Entre los Habsburgo hubo personajes de todo tipo: guerreros o contemplativos, inteligentes o estúpidos, relajados o frenéticos, pero a todos les impulsaba el mismo sentido de misión familiar: la creencia de que estaban destinados a gobernar el mundo como defensores de la Iglesia, garantes de la paz y mecenas de la ciencia y la cultura.
Con su corpus de territorios -desorganizado solo en apariencia-, su maraña de leyes y su mezcla de idiomas (su único lenguaje universal fue el Barroco), su imperio supranacional -de Hungría hasta Filipinas, pasando por Italia, España y el Perú- puede parecer caótico a nuestros ojos, pero Rady desvela con su texto accesible, entretenido y repleto de anécdotas cómo consiguieron mantener su influencia global durante nueve siglos, y dominaron Europa Central hasta la Primera Guerra Mundial. La caída final del Imperio, la subsiguiente creación de nuevos estados, ninguno mononacional, que a menudo intimidaban a sus propias minorías, les convirtió en víctimas fáciles para dos nuevos y crueles imperios emergentes: la Alemania nazi y la Rusia soviética. Las consecuencias están en la memoria de todos.
Como observó el Kronprinz Rodolfo poco antes de su muerte en 1889, «Austria es un bloque de naciones distintas y de razas diferentes bajo un Gobierno unitario… Y eso constituye una idea importantísima para la civilización del mundo. Aunque actualmente la realización de esa idea no es, por decirlo diplomáticamente, del todo armoniosa, eso no significa que la idea en sí misma sea errónea». Una forma de entender el mundo que, aún hoy en día, parece más que razonable.