Este investigador y profesor de la Universidad de Leiden sale de las aulas para invitarnos a descubrir aves, bichos y plantas que nos rodean con otra mirada, la de un naturalista dispuesto a revelarnos algunos secretos de la evolución y a convencernos de que ésta no solo se ocupa de los dinosaurios y las eras geológicas, sino que podemos observarla al salir de casa si prestamos algo de atención. Y ahí tenemos al propio Schilthuizen, al inicio del ensayo, en un pasillo de una estación del metro de Londres levantando sospechas entre el personal porque no puede dejar de mirar ese “milagro de la microingeniería” que es el mosquito doméstico Culex molestus.
Numerosas especies han aprendido, se han adaptado y evolucionado para sobrevivir en las grandes y no tan grandes metrópolis. De lo contrario figurarían entre las especies extintas. Es un proceso inevitable que va a más. Si el planeta fueran diez baldosas se calcula que en diez años una de ellas ya estará completamente urbanizada. No todas las formas de vida no humana soportan con éxito la contaminación, la creación de edificios, el uso de pesticidas, abonos, etc., e incluso el notable incremento de la temperatura, hasta 12 grados más que en el campo circundante. Hay ciudades tan grandes que tienen ya sus especies autóctonas, que se han convertido en su hábitat natural.
Cual Darwin del siglo XXI, Schilthuizen se pone las deportivas y nos pasea por la flora y fauna de algunas capitales al tiempo que nos va detallando cuáles son esas propiedades que permiten a unas especies adaptarse a la vida urbana y no desaparecer: qué sería de las palomas sin los marcos de las ventanas de las fachadas de ladrillo o qué sería, en general, de las aves si no tuvieran el timbre adecuado para poder comunicarse en el estruendo habitual de las calles. Más les vale, por cierto, tenerlo agudo porque ese rasgo favorable es lo que, el divulgador holandés, llama preadaptación, “imprescindible para el ecosistema urbano. Determina qué especies pueden atravesar el fino cedazo de los automóviles y del hormigón, la basura y la suciedad, y así crear un hogar entre los rótulos callejeros”.
Además, la evolución adaptativa en este tipo de especies en territorio urbano puede ser mucho más rápida –años o décadas– de lo que pensaba el naturalista más famoso e influyente de todos los tiempos. Darwin dejó escrito en El origen de las especies (1859) que “nada vemos de estos cambios lentos y progresivos hasta que la mano del tiempo ha marcado el transcurso de las edades”. Ahí está el caso de la mariposa de abedul para contradecir a Darwin o cómo, sin necesidad de que transcurran muchos siglos, las polillas que habían mutado hasta desarrollar alas claras tenían menor riesgo de ser víctimas de los pájaros que las de alas oscuras. Esta evolución por selección natural está considerado el primer caso de salto evolutivo urbano y rápido inducido además por la acción humana. Así que la próxima vez que se cruce con un mirlo descarado, una hormiga desatada o una planta que brota salvaje en un hueco de la carretera sepa que está ante un triunfador de la evolución de las especies.
Darwin viene a la ciudad. La evolución de las especies urbanas [1]
Menno Schilthuizen [2]
Traductor: Eduardo Jordá
Editorial Turner
296 páginas
21,90 euros