Alto y espigado, Kafka era un tipo atractivo en el que llamaba la atención la profundidad de una mirada sobre la que mucho se ha escrito. Pero quienes personalmente le conocieron y sus diferentes biógrafos no acaban de ponerse de acuerdo en algo tan elemental como el color de sus ojos. Desde el “marrón que resplandecía cuando hablaba” que apuntó Dora Diamant, a los “grandes ojos grises” que definió Gustav Janouch, pasando por el “azul acero” que tanto impresionó a Dora Gerritt. Sobre ese detalle también indaga Reiner Stach, que en el intento de desentrañar esas contradicciones llega a la conclusión de que el verdadero tono es el que registra el pasaporte del escritor: “gris azulado oscuro”.
Esta minuciosidad es otra muestra más de la precisión de quien ha dedicado 18 años a desentrañar el núcleo de la vida y la obra, los misterios, de uno de los autores más grandes y enigmáticos del siglo XX. El resultado es esa decisiva biografía dividida en tres partes, Los primeros años (1883-1910), Los años de las decisiones (1910-1916) y Los años del conocimiento (1916-1924), publicada en 2016 por Acantilado en dos volúmenes. Y el que ahora ve la luz: ¿Éste es Kafka? 99 hallazgos.
Sorpresas
A lo largo del lento proceso recopilador, Stach visitó numerosas bibliotecas y archivos de Praga e Israel, donde se topó con buen número de sorpresas: manuscritos de una picardía o ternura extraordinarias, fotografías desconocidas, fragmentos de cartas y testimonios de contemporáneos que vertían una inesperada luz sobre la personalidad y la obra del escritor praguense, cuya vida apenas alcanzó los cuarenta años y once meses. El hombre al que le gustaba viajar, y aunque lo hizo mucho menos de lo que hubiera deseado, conoció Berlín, Múnich, Zúrich, París, Milán, Venecia, Verona, Viena y Budapest. El soñador que vio el mar tres veces y fue testigo de una guerra mundial. El amante y seductor que nunca se casó, aunque estuvo prometido tres veces: dos con la empleada berlinesa Felice Bauer y una con la secretaria praguense Julie Wohryzek.
Al explicar las razones de esa negativa ante el matrimonio su biógrafo explica: “Él creía que ser un hombre de familia no era compatible con ser escritor. Y escribir le gustaba demasiado. No quería abandonar la escritura pero a la vez le aterraba envejecer solo. Le aterraba que su vida fuera como la vida de su tío español, al que a menudo preguntaba cómo era eso de volver a casa por la noche, a la pensión, y que no hubiera nadie esperándole, nadie más que otros huéspedes, y su tío le contestaba que era triste. Pese a ello durante el día Franz no pensaba en eso porque no dejaba de escribir y trabajar”.
“Yo soy la literatura”
En ¿Éste es Kafka?, Stach reúne los 99 hallazgos más inesperados, los sitúa comentando su procedencia o contrastándolos con la obra del escritor y, en definitiva, desvela nuevas teselas del mosaico siempre misterioso e incompleto de Kafka a través de ocho apartados: Peculiaridades; Emociones; Leer y escribir; Sainetes; Ilusiones; Otros lugares; Reflejos y Final.
Era inevitable que un escritor como Franz Kafka –al que apenas una década después de su temprana muerte muchos consideraban tanto una aparición meteórica como un futuro clásico–, escribe Reiner Stach, “despertase un enorme interés biográfico. El acuciante deseo de explicaciones en clave humana que sus textos alientan constantemente se extendió a su vida privada y, por añadidura, a su entorno cultural, político y social”.
En buena medida ¿Este es Kafka? satisface esa curiosidad y, como queda dicho, humaniza a un creador que en el fondo y pese a sus inseguridades se sabía trascendente hasta el punto de confesar en sus diarios “yo soy la literatura”. El escritor que al final de su vida, escribió: ‘”Lo he abandonado todo, las mujeres, los viajes, todo por la escritura, ¿y cuál es el resultado?’”.
El final
Durísimo consigo mismo, de las casi 3.500 páginas que creó sólo considero “definitivas” las aproximadamente 350 que integran los cuarenta textos de los que se sentía, al menos medianamente, satisfecho. Por suerte, su amigo Max Brod desoyó el ruego kafkiano de que todo fuese destruido tras su muerte. Como señala Stach: “Max desobedeció y salvó esas páginas no una sino dos veces. En primer lugar no quemándolas y después sacándolas de Praga cuando llegaron los nazis”.
El 11 de junio de 1924, ocho días después de su muerte en el sanatorio de Kierling, a las afueras de Viena, Franz Kafka fue enterrado en el cementerio judío de Praga. En la necrológica firmada por su traductora, confidente y amiga Milena Jesenská puede leerse: “Su enfermedad le dio una sensibilidad que rayaba lo maravilloso y una claridad mental casi aterradoramente rigurosa; y por otro lado este hombre depositó sobre su enfermedad todo el peso de su angustia espiritual. Era tímido, sereno y bueno, pero escribió libros terribles y dolorosos… Era demasiado clarividente, demasiado sabio para vivir y demasiado débil para luchar, pero su debilidad era la de las almas nobles y bellas”.
Reiner Stach
Traducción de Luis Fernando Moreno Claros
Acantilado
336 páginas
22 euros