Coleccionando a César Aira

Entre los cientos de libros de Aira hay algunas constantes que delatan que entras en su universo: narradores inteligentes, situaciones delirantes, giros caprichosos, finales un tanto abruptos, frases brillantes, bromas e ideas provocadoras, absurdas o directamente disparatadas… Como suelen ser muy breves, cuando acierta no hay más que buscar una nueva dosis en el mercado y cuando se equivoca no lamentarás, al menos, haber invertido mucho tiempo.

El arte y los artistas han sido más de una vez combustible inspirador para Aira. Artforum, la sofisticada revista sobre arte contemporáneo fundada en Nueva York hace casi sesenta años, se convirtió para el narrador y cabe presumir que que también para el propio Aira en una fuente de obsesiones, manías y supersticiones, la mayoría de ellas ligadas a la dificultad de encontrarla en Argentina, la desazón de los retrasos tras la suscripción o a la búsqueda de números antiguos de un artefacto que era mucho más que papel y tinta, era “también ideas y ensueños; reproducían la dialéctica del arte, con tanta o más propiedad que el arte mismo”.

Vive su obsesión como un crío. Solo los niños son capaces, después de una tarde memorable, de confesar a sus padres al acostarse que ese ha sido el mejor día de su vida. El coleccionista de ejemplares de Artforum confiesa que sería eternamente feliz si cada día le pasara lo que le pasó un 6 de diciembre de 2002 cuando el aviso de un amigo le permitió hacerse con veinticuatro números de algo que tanto le hace soñar, le estimula y le inspira. “Se dirá que son objetos materiales, y que la felicidad la producen otros bienes. ¿Pero será cierto? Siempre tiene que haber algo material, hasta el amor necesita algo que tocar”. El fetichismo en toda su dimensión. Ese que le lleva a decir que con solo ver por casa la portada del último número se le levanta el ánimo. El mismo que le anima a hablar de su pasión en conversaciones con amigos por si alguien puede chivarle existencias en caso de cruzarse con ellas.

En el polo opuesto, cuando la revista no llega, el coleccionista acusa un estado que define como algo parecido a la nada, una “niebla impenetrable”. Pero no solo hay emoción y tristeza, excitación y pena, en su vínculo con la legendaria revista; hay otros estados porque la relación evoluciona como, por otra parte, sucede con todas las historias de amor marcadas por la pasión.

Aún más breve es El gran misterio. En este caso el narrador es una suerte de científico amateur que se autocalifica de Genio y nos relata una mínima trama descacharrante con pocos personajes de escasa entidad (la esposa temerosa de ser asesinada, los abogados que llevan el divorcio…) pero que merece la pena seguir para encontrar humoradas como la siguiente: “Si bien no soy de naturaleza sociable, y mis estudios y trabajos me han mantenido relativamente aislado del común de la gente, he tenido el trato suficiente con los seres de mi especie para apreciar sus abismales limitaciones mentales. De mil hombres, uno solo puede articular algo inteligente una vez al año. No es que yo sea un misántropo: soy realista”. Es lo que tiene el universo de César Aira: que si valoras esa voz propia, ese sello tan personal que tiene todo lo que sale de su imaginación, disfrutarás más con unas historias que con otras pero cuando te descuides habrás empezado una colección.