Pilar Adón (Madrid, 1971) es narradora y poeta, además de traductora (entre otros de Henry James, Edith Wharton, Penelope Fitzgerald, John Fowles…) y editora (en Impedimenta, una editorial ejemplar). El Nacional de Narrativa la confirma como una autora imprescindible de la literatura española contemporánea, algo que, en realidad, ya era desde hace mucho tiempo.
Los relatos
Su primer libro de relatos, cuando ya había publicado dos novelas, fue Viajes inocentes (2005), con el que obtuvo el Premio Ojo Crítico, y estaba conformado por 11 historias, la mayoría terminadas con un poema, independientes pero vinculadas de alguna forma, algunas incluso compartían varias líneas y una imagen (una imagen de calles con el suelo empedrado, playas de arena blanca y libros de pastas azules); eran tramas claras, a menudo sin un final explícito, con pocos personajes y fragmentos inquietantes de vidas corrientes y al tiempo únicas.
Tras aquellos perturbadores viajes, llegaron otros libros de relatos: El mes más cruel y La vida sumergida. En ellos encontramos de nuevo cuentos de distintas extensión y, de nuevo, retazos de vidas en las que hay, o se intuye que puede haber, una desgracia; también a personas que no encajan (que no encajan en el mundo o con los demás); a menudo aisladas o soportando ausencias o un cansancio infinito o –como se dice en uno de sus cuentos más inquietantes– con el deseo de comprender el significado de la renuncia a la propia dicha, tal vez de encontrar, leemos en otro lugar, “una vida centrada en la levedad de las cosas”.
En esos libros, está siempre el mundo personalísimo –y el que ha leído a Pilar Adón sabe que no es un cliché– que ha ido creando. Como en sus novelas, en sus relatos podemos encontrar complejas relaciones familiares de dominio y dependencia, a veces casas y comunidades perdidas y al margen de todo, y una atmósfera desasosegante y obsesiva.
Las novelas
Su primera novela se había publicado en 1999, El hombre de espaldas, que bien merece un rescate; después llegó Las hijas de Sara (2003), una obra mayor en la que están el estilo y el mundo literario de la autora, la opción estética y la perspectiva moral que definen su obra; ya había, en aquella novela, que nos llevaba al Génesis bíblico, seres singulares y aislados, dominación y miedo, a veces violencia y, como en otros textos de Adón, dos hermanas, una de ellas era un personaje fascinante, Julia Drayton, una joven que no quiere sentir afecto por nadie y que tiene un retrato de Marcel Proust en su habitación que permite llevarnos, en páginas muy hermosas, a la infancia del escritor de En busca del tiempo perdido.
Muchos años después de aquella segunda novela llegó Las efímeras. Allí nos espera una comunidad amplia y extraña, aunque muy distinta a la que encontraremos en De bestias y aves y en el magnífico relato largo, ilustrado por Kike de la Rubia, Eterno amor (Páginas de espuma, 2021), y , otra vez, una casa y dos hermanas; es, en esta ocasión, una comunidad que vive dispersa en casas antiguas, entre animales y naturaleza, y el eco de tragedias ancestrales, rencores y venganzas, una comunidad que trata de “salvar a las especies más frágiles sin permitir ataques externos” y donde un personaje aspira a centrarse en “la búsqueda de lo básico”, un propósito que también aparecía en el triste y conmovedor cuento Vida en colonias.
De bestias y aves ha sido su gran éxito, que ahora subraya el Premio Nacional de Narrativa, una novela en la que está lo mejor de la Pilar Adón escritora, ese mundo tan personal y tan literario que ha ido plasmando con talento y vocación a lo largo de los años. La novela tiene como una referencia constante la muerte de una hermana de Coro, la protagonista, una hermana que se ahogó en una época anterior de la que muy poco sabemos; como también muertes del pasado marcaban a los personajes de sus dos novelas anteriores.
Coro llega, sin pretenderlo, a Betania, que es un espacio de mujeres, un lugar cerrado, con su casa y su lago, del que, para angustia del lector, ya no saldrá. Como en Un mundo muy pequeño, uno de sus relatos más extensos, en Betania se reivindica con fervor religioso a Tolstoi y se vive con “una acumulación estéril de normas”, y de “turbiedad”, con una violencia, no siempre contenida, y un miedo a veces cerca del terror.
Los poemas
Si el lenguaje de sus cuentos, y de sus novelas, es poético, el de sus poemas puede decirse que es fronterizo con la prosa; un lenguaje seco, con un claro componente narrativo, una poesía nada convencional pero en la que nos espera, como dijo alguna vez Borges de uno de sus más grandes libros de versos, la emoción poética, no solo “la información o el razonamiento”.
No es difícil pensar, sentir, que los poemarios de Pilar Adón tienen que ver, como decía Antonio Gamoneda de su Blues Castellano, “con la voluntad de convertir en poemas sucesos y estados de ánimo” que dominaron su vida a lo largo de los años.
A veces, entre los poemas aparecen versos que son pequeños pero hondos estremecimientos, como aforismos que no se olvidan, por ejemplo
Una mujer pobre con un niño en brazos
es una mujer dos veces pobre
leemos en su libro Las órdenes, y también Eso espiritual que ves en mí es miedo, un miedo que en Da dolor, su libro siguiente, hasta ahora el último de poemas, será no miedo sino pena y es que, nos dice en el verso inicial, A veces el miedo finge no estar
En sus poemas nos encontramos con bosques, soledad y silencio, con pájaros y otros animales, con historias de familia, de madres y padres enfermos o solos, de mujeres que no se doblegan, de infancia, de vejez… Son poemas que nos recuerdan que la poesía es, como decía María Zambrano, el delirio convertido en razón; la de Pilar Adón a través de conexiones aparentemente superficiales nos trae misterio y verdad, y nos habla, para decirlo con palabras de uno de sus versos, del tiempo y su tragedia.
Decía su admirada Iris Murdoch en uno de sus ensayos que a través de la literatura nos es dado conocer un nuevo sentido de la densidad de nuestra vida. Y eso encontramos en los libros de Pilar Adón. Y siempre, en toda su obra, con el lenguaje como protagonista, donde las palabras y el modo de contar importan y dan el sentido preciso a las historias, a esos mundos inhóspitos, extraños y al tiempo cercanos, que nunca podremos conocer del todo y que no vamos a olvidar.