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Cincuenta años sin Luis Cernuda

Había salido de España a principios de 1938. Dejando atrás el escenario de la Guerra Civil recaló brevemente en París y desembarcó en Inglaterra con el objetivo de apoyar a través de unas conferencias la causa republicana. La cuestión se le iría complicando y el regreso pasó de complicado a imposible.

Tras colaborar en Oxford con una colonia de niños vascos expatriados, ejercería como lector y profesor de español, siempre en difíciles circunstancias, en Surrey, Glasgow, Cambrigde y Londres.

Posteriormente mejoraría algo su situación con su salto a Estados Unidos, impartiendo clases en colegios universitarios de Vermont y Massachusetts. Por fín, y renunciando a la seguridad que le ofrecía la docencia estadounidense, cruzaría a México en donde, entre amores, añoranzas, amistades y desdenes, sucumbiría definitivamente su cuerpo.

Bulos y verdades

cernuda1 [1]Se han dicho tantas cosas sobre su carácter y ostracismo… Tantas han sido las habladurías en torno a su persona en una sociedad en la que el falso testimonio, lejos de penalizarse, corría y sigue corriendo como la pólvora… Pero tanto bulo sobre su personalidad compleja ha quedado desmentido por la realidad.

Octavio Paz recoge la apreciación de muchos de los que directamente trataron a Cernuda escribiendo: “Lo encontré siempre tolerante y cortés; amigo leal y buen consejero, tanto en la vida como en la literatura. Era tímido pero no cobarde; era reservado pero también franco. La moderación de su lenguaje daba firmeza a su rechazo de los valores de nuestro mundo. Respetaba los gustos y opiniones ajenos y pedía respeto para los suyos. Su intransigencia era de orden moral e intelectual. Odiaba la inautenticidad, mentira e hipocresía, y no soportaba a los necios ni a los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los otros. Cierto, a veces sus reacciones eran exageradas y sus juicios no eran siempre justos ni piadosos”.

O la visión de Pedro Salinas: “Difícil de conocer. Delicado, pudorosísimo, guardándose su intimidad para él solo, y para las abejas de su poesía que van y vienen trajinando allí dentro –sin querer más jardín– haciendo su miel”.

O el apunte de Alberti: “Cernuda era el cristal, capaz en un instante de romperse”.

El hecho es que hoy sabemos mucho más de su vida, condicionantes y circunstancias verdaderas gracias a trabajos como el Antonio Rivero Taravillo [2] que ha levantado un espléndida y amplia biografía sobre el poeta sevillano.

Luis Cernuda [3]

Poeta

Para empezar eso; por encima de todo, poeta. Porque Luis Cernuda escribió mucho: narraciones, artículos, ensayos literarios, cartas, una obra de teatro incluso. Pero, sobre cualquier otra cosa, hablamos del poeta. Así lo era y se sentía.

Cernuda está hoy unánimemente (todo lo “unánime” que la subjetividad literaria permite) considerado como el creador más influyente de la Generación del 27, que él siempre prefirió denominar “del 25”. Uno de los poetas esenciales de la lírica contemporánea en español.

“Fui niño/prisionero entre muros cambiantes”, escribe en Donde habite el olvido quien había nacido el día que comenzaba el otoño de 1902 como Luis Mateos Bernardo José Cernuda Bidón en Sevilla, una ciudad con algo más de 150.000 habitantes.

Ese mismo año nacerían Alberti, Sender y Max Aub; publicaba Machado sus Soledades, y Juan Ramón Jiménez sus Rimas en una España que no acababa de curar las heridas provocadas por las pérdidas coloniales, entre ellas Puerto Rico, de donde procedía el padre del poeta.

Escapar

Del primer tramo de su vida, Cernuda escribe: “Una constante de mi vida ha sido actuar por reacción contra el medio donde me hallaba. Eso me ayudó a escapar al peligro de lo provinciano, habiendo pasado la niñez y juventud primera en Sevilla, donde la gente pretendía vivir no en una capital de provincias más o menos agradable, sino en el ombligo del mundo, con la falta consiguiente de curiosidad hacia el resto de él”.

No se pretende en esta reseña biografiar al escritor, sino dar unos breves apuntes que remarquen aspectos que condicionaron su existencia. Como el que en torno a los 14 años, con el despertar de la pubertad y de su homosexualidad, comenzara a escribir versos: “Aunque me escondiera para hacerlo y nadie en torno mío tuviera noticia de tales intentos”.

Se ha marchado el deseo

por la noche entreabierta

y en tímido reposo

el cuerpo se contempla

Más tarde compagina estudios de Derecho y el servicio militar y “descubre” su gran afición por el cine, que no abandonará hasta el final de sus días. El previo a su muerte vio Divorcio a la italiana y el mismo de su fin pensaba volver a verla con Concha Méndez, la mujer de Manuel Altolaguirre, con quienes el poeta vivía en México .

Publicación y rechazo

En abril de 1927 se publica Perfil del aire, su primer libro de poemas. Dedicado a Pedro Salinas, ve la luz en la imprenta Sur, de Málaga, fundada por Emilio Prados y Altolaguirre. En general, no fue bien recibido y, como indica Rivero Taravillo, “ya por entonces, en 1927, sentirá que la vocación poética es lo que dará único sentido a su vida”. Por eso le duele sobremanera el desprecio con el que ve que se acoge su obra y, amargamente, Cernuda escribe:

“La experiencia me iría indicando luego las causas para aquellos ataques; pero entonces, conociendo cómo a todos los libritos de versos que por aquellos años aparecían en España se les había recibido, por lo menos con benevolencia, la excepción hecha al mío me mortificó tanto más cuanto que ya comenzaba a entrever que el trabajo poético era razón principal, si no única, de mi existencia”.

Este resquemor le durará hasta el fin. Muchos años más tarde, en el poema A sus paisanos y refiriéndose al recibimiento de Perfil del aire, lamenta:

No me queréis, lo sé, y que os molesta

cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.

¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?

Porque no es la persona y su leyenda

lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.

Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado

leyenda alguna, caísteis sobre un libro

primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.

Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

Años, destinos, libros….

En septiembre de 1928 Cernuda salta de Andalucía a Madrid. “Aquellos años la ciudad grande era tema literario muy a la moda y aunque Madrid no era ciudad comparable a Berlín o Nueva York, en mi caso resultaba al menos aquella donde yo debía tratar de ganarme la vida. Mi grado universitario no podía servirme de mucho, porque era de licenciado en Derecho y éste nunca me atrajo. Entreveía también que yo servía de algo que, en mi caso, no admitía se le diese devoción secundaria ni compartida: la poesía”.

Pasarán los años, los destinos, los trabajos, los libros, los acontecimientos… Tiemblan sus palabras…

Todo lo que es hermoso tiene su instante y pasa.

Importa como eterno gozar de nuestro instante.

Yo no te envidio, Dios; déjame a solas

con mis obras humanas que no duran:

el afán de llenar lo que es efímero

de eternidad , vale tu omnipotencia.

Sagrada y misteriosa cae la noche,

dulce como una mano amiga que acaricia,

y en su pecho, donde tal ahora yo, otros un día

descansaron la frente, me reclino

a contemplar sereno el campo y las ruinas.

Final

cernuda2 [4]Como cada día tras su regreso a México desde California en mayo de 1963, Cernuda madruga. De pie, a las seis cada mañana, se prepara el desayuno, exprime unas naranjas y él mismo arregla la cama y su cuarto.

En la del 5 de noviembre la rutina se rompe. No baja a desayunar. Suben a buscarlo y lo encuentran tendido delante de su cuarto de baño en pijama, batín y pantuflas. Sujeta en la mano derecha una pipa y en la izquierda una cerilla que no ha tenido tiempo de prender. Está muerto.

“Cuando abrimos la puerta de su cuarto nos dio la impresión de que estábamos entrando en la celda de un monasterio, relata la periodista C. Rivas. Las paredes desnudas. Un sofá, una cama (que el fallecido tuvo tiempo de estirar), un vaso de agua en la mesilla de noche, un pañuelo bajo la almohada. Un escritorio, un librero… Todo igual. Parecía que de un momento a otro iba a entrar el poeta protestando porque habíamos violado su intimidad.”

En la mesilla de noche, el libro que leía en el momento de su muerte: Novelas y cuentos, de Emilia Pardo Bazán. Marcando la página dos reproducciones: el David de Miguel Ángel y el retrato de Francisco I pintado por Tiziano.

Fue enterrado el 6 de noviembre en el Cementerio Panteón Jardín, fosa 48, fila 4, sector C, muy cerca de donde yacía Emilio Prados. Entre las 17 personas que asistieron al sepelio se contaban Manuel Andújar, Max Aub y Giner de los Ríos que, como refiere Rivero Taravillo, reservó algunos de los claveles que llevaba para ponerlos sobre la cercana lápida de Prados.

Fin. En el aire los versos de quien nunca pudo volver pero siempre tuvo la añoranza del regreso:

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur

de ligeros paisajes dormidos en el aire,

con cuerpos a la sombra de ramas como flores

o huyendo en un galope de caballos furiosos.