Pedro González-Trevijano, autor del muy interesante Dragones de la política, habla de ellos comparándolos con los fabulosos seres que a lo largo de los tiempos provocan pánico desde la mitología y las narraciones populares.
Los “dragohumanos”, así los califica el autor, son seres imponentes, bien sea es su vertiente más majestuosa o en la ridícula y pomposa. Personajes que habitaron, y en algún caso siguen haciéndolo pues viven y beben, el complejo y tantas veces confuso ámbito de la política, un campo de cultivo ideal para que estos dragones humanos puedan dar rienda a su implacable voracidad, a la codicia, a su ansia de mando y al anhelo de conquista.
Enorme y pestilente
Un dragón, apunta en el prólogo del libro Mario Vargas Llosa, es un animal mítico, enorme y pestilente, de una o varias cabezas, cuerpo de saurio o de serpiente, alas cartilaginosas parecidas a las de los murciélagos y patas de cocodrilo, que arroja fuego por las fauces y atraviesa las culturas y las épocas como reencarnación de los miedos, pesadillas, malos instintos y fascinaciones malignas de toda índole –religiosas, sexuales, fantásticas–, que han asediado a los seres humanos desde la noche de los tiempos.
El dragón es una de las encarnaciones más espectaculares del mal, aquella vocación que inspiran el diablo o la naturaleza retorcida de los humanos de hacer daño al prójimo, envilecer o corromper lo existente, afear las conductas y los pensamientos y rendirse de manera abyecta ante la amenaza destructora del poderoso. “Al dragón lo inventamos por lo mal que pensamos de nosotros mismos”, afirma Vargas Llosa que añade que los 27 dragohumanos incluidos en el libro esgrimieron causas generosas, como la libertad o la justicia, o abominables, como el racismo, el lucro o la intolerancia religiosa o ideológica.
Pero siendo distintos y partiendo de móviles diversos, prosigue el prologuista, “todos tienen un denominador común pues deben su fama a las matanzas que perpetraron y padecieron, a las violencias indescriptibles que fueron dejando alrededor a su paso por la historia y al miedo y la veneración que inspiraron y que se proyecto en las obras literarias y artísticas con que fueron endiosados, ridiculizados o execrados”.
Realidad que supera a la ficción
Desde estos mimbres entrelaza Pedro González Trevijano 27 historias que, siendo terriblemente reales, difícilmente podrían haber salido del mundo de la imaginación, constatando una vez más aquello tan manido de que la realidad siempre acaba por superar a la ficción.
Cómo si no puede explicarse la insaciable voracidad guerrera de Atila, rey de los hunos, quien al tiempo que practicaba una crueldad indescriptible con los pueblos a los que derrotaba, era capaz de mostrarse lleno de benignidad hacia quienes acataban su mando de hierro. Aquel que tras regresar a sus tierras más allá del Danubio moría, parece que por una hemorragia nasal, y como cuenta el historiador Prisco, al descubrir su cadáver la mayoría de sus soldados “se hirieron en cuerpo y extremidades con sus propias espadas pues el más grande de todos los guerreros debía ser llorado con sangre”.
Cómo disculpar el cinismo del papa Julio II que en nombre de la paz y la concordia hizo de su vida un continuo ejercicio militar basado en el abuso y en la conspiración.
Cómo aceptar que la perversión de un fanático, aquel ser feo y débil, puritano y acomplejado, que no había pasado de cabo en el ejército, aquel mismo Adolf Hitler que provocó el pavoroso hedor de los hornos crematorios, arrastrase en su terrible desvarío a millones de adeptos.
Y la vileza y salvajismo de Stalin del que François Mauricac dijo: “Era una obscenidad del espíritu”, y el saqueo y asesinatos indiscriminados comunes en las conquistas de Gengis Kan, y el absolutismo sin límites de Julio César, y el ansia de mando de Napoleón, aquel que escribió: “Mi amante es el poder. Mi única pasión, mi única querida es Francia. Me acuesto con ella”.
Y el libertador Bolívar, incondicional admirador de las ideas del dragohumano Bonaparte y de las proclamas de la Ilustración francesa, que nunca vio cumplido su sueño de levantar una unión continental panamericana. Y la sed insaciable de victorias militares del general Douglas MacArthur. Y el desconcertante papel de Mao, de quien en la exhaustiva biografía de Jung Chang y John Halliday La historia desconocida se afirma: “Mao Zedong, que durante décadas ejerció un poder absoluto sobre la cuarta parte de los habitantes de la Tierra, fue responsable de la muerte de más de setenta millones de personas en tiempos de paz. De ningún otro líder político del siglo XX puede decirse tanto”. Y el omnímodo acaparamiento de poder de Fidel Castro…
Claro que no están, ni mucho menos, todos. Hay ausencias notables y próximas. El número de dragohumanos es muy largo. Pero los 27 que están son, y acercarnos a sus peripecias es adentrarse en algunos de los territorios más terroríficos de una historia, la del mundo, que a menudo sigue escribiéndose con manos anegadas en sangre.
Dragones de la política
Pedro González-Trevijano
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores