Como no podía ser de otro modo, Vega Sicilia tiene ya su propia bibliografía escrita por expertos en la materia. No es éste el caso de Armada, reportero de guerra, corresponsal, poeta y dramaturgo, y por tanto idóneo para saciar la curiosidad que despierta un nombre con más de ciento cincuenta años de historia o para reflexionar sobre lo que significa el vino en nuestra cultura.
Armada se ha documentado para escribir con propiedad pero no ha renunciado a su bagaje libresco y ha trufado el texto de citas y menciones a poetas, pensadores y novelistas muy de su gusto pero siempre bien traídos. Tampoco se priva de ciertas pinceladas autobiográficas, poco habituales en un trabajo de encargo como éste. “La idea de transmitir mi perplejidad a medida que iba preguntando o de sacar algunas cuitas personales como discrepancias con mi padre me parecía que podían ayudar al lector a meterse mejor en mi piel”.
– ¿Qué hace un tipo completamente ajeno al mundo del vino contando la historia del más legendario de los vinos españoles?
Imagino que cuando la familia Álvarez, propietarios de la bodega desde 1982, me propuso hacer este libro querían precisamente eso: a alguien que no fuera del sector. Mi único vínculo con el vino al empezar era que a mi mujer sí le gusta mucho. Lo ignoraba casi todo. Podía, eso sí, aportar esta especie de mirada curiosa de un periodista al que todo le llama la atención y eso podía servir para contagiar la fascinación por una forma de hacer vino que es bastante insólita y que muchos han imitado después. Nunca antes había hecho un libro de encargo. Fue una especie de bendición porque, aparte de poder escribirlo, he disfrutado muchísimo y he bebido unos vinos fantásticos.
– Ya puede entonces presumir de experto en la materia y cumplir esa idea de plenitud que es sumar al consumo del vino el conocimiento. Bueno, y la posibilidad de compartirlo para que el placer sea aún mayor.
Salvo la lectura y la masturbación, que son placeres solitarios, lo suyo es compartir las cosas buenas. De hecho, lo mejor del vino es ese tiempo que pasas bebiendo, comiendo y hablando con otros. A mi escaso conocimiento del tema sumaba un paladar bastante infantil. A mí lo que más me gusta es el agua con limón, que para los que saben de alcoholes es una pequeña aberración. Los que beben desprecian el agua y a mí me encanta. Me gustaban algunos vinos, pero no era un entendido. Ahora, haber conocido los diferentes procedimientos, el tiempo de envejecimiento, la selección de la uva, todo esto me ha ayudado a apreciar más el vino y creo que he aprendido a saborearlo más. En cualquier caso, aprender a beber requiere tiempo, como en general las cosas buenas y valiosas de la vida, como escribir, como jugar al fútbol…
– Hablar de Vega Sicilia es hablar de un vino que es poco menos que Marca España incluso para mucha gente que no lo ha probado. Y por otro lado es curioso que siendo el gran vino español de prestigio por antonomasia sea, a su manera, tan francés: cepas traídas del país vecino en 1864, bodegas con la ingeniería típica de las francesas y afán por parte de los dueños de compararse con las grandes de Burdeos o Borgoña.
Lo de Marca España no me acaba de gustar pero supongo que debo achacarlo a una reticencia propia del paleoizquierdismo que nos lleva a pensar que todo lo que huela a mercadotecnia y venta pues de entrada nos tiene que repeler. Vega Sicilia es un producto eminentemente español y al mismo tiempo es verdad que la forma de trabajar, la lentitud, el respeto por el tiempo, el tipo de barricas, es bastante heredera de Francia. De hecho, Pablo Álvarez, el consejero delegado de la bodega, siempre dice que él admira mucho el vino de Borgoña y de Burdeos. Podríamos ponernos un poco estupendos y afirmar que el vino es parte de la esencia nacional de un país. Hay gente que dice que hay una relación entre tu memoria y la memoria del vino. Supongo que es una especie de fantasía del marketing vincular una gran marca a un país. No obstante, la forma de trabajar de Vega Sicilia quizás sea lo menos español de todo.
– Y lo percibe como algo envidiable.
Sí. Siempre he añorado precisamente esta especie de cultura empresarial que es propia de Vega Sicilia, que es mucho amor al trabajo en sí, a la obra bien hecha, pagar bien a tus empleados, respetar el tiempo, darles todos los medios para que trabajen a gusto y olvidarte un poco del estrés y de la prisa. Es algo que confieso haber echado de menos en empresas en las que he trabajado mucho tiempo y en las que tanto he aprendido como el diario Abc o El País. En ese sentido, me parece una empresa ejemplar. Tiene un punto paternalista, sin duda, pero me parece admirable comprobar la cantidad de trabajadores de la empresa que llevan tres generaciones en la misma compañía antes incluso de que la familia Álvarez comprara la bodega.
– Sea o no Marca España sí es seguro motivo de orgullo para Castilla y León en general y para Valladolid en particular, si bien cada vez está en más sitios, como Zamora o La Rioja. Y tienen previsto sacar un albariño en Galicia.
Es un poco paradójico porque es una empresa que nació en Valladolid vinculada a la tierra, porque no hay nada más terrestre que una bodega. Sin embargo, su proyección internacional es impresionante, especialmente en los últimos 40 años. Antes llegaban a tres o cuatro países y prácticamente el 90% se vendía en España. Ahora se queda un 30% en nuestro país y el resto es para la exportación. Con algo además increíble: tienen prácticamente todo vendido antes de cosechar y eso es algo que han sabido preservar. No generar demasiadas botellas más allá de lo que te permite mantener una altísima calidad. Consiguen esa mezcla de respeto a tu tradición, al terruño y a tus orígenes, y al mismo tiempo proyectarlo internacionalmente. A fin de cuentas es un poco lo que hacía William Faulkner cuando hablaba de Yoknapatawpha, el territorio en el que transcurrían todas sus novelas. Lo más particular, lo más íntimo, lo más familiar, cuando es muy profundo, puede ser universal.
– Cumplido el encargo, ¿sabe si a “don Pablo”, como le mencionan todos en el libro, le ha gustado el texto?
Tengo que decir que me dieron libertad absoluta. Hablé con muchísima gente, me metí por todos los vericuetos y me documenté lo máximo posible. Creo que a la familia le ha gustado, tanto a Pablo como a sus hermanos. Muy pequeñas correcciones. Aparte de descubrir un vino, he descubierto que es un trabajo colectivo. Tanto las fotografías de Luis de Las Alas como mi trabajo partían de la idea de dar voz y visibilidad a esos que también participan en la elaboración de un vino y que casi nunca son debidamente destacados. De hecho, en lo mucho que hay escrito sobre Vega Sicilia faltaban precisamente las historias de las personas que podan, que estercolan, que preparan las barricas, los que están en un proceso muy delicado, que es casi de jardinería. El libro es también una forma de reconocer que tan extraordinario resultado es el esfuerzo de un grupo y que cada uno de los que lo forman tiene su importancia. Esa es, además, la filosofía que ha inculcado Pablo Álvarez: dedicar tiempo y cuidar a todos sin excepción.
– Siendo un libro de encargo, sorprende que se le dedique varias páginas a los enfrentamientos familiares, a la quiebra que hubo entre los hermanos cuando el patriarca con 80 años y un nuevo matrimonio decide retomar las riendas de la bodega.
Si contaba los 40 años de la familia Álvarez era inevitable llegar a ese punto en que David Álvarez, que había comprado la empresa en los ochenta, provoca esa situación al final de su vida. Fue un desgarro en la familia que trascendió a los medios y provocó juicios por cuestiones relativas a la herencia. Es la parte menos grata pero no cabía ocultarla.
– También llama la atención que salga tan poco Mariano García, el que fuera enólogo de Vega Sicilia desde que elaborara su primera cosecha en 1968 hasta 1998.
De entrada diremos que la relación de Pablo Álvarez con los enólogos es un poco peculiar. Cree que hay una especie de mitología por el modo en que se han convertido en los nuevos gurús. De hecho, le gusta más hablar de director técnico. Hay que reconocer que Mariano García, que forma parte de la historia Vega Sicilia, ha dejado una huella profunda. Se menciona y se reconoce su importancia, pero lo cierto es que no hablé con él.
– Uno da por hecho que en Vega Sicilia cuidan con esmero el proceso hasta que leemos que estas bodegas, que por otro lado no se pueden visitar, “parecen balnearios para el vino, lugares al margen de la ansiedad del mundo”.
Una cosa que me llamó la atención en la poda es que detrás de cada podador iba otro con una especie de sustancia que aplica a las cepas para que no sufran, que mira por ellas para que cicatricen bien. A Emiliano Yagüe, director financiero, un día le ofrecieron la poda y le dio miedo hacerle daño a la cepa; algo casi como de respeto religioso. Esa devoción hacia la cepa, que es la esencia de todo, me admira. La concepción del tiempo allí es otra. Como periodista me desconcierta en esta sociedad un poco desquiciada el modo en que andamos todos con la lengua fuera. Eso hace aún más contraste con una empresa que basa toda su estrategia y toda su cultura en el tiempo, en hacer las cosas despacio, me parece que es un logro al cual se podría aspirar en el periodismo, la novela o el cine. Hacer las cosas con tiempo para escuchar, en este caso para escuchar a la cepa, escuchar a la naturaleza, escuchar al vino. El silencio en el sitio en que envejece el vino se asemeja al silencio de una cartuja, de un convento. Tiempo y silencio se erigen en virtudes o maneras de estar que van en contraposición con todo lo que nuestra cultura y nuestro mundo contemporáneo promueven: velocidad, falta de tiempo, ruido infernal… Esto es todo lo contrario y me parece que es una delicia. Además es una manera de hacer que comparten todos, del primero al último, con la idea común de sacar el mejor vino posible. Incluso están dispuestos, como ha pasado en alguna ocasión, a retirar toda una cosecha por un problema con los corchos que impedía alcanzar el nivel deseado.
– De hecho, la leyenda que rodea a esa búsqueda de la excelencia lleva a uno a pensar si no hay algo de marketing en esas decisiones tan tajantes.
Hablando con gente de la competencia, diré que algunos miran con cierta reticencia a Vega Sicilia. Tienden a considerarlos muy soberbios, a acusarles de creerse los reyes del mambo. Lo cierto es que podrían haberse relajado, no haber dedicado tanto dinero a mejorar su bodega o a dormirse en los laureles pero han optado por todo lo contrario. Al final ese cuidado, esa exigencia, no deja de ser una estrategia de marketing de una empresa como ésta que no hace publicidad porque no la necesita.
Alfonso Armada
Fotografías de Luis de las Alas
Editorial La Fábrica
280 páginas
21 euros