Ahí va otro ejemplo que abunda en la cosa teológica, éste sacado de la primera biografía de Alex de la Iglesia, La Bestia anda suelta (Glenat, 1997), de Marcos Ordoñez. Así habla el primero cuando el segundo saca el nombre de nuestro hombre:
«Estás hablando de Dios. Fernán Gómez es DIOS. Habría que hacer manifestaciones con carteles que dijeran “Fernán Gómez es Dios”. Es el mejor actor que ha habido jamás en España y uno de los mejores directores. El extraño viaje es una de las cosas más grandes que se han hecho en este país. En todas mis películas he intentado tener a Fernán Gómez y no ha sido posible».
Y es que pocas personalidades de la cultura española se prestan tanto a la hipérbole con sentido como FFG, nacido en Lima, Perú, en 1921 y fallecido en Madrid en noviembre de 2007.
Y nuestro dios hizo películas horrendas como actor y algunas también espantosas como director, pero a los artistas hay que valorarles por lo mejor que hicieron y FFG hizo mucho y, lo que le hace realmente especial, en múltiples ámbitos de la creación; fue un gigante en el cine como guionista y director (El extraño viaje, El mundo sigue, El viaje a ninguna parte, La vida por delante, La vida alrededor); un nombre esencial del teatro como autor (Las bicicletas son para el verano) y como actor o director (Un enemigo del pueblo, Sonata a Kreutzer, Pensamiento); responsable de obras valiosas para la televisión (El pícaro, Juan Soldado), la novela (La Puerta del Sol) o el artículo (El actor y los demás, Historia de la Picaresca) y, claro está y según numerosos testimonios, un lujo para cualquier tertulia, un superdotado para la conversación, para la narración oral. Los que no tuvimos la suerte de disfrutarle en directo, tenemos un posible acercamiento en el libro La buena memoria (1997), en diálogo con Eduardo Haro Tecglen servido por Diego Galán y, sobre todo, en la película La silla de Fernando, un regalo impagable de David Trueba y Luis Alegre a las generaciones futuras.
Pero FFG siempre será un actor, casi diría EL actor. Es un icono del cine español, icónico a la manera que lo puedan ser Alec Guiness en el Reino Unido o Alberto Sordi en Italia, o los Landa, López Vázquez e Isbert por estas tierras. Un actor inmenso presente en películas de culto (Vida en sombras, El Anacoreta), objeto de deseo de algunos de los mejores directores que ha dado este país: de Luis García Berlanga a Manuel Gutiérrez Aragón, de Víctor Erice a Pedro Almodóvar, de Carlos Saura a Fernando Trueba, de José Antonio Nieves Conde a Pedro Olea, de José María Forqué a Jaime de Armiñán, de Edgar Neville a José Luis Garci, de José Luis Sáenz de Heredia a Imanol Uribe, de Mario Camus a Gonzalo Suárez; a todos ellos dio pequeñas o grandes dosis de su enorme talento cómico y dramático.
Algunos han hablado de lo que supuso disponer de sus servicios como actor y se deshacen en elogios, haciendo hincapié en su profesionalidad y en la meticulosidad con que preparaba sus trabajos… lo cual no es poco para un actor que trabajó en casi doscientas películas, en buena parte de ellas como protagonista.
Hay años concretos que causan verdadero asombro: en 1953 trabajó en cinco largometrajes, de los cuales dirigió dos (precisamente las dos primeras: Manicomio y El mensaje); repetiría la hazaña varias veces: por ejemplo, en 1976 y otro tanto en 1986. Este último año tiene tela si tenemos en cuenta que fue el de la dirección de Mambrú se fue a la guerra y el de El Viaje a ninguna parte.
Una filmografía que arranca en 1943 y se cierra en 2006, un año antes de fallecer. Un titán de la interpretación… y de la modestia. Ahí está, para quien quiera comprobarlo, una nueva edición de su autobiografía, El tiempo amarillo, en la mesa de novedades de nuestras librerías; esta vez con prólogo de Luis Alegre y gracias al buen hacer de la editorial Capitán Swing. Seguramente a FFG le habría gustado verse compartiendo catálogo con obras de actualidad política y clásicos como Steinbeck, Zweig, Fitgerald o Faulkner.
Antes fue Debate quien puso el libro en manos del lector. Lo hizo en abril de 1990, es decir hace justo 25 años, en dos tomos que abarcaban los años 1921 a 1987. Memorias que fueron ampliadas hasta el año 1997 en la misma editorial. Desde entonces ha predominado el elogio con algunos consensos, a saber: que leyendo estas páginas apenas sabremos nada sobre su vida sentimental pese a la importancia reconocida por el autor que han tenido las mujeres (María Dolores Pradera, Analía Gadé, Emma Cohen) en su obra y todo debido a un pudor excesivo que el propio FFG advierte que le impide escribir abiertamente sobre estos asuntos; o que la primera parte del libro es bastante mejor que la segunda (diremos en defensa de la globalidad que esa parte inicial, que abarca su adolescencia durante la Guerra Civil y que es la sustancia básica con la que escribiría su obra de teatro Las bicicletas son para el verano, es un auténtico prodigio); o que las mejores páginas se localizan entre aquellas que dan cuenta de la relación con la madre (fue hijo de madre soltera) y con la abuela, las que describen la vida cotidiana en el Madrid republicano y la ciudad luego sitiada, o las que incluyen sus reflexiones sobre la vida de los cómicos… Poco bombo, por no decir ninguno, encontrará el lector.
No es éste un libro que sacie la sed de saber más sobre la obra de FFG, sobre esas películas menos conocidas o casi secretas como Vida en sombras, Manicomio, Rififí en la ciudad, Mi hija Hildegart o aquellas otras, cada día más divertidas, como El malvado Carabel, Solo para hombres y La venganza de don Mendo, las tres dirigidas por el propio FFG. No es éste el libro porque no debe serlo. FFG merece uno de esas obras ambiciosas que tan poco abundan por estos pagos, sobre todo cuando el objeto de estudio es un actor o un director de cine.
“Uno admira en la vida a unos cuantos actores, a algunos novelistas, directores de cine, autores teatrales. Lo raro es que todas esas admiraciones le puedan coincidir en una sola persona. Si la admiración siempre tiene una parte de gratitud, a casi nadie me siento yo tan agradecido por tan distintos motivos como a Fernando Fernán Gómez”. Me habría gustado escribirlo a mí pero lo hizo el novelista Antonio Muñoz Molina hace ya casi veinte años.
¡Con Dios!