Hace cuatro décadas, Berger publicaba el hoy casi inencontrable Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, un libro poético y asombroso de pequeño tamaño y calado profundo que condensa buena parte de lo que ha transmitido el quehacer, -como novelista y artista plástico, como poeta y dramaturgo y como crítico de arte y guionista de cine-, de quien ha aportado una visión nueva sobre lo que la cultura es y representa. Sobre lo que la intelectualidad es y debe representar en el atribulado mundo de hoy. Un maestro que, desde la grandeza de la humildad, ha enseñado a mirar de otra forma el arte, la vida, la injusticia y la muerte.
Lo sencillo del mundo
Berger, que vivió parte de su vida en una pequeña aldea alpina de la Alta Saboya francesa, siempre tuvo en el mundo rural uno de sus vitales asideros. Ya consagrado como creador literario con un ojo siempre puesto en la futilidad de la existencia, encaró la trilogía De sus fatigas, una de las cumbres narrativas de la literatura europea de la segunda mitad del siglo pasado, en la que a través de dos libros de relatos, Puerca tierra y Una vez en Europa, y la novela Lila y Flag, lamenta el drama de la desaparición del mundo rural provocado por la marcha de los campesinos hacia las grandes ciudades.
El retrato de un artista húngaro exiliado en Londres que tituló Un pintor de nuestro tiempo supuso en 1958 su debut literario. Ya en aquel primer envite se manifestaba el talante de un escritor que, en sus diversas variantes, aunó el tono profundamente poético de su creación con el compromiso constante con los desheredados, con la defensa de la naturaleza, con el arte como materia de salvación y con la honestidad como elemento sustancial sin el que el ser humano pierde gran parte de su sentido.
Divulgador de arte y asesor de numerosas pinacotecas de todo el mundo, entre ellas el Museo del Prado, Berger fue también un sólido guionista de cine. Su colaboración con el director Alain Tanner fraguó en películas como La salamandra, El centro del mundo y Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000. Además, su labor como dramaturgo dio pie a colaboraciones de teatro experimental con Nella Bielski y el Teatro de la Complicidad.
Casi un centenar de obras
Además, en distintas épocas de su creatividad fueron surgiendo, entre casi un centenar de obras, Modos de ver, G., una particular versión de los viajes de Casanova que logró el Booker, El cuaderno de Bento, Con la esperanza entre los dientes, Siempre bienvenidos, The Seventh Man, el conmovedor poemario Páginas de la herida, Un hombre afortunado, ilustrado con fotografías de Jean Mohr, Modos de ver, una maravillosa y sencilla reflexión sobre el efecto que el arte causa en quien lo observa, o Hacia la boda, una historia de amor en tiempos del sida escrita en 1995, cuyos derechos de autor cedió a los comités de lucha contra esta enfermedad en cada uno de los países en que fue publicada.
Hace pocos meses fue editado en nuestro país Rondó para Beverly, escrito en carne viva en colaboración con su hijo Yves para honrar la memoria de la mujer con la que compartió existencia hasta su fallecimiento en 2013, «una ausencia que me acercó a un final, el mío propio, que miro sin dramatismo».
Berger, personaje clave en la historia actual de la cultura europea ha muerto. «Il est parti», dijo escuetamente su nieta. «Partió». Lo hizo en ese punto en el que el día se despide y la oscuridad anuncia nueva noche, juego de entreluces tan próximo a una obra, la suya, que al tiempo mira de frente hacia lo que se pierde sin dejar de observar, con esperanza, un futuro del que desconocemos casi todo.
Repasamos con nostalgia las claves de su obra y en la hora en la que se desvanece su existencia la pregunta surge inevitable: ¿Dónde ha ido John Berger?