«Una ciudad que exalta en exceso los ánimos y hace promesas que luego no cumple». Así describía Lindo a Nueva York en 2011. Una enorme localización cinematográfica con esquinas preñadas de fotogenia. Un paraje presumiblemente conocido que encierra tantos misterios como culturas alberga. La escritora, ocasionalmente actriz, comedia, simpatía y desparpajo toda ella, nos sirvió de cicerone de la cara B neoyorquina, acaso la más íntima, acompañándonos a través de esos Lugares que no quiero compartir con nadie.
Ahora la abordamos en calidad de guionista, madre e impulsora de la estupenda La vida inesperada, una cinta dirigida por Jorge Torregrossa en la que brillan Javier Cámara, Raúl Arévalo, Tammy Blanchard, Sarah Sokolovic, Carmen Ruiz y Gloria Muñoz. Una comedia cargada de una exquisita melancolía que desmitifica esa utopía de la tierra prometida y descubre que los sueños, como la energía, no se destruyen, solo se transforman.
¿Cómo surge la película?
Suelo colocar mis personajes en terrenos familiares, por eso se han movido por Madrid fundamentalmente, para que no resulte artificial el escenario sobre el que se mueven. Lo que pasa es que, claro, empecé a vivir en Nueva York y empezó a ser familiar para mí. Y entonces, cuando imaginaba historias allí, no me imaginaba una novela. Para mí era tan poderoso visualmente que siempre me imaginaba una película. Eso y el encuentro que se produjo con Javier (Cámara), la ilusión de él por hacer una película allí… Eso fue lo que desencadenó que me pusiera a escribir el guion. Y todavía me pregunto por qué lo escribí, porque no tenía nada. Fue al revés de lo que se suele hacer en el sistema de producción de una película, pero al final la película se ha hecho, y de alguna manera es un triunfo personal para mí porque muy pocas veces es un guionista el que dice «Yo hago esto porque quiero», con lo cual lo estoy viviendo con mucha satisfacción.
Prácticamente un milagro…
Han sido seis años desde que escribí la historia hasta que se va a ver en los cines. Ha sido milagroso porque la crisis sobrevino cuando estábamos en pleno proceso de buscar productora. Todo se complicó. En cualquier proyecto que he tenido he pensado «esto se va a frustar. ¿Qué voy a hacer? He perdido el tiempo para nada», y me ponía muy triste esa idea, y eso que soy una persona que acepta las frustraciones, soy fuerte para eso. Por fortuna encontramos una productora y se puso en marcha, pero ha sido duro porque ha requerido mucho tiempo. Y al mismo tiempo eso hace que le tengas mucho cariño al proyecto.
Ese tiempo de búsqueda hasta encontrar productora ha obligado a algunos replanteamientos del guion, ¿no es así?
Han sido cambios muy sutiles. La historia en realidad va de lo dura que es una ciudad para alguien que llega con las manos en los bolsillos. Ahora había que introducir sutilmente que esa persona tampoco tiene muy fácil el regreso a su país. Pero también es fascinante ver que un guion es un texto siempre en proceso y que entonces puedes introducir esos cambios. Hasta que no se grita «¡Acción!» puedes introducir cambios en una historia, y eso también es el cine.
¿Qué Nueva York encuentra el espectador?
La ciudad que se encuentra la vez a través de los ojos del personaje, que lleva 10 años allí y que está replanteándose su vida porque no sabe si puede mantener mucho más tiempo la ilusión que tenía por un sueño que persiguió. No es el Nueva York del turista, sino el Nueva York por el que él se mueve. Igual que pasan del inglés al español en la película, lo que estamos siguiendo son sus pasos. No estamos retratando la ciudad para que la vea el espectador, sino la ciudad por la que se mueve el protagonista.
Sin embargo, es inevitable la mirada cinematográfica sobre Nueva York. Se dejan caer referencias a Manhattan, por ejemplo.
Esa referencia a Manhattan estaba en el guion. Es como una broma. Los personajes de Woody Allen están en su ciudad. Tienden a atravesar problemas sentimentales, pero están en su sitio, en su lugar en el mundo. Lo que vemos nosotros es a tres aspirantes, a tres personas con la vida mucho más revuelta.
¿Qué momento del rodaje le emocionó especialmente?
Lo que más me emocionó creo que fue el primer día, que se paró la circulación en una calle bastante transitada, una calle del corazón de Manhattan, el West Broadway. Es una calle por la que he pasado tantas veces, que está entre Tribeca y el Village. La Policía estaba parando esa calle y era por una cosa que había escrito. Ese momento me produjo mucha emoción, una emoción infantil.
«La comedia es una mezcla de humor y melancolía»
¿Y de la película? ¿Qué momento la cautivó al verlo trasladado a la gran pantalla?
Hay varios. Por ejemplo, cuando Javier habla con el dueño del ultramarinos, pero eso me emocionaba al escribirlo. La conversación del personaje de Carmen (Ruiz) y el de Javier en el sofá. Y me emocionan mucho las actrices americanas. Para mí eran un reto porque tenía que construir personajes de otro país y que parecieran completamente reales. Y creo que son americanas. No solamente porque las interpreten dos americanas, sino porque son dos mujeres muy americanas. Y el hecho de tener un personaje como el primo, que siempre dice la verdad, que no tiene filtros… Es un personaje clásico, el que dice lo que otro está pensando y no se atreve a decir.
En un momento en el que triunfan las comedias que buscan únicamente la risa, ¿qué importancia tiene La vida inesperada y su tono melancólico?
Si no defendemos ese tono, todas las películas van a responder a un estereotipo: si son de risa, de risa; si son grandes producciones, grandes producciones. Yo me quedaba alucinada de que el problema que tuviera la película fuera el tono, porque para mí formaba parte de un género clásico en la historia del cine que era la comedia romántica, la comedia agridulce. No he inventado un género, estaba ya inventado. Lo que me parecía increíble es que fuera tan complicado que hubiera gente que entendiera ese tono, que creyera en ese tono. Las comedias son para reírse y para llorar. La comedia es una mezcla de humor y melancolía. Hay otras comedias que son chiste tras chiste tras chiste. Eso es un tipo de cine que a mí también me gusta, pero no todo puede ser así. He defendido mucho mi tono en la escritura, lo he defendido hasta el final. ¿Por qué no se puede hacer una película así? Ha sido difícil.
La película tiene guiños a Lorca, Mihura y Sorozábal. Háblenos de ellos.
Me encantaba que estuviera el teatro en el cine. Me lo imaginaba muy desnudo, como Cabaret, como Tío Vania en la calle 42. No hace falta nada: son los actores en el puro teatro, puede estar todo negro de fondo. Quise que se notara que eran actores españoles haciendo repertorio español. Empiezas con la música de Sorozábal, que suena a comedia americana total. Fue un gran músico muy influido por la comedia musical de Broadway. Se nota mucho esa explosión de energía, de vitalidad y humor. Tener a Lorca, Mihura y Sorozábal ahí pienso que de alguna manera une a los personajes con sus raíces.
¿Qué encontrará el espectador en la película?
Espero que salga del cine y, por un lado, lo haya pasado bien, como corresponde a una comedia, y al mismo tiempo haya frases que se le queden en el recuerdo y le hagan pensar. Y, sobre todo, espero una identificación con los personajes. Me gustaría que el espectador se sintiera como se sienten los personajes, que no los vea alejados de su vida, que piense «esto me está pasando o me ha pasado» o, incluso, que le haga pensar sobre su propia vida. Yo no escribo sobre paisajes ni sobre mundos abstractos, sino sobre diálogos que expresan la vida y el sentir de los seres humanos. Quiero que los seres humanos que vayan al cine se sientan muy cerca de esos personajes.
Con el Día del Libro por delante, ¿qué le recomienda a nuestros lectores para viajar?
Un libro que tiene mucho que ver con lo del destino de la vida, cambiar de sitio, cambiar de país: Canadá, de Richard Ford. Es uno de los libros que más me han impresionado en los últimos tiempos. Habla de la dureza de la vida y el sentirse expulsado de la propia vida hacia otra completamente distinta.
¿Qué libro la tiene atrapada en estos momentos?
Un libro que no había leído y quería leer hace mucho tiempo. Es una maravilla, se puede leer en cualquier momento y creo que es uno de los mejores libros de la literatura española: La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Nunca he visto Madrid retratado así. Quizá en Galdós, pero esto es en primera persona, es una historia que le sucede al protagonista y es maravilloso. Estos días, que tengo mucho insomnio por el jet lag, cojo el libro y leo y leo y leo… No quiero que se acabe. Estoy disfrutando y quiero volver a ver los sitios por los que está el personaje a principios del siglo XX en Madrid. Se lo recomiendo a todo el mundo.