Frente al baile desquiciado de Iggy, Robe Iniesta, tieso como un palo, resultaba igual de magnético luciendo únicamente esa falda pantalón que tanto le gustaba por entonces. Una estampa de inolvidable fuerza icónica. Musicalmente, la sensación inequívoca de que eran caso aparte llegó, al menos para el arriba firmante, seis años después con La ley innata, la cima de su discografía, una de las cumbres del rock escrito en español y, no tengan duda, tres cuartos de hora que están muy por encima de cualquier recopilación de esas que se anuncian como idóneas para salir a correr al parque.
De un tiempo a esta parte, concretamente desde hace cuatro años, con Extremoduro lo habitual son los bandazos: que si anunciamos la desaparición del grupo pero nos despedimos con una gran gira, que si con la Covid-19 habrá que esperar pero no tiréis las entradas, que si ya no habrá discos de Extremoduro pero el disgusto se puede sobrellevar mejor si Robe en solitario entrega obras como Mayéutica (2021)…
Otro consuelo puede ser recordar su historia y quitarle el polvo a los viejos cedés o casetes. Para eso en los últimos meses nos han llegado una nueva edición actualizada de la historia autorizada que escribió Javier Menéndez Flores (De profundis) y la más reciente que firma Jesús Casañas (Talento innato). La editorial Efe Eme, siempre pendiente de la mejor música española, incluyó en uno de sus Cuadernos impresos Un diccionario extremo que sintetiza, gracias al trabajo de Javier M. Alcaraz, una trayectoria que empezó en el verano del 87, nos dejó una docena de discos y tuvo a Robe Iniesta, cantante y compositor, como único miembro presente en la banda desde el primer al último día.
Y desde el primer al último tema demostraron que –y eso es independiente de lo poco o mucho que te gusten– que tenían una voz propia, con algunas influencias más o menos obvias sí (Leño AC/DC, Lole y Manuel, Veneno, cantautores como Hilario Camacho, Albert Pla, Antonio Vega o Manolo Tena), pero eran tan conscientes de su singularidad que se inventaron sin pudor aquella etiqueta de rock transgresivo que dio título a su primera maqueta. Que fueran diferentes desde el principio hasta el final no significa que no evolucionaran, todo lo contrario: descuidaron el sonido y luego fueron profundamente perfeccionistas, chapotearon en el caos frente al público y acabaron preocupándose seriamente por el disfrute de quienes acudían a sus conciertos, empezaron cómodos en el rock duro de aliento melódico y finalmente se dejaron pocos estilos sin probar aunque fuera a su manera, estuvieron siempre abiertos al experimento y también dispuestos a ser una banda llena-estadios.
Como bien se encargan de resaltar tanto Menéndez Flores como Jesús Casañas, la diferencia entre Extremoduro y los demás se resume en una cita de Enrique Bunbury: ¡Recordad: Robe es Robe, y tú no!”. Sólo él puede meter “chorros de lefa” en una canción y no malograrla sino todo lo contrario. El sello Robe que, en palabras de Menéndez Flores, viene a “’trans-gre-dir’ las normas no escritas sobre cómo ha de hacerse una canción”, a lograr que la burrada, la vulgaridad o la palabra malsonante resulte oportuna e incluso bella en el contexto de su canción. Es la técnica de la rosa y el látigo, la poesía que arrulla en un verso y zarandea con violencia en el siguiente. El uso de la lija y el terciopelo, según M. Alcaraz. Con ella ha escrito multitud de canciones en las que se repiten sus metáforas y obsesiones, el sol, la primavera, el viento, los animales, la euforia del amor correspondido y la desolación del que se rompe, la locura, las drogas, la religión, la televisión que escupe violencia, algunos filósofos, muchos poetas, unos célebres y otros poco o nada conocidos por el gran público…
Y cuanto dice te lo crees porque a su manera es un gran cantante. Lo explicó de forma inmejorable Ariel Rot cuando le eligió como su voz favorita en una encuesta que hizo la revista Rolling Stone hace una década: “Me quedo con Robe porque me parece que es un tipo que canta muy de verdad, sin pose, sin personaje, me creo todo lo que dice. Te transmite coherencia, y me gustan los cantantes que me hacen creer que lo que cantan es real”.
Ambas biografías, como no podía ser de otra manera, dedican mucho espacio al enorme punto y aparte que para Extremoduro supuso la entrada en la banda de Iñaki ‘Uoho’ Antón, guitarrista y fundador de Platero y tú, esencial en el sonido y la construcción de las canciones, el productor que desde Agila (1996) ha discutido con Robe cada nota y cada arreglo en beneficio de la canción. Funcionaban como dos pintores que trabajaban juntos aunque el dibujo o boceto era siempre cosa de Iniesta. Así se lo contó el propio Uoho a M. Alcaraz: “Robe y yo estamos hablando de qué forma darle a una canción y no hablamos de música, hablamos de colores o de sentimientos o de cosas”.
El libro de Casaña sigue el orden cronológico en que fueron saliendo los discos, a capítulo por álbum, y da voz en cada uno a los protagonistas. Menéndez Flores, por su parte, prefiere dedicar capítulos concretos a las influencias y los influidos, a los temas recurrentes o a las colaboraciones. Los dos se esfuerzan por no dejarse un detalle en el tintero (desde las giras a las ilustraciones o los videoclips pasando por el devenir de la larga nómina de músicos que han tocado en el grupo) y también coinciden, claro, en subrayar aspectos como como su sequía creativa de varios años como letrista y su fecundidad anterior y posterior, su éxito como novelista (de una sola novela), su manera de comunicarse con sus seguidores o el modo en que fueron ganándose el favor de todas las tribus urbanas (cuando aún había tribus urbanas). Otra coincidencia: apenas rascan un poco la coraza con la que Robe Iniesta ha protegido su intimidad, su vida familiar y sentimental, todo eso que el protagonista siempre se ha preocupado por que no tuviera ninguna trascendencia pública.
Es ya discusión tópica sobre su figura si es más poeta que roquero o lo contrario. Él tiene claro que si solo fuera poeta no tendría público y que escribe por instinto: “yo compongo con el corazón, no con la cabeza”. De hecho, también ha dicho más de una vez que para él escribir canciones es como empalmarse, que no lo puede controlar. Igual que Billy Wilder era un cineasta romántico empeñado en ocultarlo con cantidades ingentes de cinismo y mala leche, Robe es un romántico con greñas que disimula esa condición con las dosis adecuadas de pasotes gruesos y descarnados que rebajen su vena más lírica. Pero no nos engaña.
Extremoduro. De profundis [1]
Javier Menéndez Flores
Editorial Libros Cúpula
632 páginas
20,95 euros
Extremoduro. Talento innato [2]
Jesús Casañas
Editorial Alianza
384 páginas
18,95 euros
Cuadernos Efe Eme [3]
Editorial Efe Eme
224 páginas
20,95 euros