Sabemos algo más de los volcanes de película, reales o no, que provocan catástrofes o se erigen en un protagonista más de la historia. Los cinéfilos de qualité conocen, por ejemplo, la existencia de la isla y el volcán de Estrómboli de acompañar a Ingrid Bergman en aquella cinta de Roberto Rossellini. Fue la primera colaboración de la pareja tras la carta que la actriz sueca envió al padre del neorrealismo expresándole su admiración y deseo de participar en alguno de sus filmes. Trabajaron juntos en cinco y con el mejor de ellos, Te querré siempre, nos recordaron la fiereza del Vesubio que destruyó Pompeya hace veinte siglos. El matrimonio en crisis que protagoniza la película asiste al momento en que desentierran los cuerpos petrificados de dos personas que habitaron la antigua ciudad romana cercana a Nápoles.
Bajo el manto volcánico del Vesubio, Pompeya, la ciudad apagada o interrumpida tan bruscamente en el siglo I, está hoy abierta a las visitas de turistas y expuesta a más excavaciones que nunca con hallazgos que no cesan. Las primeras exhumaciones no empezaron hasta mediados del siglo XVIII. Indro Montanelli contó en su Historia de Roma que “la catástrofe telúrica que el 24 de agosto del 79 hizo la desgracia de Pompeya ha constituido su fortuna póstuma. Era una de las más insignificantes ciudades de Italia. Contaba poco más de 15.000 habitantes. Vivía sobre todo de la agricultura y a su nombre no estaba vinculado ningún gran acontecer histórico. Pero aquel día el Vesubio se encapuchó con un negro nubarrón del que llovió un torrente de lava que en pocas horas la sumergió”. Una ciudad que, por otro lado, no ha tenido excesiva suerte en la gran pantalla desde el cine mudo a la última película sobre sus días finales, Pompeya (2014), y eso pese a contar siempre con peleas de gladiadores y un final previsible, sí, pero también espectacular.
En cambio, nos ha llegado, este año, un libro excepcional. Bajo la sombra del Vesubio [1] se centra en la vida de una de las víctimas de la erupción del volcán: Plinio el Viejo, almirante, historiador y autor de una Historia natural que abarca multitud de materias como casi nadie lo había hecho antes y que responde a una curiosidad y pasión por la naturaleza tan intensas que acabaron por provocar su muerte debido a que la erupción del volcán desató su afán de ser testigo directo. El ensayo de Daisy Dunn (Londres, 1987) también recorre la peripecia vital del sobrino, Plinio el Joven, abogado (bestia negra de gobernadores corruptos), senador, poeta, coleccionista de villas y embajador personal del emperador.
Excepcional
Una biografía doble basada en la enciclopedia de uno y en las numerosas cartas del otro que nos han llegado y que nos permiten entrar en dos de las mentes más brillantes de la antigüedad, que Dunn nos dice que tenían en común “una mente inquisitiva, un buen ojo para los detalles, una diligencia obsesiva y un deseo de ampliar los límites de la existencia mortal”, compartían asimismo “amor por las historias del mundo natural y los extremos del comportamiento humano”.
Sobre el primer Plinio en venir al mundo solo cabe decir que hay gente admirable capaz de escribir sobre cualquier materia, que hay polígrafos célebres que, incansables, redactan mucho sobre muchos temas y luego está Plinio el Viejo. Lo que nos ha llegado –que no es todo lo que generó, claro– obliga a pensar que no hizo otra cosa en su vida que escribir, escribir y escribir. Sabemos que no solo despachó sus treinta y siete volúmenes de Historia natural que muchos siglos después interesarían a Leonardo da Vinci o a Cristóbal Colón, sus ocho libros sobre Las ambigüedades de la lengua, sus crónicas de las guerras de Germania, sus biografías de personalidades de su tiempo. Él solito. Llenando cuadernos con letra minúscula, “creyendo que un solo momento alejado de sus libros era un momento desperdiciado”.
El Plinio menor, que había perdido a su padre de crío, heredó el legado del Plinio mayor, que no tuvo hijos, y se esforzó por mantener vivo el recuerdo de su tío. Aparte de eso, tampoco se puede decir que perdiera el tiempo en alguna de sus villas. Escribió cartas sin parar, sobre todo al emperador Trajano y a Tácito, historiador y político al que siempre tuvo como modelo con el que medirse. Gracias al libro de Dunn, vamos sabiendo qué pensaban –uno u otro– de las relaciones sexuales, la embriaguez, las comidas copiosas, los lujos, el cristianismo, la enfermedad o el suicidio.
Parece que las zonas con volcán, aparte de bellas y peligrosas, resultan especialmente fértiles y dan buenos vinos. También motivan libros tan interesantes como el de Daisy Dunn.
Bajo la sombra del Vesubio. Vida de Plinio [1]
Daisy Dunn
Traductor: Victoria León
Siruela
344 páginas
23,95 euros