperanza.

Otros factores

La epigenética (del griego epi, en o sobre, y genética) hace referencia al estudio de los factores que, sin ser genes, juegan un papel muy importante en la genética de los organismos interaccionando con estos primeros. Se puede decir que la epigenética es el conjunto de reacciones químicas y demás procesos que modifican la actividad del ADN pero sin alterar su secuencia. Se atribuye a Conrad Hal Waddington la introducción del término a principios de los años cuarenta del siglo pasado para referirse al estudio de las interacciones entre genes y ambiente que se producen en los organismos, aunque 60 años después, tras la finalización del Proyecto Genoma Humano en los inicios del nuevo milenio, la ciencia se refería a ella como “el estudio de cambios heredables en la función de los genes que ocurren sin un cambio en la secuencia del ADN”.

La idea que se tenía hace pocos años de que los seres humanos y los demás organismos eran lo que está escrito en nuestros genes desde su concepción, está cambiando a pasos agigantados, y la ciencia avanza para lograr descifrar el lenguaje que codifica pequeñas modificaciones químicas capaces de regular la expresión de multitud de genes.

Para Thomas Jenuwein, del Instituo Max Planck de Friburgo: “La diferencia entre genética y epigenética probablemente puede compararse con la diferencia que existe entre escribir y leer un libro. Una vez que el libro ha sido escrito, el texto (los genes o la información almacenada en el ADN) será el mismo en todas las copias que se distribuyan entre los lectores. Sin embargo, cada lector podría interpretar la historia del libro de una forma ligeramente diferente, con sus diferentes emociones y proyecciones que pueden ir cambiando a medida que se desarrollan los capítulos. De una forma muy similar, la epigenética permitiría diferentes interpretaciones de un molde fijo (el libro o código genético) y resultaría en diferentes lecturas, dependiendo de las condiciones variables en las que se interprete el molde”.

Es difícil ser viejo, sin duda, pero, junto al duro relato de los expertos acerca del declinar biológico, sobre todo a partir de los 40-50 años, cuando el envejecimiento sigue su curso implacable, existe otro mucho más esperanzador, porque depende de cómo se manejen esos factores responsables de las 2/3 partes no genéticas, que se relacionan con nuestra forma de comer, de movernos, de descansar y de controlar el estrés, de nuestra manera de tomarnos la vida: más o menos a pecho o más o menos con humor, a sabiendas de que no saldremos vivos de esta. Y en todo ello no hay nada que no se pueda hacer, y nunca es tarde para hacerlo.

No se pierda el artículo de José González Núñez ¿Qué es la vejez? Una visión literaria