En el acto de presentación de esta obra, que forma parte del ciclo que inició con Autobiografía sin vida (“en aquella ocasión intenté explicar como las imágenes nos hablan y nos hacen ser como somos”), Azúa mostró su particular mirada a las ruinas del siglo pasado en el intento de narrar su experiencia a través de los géneros, “un texto dónde no importa tanto el sujeto como el caso. Porque este no es el discurso de un yo, sino el de un caso. No es asunto mío definir o explicar lo que he escrito y mucho menos valorarlo. En cambio sí puedo contar mi experiencia, que es la de varios cientos, quizás miles, de jóvenes que comenzaron a escribir con intenciones “artísticas” entre 1960 y 1980”.
Lectura muy personal
Con implacable lucidez, su deje de humor y una prosa vibrante revisita sus distintas edades literarias, desde la iniciación en el lenguaje sagrado de la poesía («el fundamento que sostiene todos los géneros. El lenguaje que fundamenta todos los lenguajes»), para entrar en lo que denomina «la democracia de la novela» y de ahí al laberinto del ensayo, con una coda dedicada al periodismo, «un género que ha devorado las demás actividades escritas, plásticas, orales. El periodismo lo ha devorado todo».
El relato de su propia trayectoria le permite al autor, además, construir una lectura personal y contundente del transcurrir de la literatura a lo largo del siglo XX.
A la manera de un autorretrato donde más que una fisonomía se trasluciera la genealogía de un tiempo, de una idea de la literatura y de una forma, tal vez agónica, de interrogar al mundo, Félix de Azúa ofrece en este libro un testimonio único, que a su vez constituye un estímulo para enfrentarnos a las urgentes transformaciones de nuestro tiempo.