Ese alguien es Norman Lebrecht [1] (Londres, 1948), autor de Genio y ansiedad, obra en la que investiga y cuenta, como si fuera un gran reportaje histórico, en qué condiciones emergió un tipo de capacidad creadora no solo valiosa, sino tremendamente adelantada a su tiempo. Huelga decir que esas condiciones no eran precisamente favorables. Y esa es en cierto modo la tesis del libro: fueron talentos tan rompedores porque explosionaron desde la ansiedad que alude el título, temerosos, atentos, inquietos por su condición de judíos y, en última instancia, crecidos en la adversidad y más dispuestos a arriesgar al tener menos que perder.
Así, de la identidad judía de Kafka el autor menciona su sentido de la familia o la justicia social pero especialmente una angustia que funciona como motor de su humanidad: “el convencimiento de que algo terrible está a punto de suceder y de que nadie puede hacer nada para evitarlo”. También cita más de una vez una frase del compositor Gustav Mahler: “Un judío es como un nadador con un brazo corto. Tiene que nadar con el doble de fuerza para alcanzar la orilla”. O como explica el propio Lebrecht: “Al ser diferentes, no esperan una fácil aceptación. Pero, precisamente porque saben que su diferencia no puede borrarse, tienen la libertad para expresar una idea sin sentirse inhibidos por el miedo a la crítica o por la necesidad de complacer a los que están en el poder. Pueden jugar con las ideas impunemente, no reconocen a ninguna autoridad por encima de ellos mismos”.
Lebrecht, novelista inédito en español y célebre historiador musical (suyo es el estupendo ¿Por qué Mahler?), sabe de lo que habla gracias a lo que tuvo (un padre judío que sufrió el desprecio) y tiene: dominio de las lenguas judías y conocimiento profundo del Talmud, base de la ley judía. Confiesa que empezó el libro pensando que el antisemitismo era cosa del pasado y que lo acabó cinco años después opinando lo contrario, que el odio a los judíos no para de crecer.
Se lee este ensayo siguiendo el flujo de invenciones, hallazgos e intuiciones de nombres muy conocidos y otros no tanto en un arco temporal que va desde 1847, un poco antes de que Richard Wagner escribiera El judaísmo en la música declarando a Mendelssohn “un elemento extraño” a erradicar de la música alemana, a 1947 cuando Naciones Unidas reconoció el Estado de Israel. Entre medias, seguimos la peripecia de no pocos genios, cada uno con una relación distinta con su propia tradición: Marx odiando al judío que lleva dentro, el poeta Heinrich Heine oscilando entre el amor y el desprecio o Benjamin Disraeli, el primer ministro judío de Inglaterra, sacando partido político a sus orígenes.
El libro encadena grandes historias, trufadas de anécdotas contadas con eficaz pulso narrativo. Historias como el rapapolvo epistolar que recibió Charles Dickens de una madre de diez hijos por sus ofensas contra los judíos, lo que le llevó a cambiar pasajes de su Oliver Twist para corregir esos ataques; como la conversión de Sarah Bernhardt en una heroína nacional al personificar como nadie la resistencia francesa frente a la ocupación alemana (“fue la primera en darse cuenta de que la fama es más poderosa que la riqueza”); como el sueño de tantos judíos por llegar a Estados Unidos a partir de 1881 y con ellos la irrupción, difícil de acreditar, de la hamburguesa; como el descubrimiento fortuito de la quimioterapia por parte de Paul Ehrlich; como la conexión que se produjo entre la música judía y el blues afroamericano plasmado de forma inmejorable en el trabajo de George Gershwin (“en ese momento de la historia de los Estados Unidos, los judíos y los negros están cantando prácticamente lo mismo”); como los últimos años en Los Ángeles del hombre que cambió la música clásica en el siglo XX, Arnold Schoenberg; como los bandazos vitales del filósofo Ludwig Wittgenstein; como la caída en desgracia de Leon Trotski en la Unión Soviética de Stalin; como la preparación de la carta que envió Albert Einstein al presidente de Estados Unidos poco antes de que estallara la segunda guerra mundial informándole de la posibilidad de desarrollar un arma nuclear; como los éxitos del polifacético Leonard Bernstein o los ninguneos a la científica Rosalind Franklin, perjudicada no solo por ser mujer, también por ser judía; o, cómo no, como las barbaridades de los campos de exterminio. Hay muchas más historias y todas tienen algo en común: están protagonizadas por judíos y merecen ser conocidas.
Genio y ansiedad. Cómo los judíos cambiaron el mundo, 1847-1947 [2]
Norman Lebrecht
Traductor: Alejandra Freund
Editorial Alianza
520 páginas
31,95 euros