En este hoy de ahora ¡qué falta harían un par de Jovellanos!, alguien, “alguienes”, que desde un cargo político y decisorio sostuvieran, como él hizo, que no se puede pensar sin ideología, pero sí se puede pensar más allá de la ideología y, en último caso, que sea cual sea su poder y condición nadie puede estar por encima de la ley.
¡Cuantos deberían aplicarse el cuento!, pero ya se sabe que es mucho más fácil creer que pensar cuando no y, tan usual, sostener y defender a ultranza en función, y sólo en función, de intereses, que curiosa y casualmente siempre suelen ser los personales, ¡claro!
Décimo hijo del alférez mayor y regidor perpetuo de la villa, Jovellanos nació en Gijón el quinto día de 1744 en una familia culta que ya a los 13 años lo mandó a Oviedo a estudiar filosofía. De allí pasaría a Ávila, donde sirvió al obispo de la ciudad al tiempo que estudiaba Derecho Canónico y, tras licenciarse, viajar a Alcalá de Henares para ingresar en el Colegio Mayor de San Ildefonso, donde se instruía buena parte de la élite de los juristas y teólogos del país.
Líder de su generación
Lector insaciable y, como él mismo se declararía “enfermo de curiosidad”, se enfrascó en el aprendizaje de materias tan diversas como el arte y la geología, la poesía y la botánica, la ingeniería, la poesía, la zoología, el teatro, la política, la ebanistería, la guitarra, la pedagogía y, por supuesto, la filosofía, el derecho y la teología.
Saltando y profundizando en todos esos campos, Jovellanos se va erigiendo en el líder de su generación y con tan sólo 24 años es nombrado por Carlos III Juez-Alcalde de la Cuadra de la Audiencia de Sevilla. Allí, muy pronto deja ver su espíritu crítico y renovador al renunciar a la peluca y otros símbolos externos de su cargo y manifestar una preocupación continuada por la reforma de rancias instituciones e inhumanas costumbres, como el intento –en el que fracasó por la encarnizada oposición de sus colegas–, de abolir la tortura en los interrogatorios a los detenidos o la lucha por la igualdad de derechos y deberes de mujeres y hombres.
En Sevilla se enamora, aunque nunca llegó a casarse, las mujeres y los amores le acompañarían durante toda su existencia, entra en contacto con intelectuales y políticos, Olavide entre ellos, y va levantando una extraordinaria biblioteca en la que se mezclan Voltaire y Montesquieu, Milton, Hume, Rousseau, Quevedo, Diderot, Pope y Cervantes.
Obra literaria
También en Andalucía comienza su obra literaria. Publica poemas y escribe Pelayo o La muerte de Munuza y El delincuente honrado, en esta segunda escenifica su convicción de que no pocas veces la ley no es justa, los jueces crueles y las sentencias sanguinarias.
En 1778, a los 34 años, el rey lo llama a Madrid para integrarse en la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte, institución que administraba justicia y velaba por el gobierno y la seguridad de la ciudad. Al tiempo que el eco de sus ideas se expandía en los círculos intelectuales y políticos, era nombrado académico de las Academias de la Lengua, Historia, Bellas Artes y Cánones, y miembro del Consejo de las Órdenes Militares y de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, una institución que acogía a los políticos y reformadores más progresistas.
Eran años optimistas en los que también entabló amistad con Goya, que le retrataría dos veces y que declararía que algunos versos del asturiano están en la raíz de varios de los grabados de los Caprichos.
Primer destierro
Y de pronto la noche. A raíz de la Revolución Francesa del verano de 1789, todo lo que huela a afrancesado crea resistencias ante el temor de que las nuevas ideas acaben con el viejo orden. Tras la muerte de Carlos III, Jovellanos es apartado de Madrid y de la Corte y en una especie de destierro camuflado regresa a Asturias en donde funda el Instituto de Estudios Asturianos, con el que pretende favorecer el desarrollo de la región.
En la vieja casona natal de Gijón pasará siete años en los que sigue alimentando su biblioteca y una colección de arte a la que dedica una parte sustancial de lo que gana. Además de cinco cuadros de Goya y lienzos de Murillo, cuelgan en sus paredes dibujos y grabados de Caravaggio, Zurbarán, El Greco, Durero y Miguel Ángel.
Como cuenta Ángeles Caso en su obra Las casas de los poetas muertos, el destino final de esos tesoros es tan triste como significativo en la historia de España. En su testamento Jovellanos donó 5.000 volúmenes y su colección de dibujos al Instituto que había fundado en Gijón. Allí permanecieron durante más de un siglo, pero en 1934 el Regimiento Simancas –convocado para sofocar la Revolución de Octubre– se instaló en la sede de la institución. «Aquellas aulas, previstas para impartir cultura, se transformaron en depósitos de municiones y dormitorios de hombres armados hasta los dientes. Por desgracia, nadie se preocupó de trasladar la biblioteca que contenía los valiosísimo libros y dibujos de don Gaspar. Cuando el regimiento se sumó al golpe de Estado de julio de 1936, el cuartel improvisado fue atacado por las fuerzas gubernamentales, que terminaron por prenderle fuego el 21 de agosto. Esas obras extraordinarias ardieron entre las primeras llamas de la Guerra Civil. Toda aquella belleza y aquella sabiduría flotó durante horas sobre Gijón, convertida en cenizas, como un símbolo del dolor que pronto arrasaría el país y del triunfo sangriento de la ignorancia contra la que tanto había luchado Jovellanos».
Vaivenes
Pero volvamos a los vaivenes de su vida pues no sería hasta el 13 de noviembre de 1797 cuando a través de un despacho urgente Godoy, primer ministro y favorito del rey Carlos IV, le comunicaba su nombramiento como ministro de Gracia y Justicia. Jovellanos aceptó el envite para llevar a cabo una serie de reformas ilustradas, aunque premonitoriamente escribió en su diario: “Voy a entrar en una carrera difícil, turbulenta, peligrosa”. ¡Y tanto! Nada más llegar a Madrid sufrió un intento de envenenamiento con sales de plomo que le provocaron una gastroenteritis muy grave y una polineuritis que le paralizó la mano derecha.
Los reaccionarios opuestos a su espíritu reformador no pararon hasta lograr que el 15 de agosto de 1798, nueve meses después de nombrarle, el rey lo cesa de forma fulminante. Regresa a Asturias. Retorna a la escritura, a las tertulias, a la lectura sosegada, a las partidas de cartas, a los paseos…
Sería por poco tiempo, porque en la noche del 13 de marzo de 1801, un grupo de hombres armados descerrajó la puerta de su casa y, acusándolo de hereje, lo detuvo por orden del rey. Sus papeles fueron requisados y su biblioteca sellada. Fue conducido a Barcelona y de allí deportado a Mallorca donde fue mantenido en régimen de prisión moderada en la cartuja de Valldemosa. Pero cuando se difundió que se había ganado el respeto y la amistad de los monjes, que había rediseñado los jardines del monasterio y que seguía escribiendo, fue trasladado a una mazmorra del castillo de Bellver, en donde malvivió en durísimas circunstancias: incomunicación absoluta y tajante prohibición de que se le proporcionase pluma, tinta y papel.
Este intento de silenciarle. De apagar la voz de los hombres libres con que desde siempre sueñan los tiranos fue en vano porque sus escritos siguieron circulando a escondidas entre las manos de sus seguidores.
Enfermo y exhausto
Sin que se le explicasen razones. Sin juicio alguno, permaneció encarcelado siete años hasta que tras la invasión francesa es liberado el 5 de abril de 1808 y acto seguido Bonaparte le ofrece un nuevo cargo de ministro, para situarse al frente de la cartera de Interior. Jovellanos, que lo había aguantado todo y mostrado una dignidad y resistencia casi sobrehumanas que suscitaron la admiración de sus propios carceleros, llegó a este punto con la salud ya muy deteriorada y rechaza el ofrecimiento, al tiempo que se pone del lado de quienes se levantaron contra los invasores pronunciando aquello de: «Yo no sigo un partido, sino la santa y justa causa que sostiene mi patria», para incorporarse a la Junta Central, reunida en Sevilla, como representante de Asturias. A pesar de su frágil estado su actividad apenas decae, convirtiéndose en el principal promotor de las Cortes de Cádiz, que a título póstumo le mostraría su agradecimiento en 1812 al nombrarle Benemérito de la Patria.
Pero poco antes, exhausto y enfermo, Jovellanos regresa a un Gijón devastado tras el paso y el abandono de las tropas francesas. Será por muy poco tiempo porque a principios de noviembre de 1811, sólo tres meses después de su vuelta, los franceses regresan a la ciudad y aquel que no se había arrodillado ante los intereses de los invasores se ve obligado a huir a bordo del Volante, una pequeña embarcación en la que se amontonaban cerca de un centenar de refugiados. El frío, el hacinamiento, el hambre y una tempestad despiadada hicieron un infierno de aquella travesía hacia el oeste que concluyó en Puerto de Vega, una aldea entre Luarca y Navia en la que, enfermo de pulmonía, el defensor del progreso, las libertades y la paz, sucumbió el 28 de noviembre. Tenía setenta y siete años.
Obra literaria
La obra literaria de Jovellanos es amplia y muy variada. Cultivó casi todos los géneros, reservando un lugar importante para la poesía, con especial atención hacia la amorosa y la satírica, y el teatro. Como ya se ha apuntado, en Sevilla redactó la primera versión de la tragedia El Pelayo y la comedia El delincuente honrado [1].
Pelayo o La muerte de Munuza, escrita cuando su creador contaba veinticinco años de edad, fue objeto de una reelaboración que dio lugar a una versión nueva, hecha entre 1782 y 1790. Las primeras versiones impresas fueron piratas y su primera representación no tuvo lugar hasta trece años después de ser escrita.
La contribución de Jovellanos a la comedia se reduce a una sola obra, y ésta en los límites del género. El delincuente honrado también tardó en ser representada, pues fue estrenada en Madrid en 1767, veinte años después de ser concebida.
Ensayos
Pero son sus ensayos sobre economía, política, agricultura y filosofía, gestados desde una óptica profundamente renovadora, los que constituyen para muchos la parte esencial de su creatividad como literato. Entre ellos destacan el Informe sobre la ley agraria que escribió en una primera versión en 1784 pero que no envió hasta 1787 a la Sociedad Económica Matritense, quien la remitió al Consejo de Castilla y que se publicó en 1795, en el que aboga por la liberalización del suelo. Además, este texto defiende la reforma de la enseñanza, otorgándole mayor peso a las materias científicas, y la inversión del Estado en obras públicas. Estas medidas crearían, sostiene, las condiciones para la constitución de un mercado de tierras, el aumento de la producción y la creación de un mercado nacional unificado que posibilitaría el aumento de la población y su nivel de vida, lo que iba a servir de base para el inicio de la industrialización.
Es de destacar que el gusto artístico y la sensibilidad caracterizan estos escritos de carácter técnico o político que pese a versar sobre temas que en principio son muy áridos, en su mano adquieren viveza, amenidad y colorido. En este sentido cabe destacar su Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas.
Gran lector, se hizo eco y contribuyó a la divulgación de buen número de textos de autores extranjeros, algunos de los que tradujo, como el primer libro de El paraíso perdido de John Milton.