No todas fueron mujeres ilustres ni sus vidas siempre ejemplares, pero supieron afrontar su destino. Las hubo virreinas y gobernadoras, místicas y letradas, pequeñas empresarias, costureras, criadas, prostitutas y maestras. Y cuando los hombres habían muerto o estaban malheridos, la mayoría se vieron abocadas a ejercer de improvisadas capitanas, soldaderas o marineras.
Los nombres de esa multitud de viajeras han quedado sepultados bajo la historia a causa de la desidia de los funcionarios (que no las anotaron en los registros de pasajeros) y de algunos descuidados cronistas, testigos directos de la conquista, exploración y poblamiento, que sí relataron las hazañas de sus capitanes y aun evocaron el color y brío de sus corceles.
Pocos rememoraron el nombre de las españolas que compartieron con ellos las mismas tempestades y hambrunas durante el largo viaje. Aquellas que también combatieron contra los indígenas, ayudaron a levantar ciudades, plantaron las primeras semillas europeas, cultivaron con sus manos las tierras de América, fundaron hospitales y escuelas y, como es evidente, fueron las progenitoras de la estirpe de criollos y de mestizos de América.
El nombre de las españolas
El lector se asombrará con los hechos de la monja Inés Castillet y con los de la maestra indignada Catalina Bustamente, mujeres de clase humilde cuya inteligencia, amor al conocimiento y tenacidad les hicieron destacar entre las que se dedicaron a la ensañanza y la cultura. También se estremecerá con el sobrehumano dolor de la cándida esposa y madre que fue la mística Marina de la Cruz. Hubo esposas abandonadas que viajaron en busca de sus maridos, y el Nuevo Mundo las forjó heroínas, como Inés Suárez en Santiago de Chile. Algunas linajudas fantasearon con redimir a disolutos capitanes y, en ausencia de ellos, tomaron las riendas del poder o el gobierno de sus haciendas. Así lo hicieron María Álvarez de Toledo en Santo Domingo, Beatriz de la Cueva en Guatemala o Juana de Zúñiga en México. Otras vidas quedaron muy pronto truncadas, como la de la primera esposa de Cortés, Catalina Juárez. Algunas otras ambicionaron riquezas y mando. Bien que lo demostró Isabel de Barreto durante la travesía en busca de las Islas Salomón, tras enviudar de Álvaro de Mendaña.
Otras, abocadas a empuñar la espada, ejercieron de capitanas. Fama de audaces tuvieron María de Estrada en la conquista de México y Beatriz Hernández en la batalla de Guadalajara. Muchas hubo grandilocuentes cuyos soflamas avergozaron o enardecieron a los medrosos compatriotas cuando huían de los ataques indígenas. No faltaron mujeres de humildes oficios que soñaron con una vida mejor en el Nuevo Mundo. Emergen en México la costurera Ana López y la viuda Pineda con su pequeño negocio de paños. En contrataste con las vidas honestas y modestas de estas últimas, aflora María de Ledesma, rica prostituta de Potosí de la que poco se sabe.
Españolas del Nuevo Mundo es una colección de biografías de mujeres de distintas clases sociales y oficios cuyas vidas ha podido reconstruir Gómez-Lucena gracias a informes y crónicas de otros autores menos cicateros. No se la pierdan.
Eloísa Gómez-Lucena es autora de Expedición al Paraíso (Renacimiento: Espuela de Plata, 2004); de El zoo urbano (Espuela de Plata, 2008) y del libro de viajes por Estados Unidos y México, en proceso de edición, Atardeceres sureños, mañanitas mexicanas. También es coautora del ensayo histórico La odisea de Cabeza de Vaca (Edhasa, 2008).