Para conocer la naturaleza de la luz del sol, el libro de Galmés ofrece un itinerario a través de los diferentes tonos y configuraciones que adquiere a lo largo del ciclo diurno. De una manera más vivencial que teórica se recorren las horas del día, se analiza la forma en la que sus matices, desde esa incesante variación, se hacen presentes.
Pero estas vivencias no transitan solas, están expuestas a través de las obras de pintores, poetas, arquitectos y músicos que ilustran la verdad y la belleza que en ellas y en cada una de las horas, se esconde.
Lo didáctico se envuelve en un tono poético que hace de la lectura del libro de Galmés un ejercicio descriptivo, didáctico y muy, muy grato. Baste como ejemplo la entrada del capítulo primero, referido a la hora/luz en el que el día se abre: “La primera hora es el nacimiento de la luz. Comienza cuando las tinieblas se empiezan a disipar y acaba justo antes de que el disco solar se presente. Una hora duradera aún sin un inicio claro. Igual de promisoria en todas las estaciones del año, es más cristalina en el invierno y algo más vital en los meses de verano. El tiempo se reactiva en ella lento pero inexorable. Su luz es tenue y del color de la lavanda. No existen sombras a esta hora, por ello, la textura de la materia es suave y aterciopelada, sin brillos, se acerca al tacto. La visión de la realidad se hace poco a poco plena, parece que todo lo visible vuelve a renacer. En los interiores de las casas sólo una ligera claridad anuncia el día. Es el momento en el que mejor se percibe el tránsito entre lo opaco y lo transparente. El aire poco a poco se aligera…”.
Y las palabras acerca del momento en el que el día claudica. La hora duodécima: “Esta hora empieza en el instante en que desaparece el disco solar y se mantiene hasta que cesa la claridad. Es consistente en todas las estaciones del año, aunque al acercarse el verano su extinción se hace tan lenta que no se sabe con seguridad si acabará. Por ella pasa el tiempo con tranquilidad. No hay sombras a esta hora, sólo quedan gradaciones entre la claridad y la oscuridad. La textura de la materia es suave y sedosa, las aristas desaparecen con esta iluminación. En los interiores sólo se percibe un eco de la luz que no es capaz de alumbrar. La visión se serena al haberse extinguido la rudeza del contraste. Todo es extrañamente opalescente como consecuencia de la escasa luminosidad”.
Así las cosas, el lector no sólo contempla la luz, también la palpa, la escucha, la huele, la siente… Todas esas sensaciones convierten La luz del sol en un libro iluminado, sereno, de gozo, que el lector acaba por hacer suyo.
Arquitecto y artista
Álvaro Galmés (Madrid, 1966) es profesor en la Escuela de Arquitectura, Ingeniería y Diseño de la Universidad Europea de Madrid. En paralelo a su actividad como arquitecto, que inició en el estudio de Juan Navarro Baldeweg, desarrolla una carrera como artista plástico centrada en la relación de la luz con el individuo, realizando trabajos en diferentes soportes que han protagonizado numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas.