El corazón, “ese órgano singular capaz de sentir un apretón de manos (…), un cuarto de kilo de carne en que se centra el golpe de tierra que somos” (Ramón Gómez de la Serna) aparece por todas partes. Se hace tan presente en la vida del hombre como el aire que respiramos 13 veces por minuto, como sus 100.000 latidos diarios. Pero el corazón va mucho más allá. Según el Libro de los Proverbios: “Todo sale del corazón, lo bueno y lo malo. De él mana la vida”. Ese músculo, cuya anatomía de cuerdas espirales es imitada por la arquitectura gótico-gaudiana, como demostró el genial Francisco Torrent Guasch, mora en el pecho, amora y se enamora, engrana las noches y desgrana los días, y cuando la pasión le hace salir fuera de sus veredas cardíacas trata de buscar el camino de regreso a su hogar torácico, tal y como aconsejaba Mario Benedetti.
Desde la primera albaquira de la humanidad, ha sido contemplado desde todas las perspectivas posibles. La historia, el lenguaje, la literatura, la música, el cine… están cargados de párrafos del corazón, muchos de los cuales forman parte de nuestra experiencia diaria. Por su parte, el arte ha encontrado siempre en el corazón un motivo de representación artística, mientras que la ciencia y la filosofía han tenido desde antiguo un tema de inagotable investigación, pues no en vano el corazón ha simbolizado desde tiempos inmemoriales todos los valores inherentes al ser humano por su consideración de rector de las decisiones humanas, al tiempo que órgano principal del cuerpo. Por eso no es de extrañar que para el saber popular: “nada hay que tanto asombre como el corazón del hombre”.
Probablemente la primera referencia al corazón haya que buscarla en la palabra hrid, procedente del sánscrito, la lengua de los grandes textos clásicos hindúes. Según el médico y poeta chileno Hernán Baeza, esta palabra significa “saltador” y hace referencia a los saltos que da el corazón en el pecho en respuesta a los esfuerzos y a las emociones. En la tradición hindú se representa gráficamente el centro de energía (chakra) del corazón como un ciervo o antílope en actitud de saltar.
Al parecer, una variante de la palabra hrid, que los griegos pronunciarían krid, luego kridía y más tarde (por metátesis) kirdía, dio lugar al término griego καρδια y al latino cor. Cuando el latín vulgar evolucionó hacia las diferentes lenguas romances, casi todas ellas denominaron al corazón con esta última palabra o con vocablos derivados de ella. Así, el catalán mantuvo cor, el francés derivó hacia coeur y el italiano evolucionó hasta cuore. En castellano se usó el término cor durante la Alta Edad Media.
La palabra corazón, que al principio se escribía coraçon (así se refleja todavía en El tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, en la primera edición de 1611 y en las varias ediciones posteriores), apareció por primera vez hacia 1100, en el Glosario de voces romances, registradas por un botánico hispano-musulmán anónimo, editado hace algunos años por el profesor Miguel Asín Palacios. Inicialmente, corazón debió de ser aumentativo de cor, pero luego pasó a designar a este órgano sin connotación alguna de tamaño. Éste es el origen también del gallego corazón y del portugués coração. Asimismo, la similitud de las palabras que designan corazón en las diferentes lenguas germánicas con el sánscrito hrid es evidente: el alemán herz, el neerlandés hart, el inglés heart y las distintas variantes de las lenguas escandinavas (hjerte, hjärta y hjarta).
Advierte Sebastián de Covarrubias en su Tesoro que “tener gran coraçon un hombre no es tenerle materialmente grande en cantidad, sino en fuego, animosidad y determinación” y “hablar de coraçon es hablar con amor y buenas entrañas y buena voluntad”. En la actualidad, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE), el Diccionario del uso del español de María Moliner y el Diccionario del español actual de Manuel Seco y colaboradores coinciden en las distintas acepciones de la palabra corazón, las cuales podemos agruparlas en cuatro tipos distintos:
– Las que hacen alusión a su condición de órgano corporal: “órgano muscular impulsor de la sangre, situado en el hombre en la cavidad torácica”.
– Las que se refieren a su consideración como asiento del amor, símbolo de los sentimientos o fuente de actos afectivos.
– Las que recogen su significado como sinónimo de ánimo, valor, espíritu, voluntad, benevolencia…
– Las que lo sitúan como parte central, íntima o esencial de alguna cosa.
La palabra corazón es utilizada como vocativo referido a una persona querida y, seguida o precedida de diferentes adjetivos, adquiere numerosos significados. He aquí algunos de ellos:
– Blando: persona benévola o compasiva.
– Duro: persona malévola, incapaz de compasión.
– Buen/Bueno: persona bondadosa o benevolente (a veces, se trata de una persona que es “todo corazón”).
– Mal/Malo: persona cruel.
– Gran/Grande: persona generosa (a veces, el corazón puede llegar a ser tan grande que “no cabe en el pecho”).
– Pequeño: persona ruin (Santa Teresa de Jesús habla de “cosas que no ensanchan el corazón, sino que lo aprietan”).
– Pobre: persona de “poco espíritu”, de escaso ánimo.
– Pinturero: persona con vena artística, singular.
– Limpio: persona que no alberga sentimientos innobles.
– Sucio: persona que alberga sentimientos innobles.
Tener corazón es tener ánimo, valor, mientras que no tener corazón es ser una persona insensible; es como no tener alma. Hacer o decir algo de corazón es realizarlo o expresarlo de forma sincera, con afecto. Si se hace o dice con el corazón en la mano, es que se está hablando u obrando con franqueza, como se siente. Todo ello puede hacerse extensivo a lo que sale del corazón y cuando algo se muestra con la mano en el corazón, se está queriendo transmitir cariño, sentimiento, sinceridad… Estar con el corazón en un puño es estar en vilo, sentir angustia, intranquilidad, zozobra; por el contrario, meter o poner el corazón en un puño es tratar o conseguir amedrentar a alguien.
De las frases en las que el corazón va asociado a un verbo merece la pena destacar la antiquísima “venir en corazón”, que significa desear. Junto a ella merecen destacarse las siguientes por ser de uso común en la actualidad:
– Dar o decirle a uno el corazón: tener un presentimiento.
– Encoger (encogérsele a alguien) el corazón: sobrecogimiento, miedo, pena o tristeza, sentirse anonadado o asustado, afligirse por un dolor ajeno.
– Ganarse el corazón de alguien: conquistar el afecto.
– Partir, romper, quebrar el corazón: sentir mucha lástima.
– Arrancar el corazón: destrozar los sentimientos de alguien, hacer daño en grado sumo.
– Atravesar el corazón: penetrar de dolor a alguien.
– Helar o helársele el corazón: quedarse pasmado ante una noticia o un susto, o por la visión de algo.
– Velarse o cubrirse el corazón: entristecerse mucho.
– Brincar (dar brincos) el corazón: alegría, gozo, impaciencia.
– Palpitar, latir el corazón: sentir emoción.
– Levantar el corazón: animar o animarse.
– Clavarse una cosa en el corazón: producir mucha pena.
– Secar o secársele el corazón: se dice de la persona que se vuelve insensible.
Las construcciones “del corazón”, “para el corazón”, “en el corazón”, “por el corazón”, etc. permiten buscar la procedencia, averiguar a donde se dirigen, localizar, irradiar… los más variados sentimientos. No obstante, el material con el que está hecho el corazón puede ser de origen muy diverso. Así se puede tener un corazón de oro, de bronce, de hierro, de plomo, de hojalata, de corcho, de acero, de piedra, de cristal, de diamante, de carbón, de miel, de tuera, de melón, de ceniza, de barro, de tierra; dependiendo de cuál sea el tipo de material, el órgano cordiaco y cardiaco, de la cordialidad y de la cardialidad puede variar el sentido de sus párrafos.
En definitiva, no es de extrañar que el corazón, en cualquiera de los significados que permite la palabra, aparezca frecuentemente como protagonista o como referencia a lo largo de la historia de la literatura, en la ficción literaria, en dramas y novelas, en cuentos y poemas. La polisemia permite, como en pocos otros casos, el juego y la metáfora, la búsqueda del otro y el viaje interior, lo físico y lo espiritual. Incluso, desde antiguo, se ha llegado a plantear el corazón como la sede del lenguaje. Así lo podemos ver ya en los escritos bíblicos atribuidos al rey Salomón: “el corazón del sabio amaestra su lengua” y muchos siglos después, en la época que Antonio de Nebrija publicaba su Gramática castellana y Cristóbal Colón descubría América, en los textos de Diego de San Pedro: “son las palabras imagen del corazón”.