Tan original libro de viajes, lleno de encanto y prodigiosa erudición, sacó a la autora de su especialidad, los cómodos jardines y huertos de villas y palacios, para meterla en los –a veces duros, a veces hermosos– terrenos en los que crecen los mandarinos y los limoneros Diamante o los de Amalfi, la bergamota o los chinotti; o para visitar los moldes de la colección de los Médicis, frutas de cera o escayola con fines decorativos. Diez años acumulando información, desplazándose periódicamente a las regiones clave, entrevistando a los protagonistas y probando todo lo ofrecido sin rechistar (normal: besugos envueltos en hojas de limones, bizcochos con limoncello y en ese plan).
Attlee cumple la norma de tanto viajero, artista e intelectual de las tierras frías de Europa a lo largo de los siglos: la obsesión por peregrinar, disfrutar y empaparse de un país tan seductor, romántico y hedonista como el italiano. En algunos casos, como el de Hans Christian Andersen, la atracción se concretaba abiertamente por los bosquecillos de naranjos y limoneros. Lo primero que deja claro nuestra cicerone es que Italia, tan marcada por sus cítricos, fue primero, como casi todo el planeta, tierra de importación; las cidras llegaron en el siglo I de la mano de los judíos que huían de Jerusalén.
Porque ni la naranja –amarga o dulce– ni el limón, que trajeron mucho después los árabes, están en el origen. El principio de todo son la mandarina (originaria de China), el pomelo (de Malasia y el archipiélago Malayo) y la cidra (Himalaya). Fecundadas por polinización cruzada, todas las variedades conocidas viene de ahí: entre ellas, la naranja (mandarina más pomelo) y el limón (cidra más naranja amarga). Un universo casi inabarcable: solo de la naranja se cuentan unas cuatro mil variedades.
Mafia con olor a limón
La excursión a Sicilia y a Calabria son una oportunidad para detallar el nacimiento y consolidación de la mafia. En la primera es obligada la visita a Palermo, paraíso de los cítricos, “uno de los lugares más soleados de Europa, un gran anfiteatro de montañas que lo protege de los vientos y detiene el paso de las nubes procedentes del mar”.
El poder sanador del limón y el consiguiente negocio se produjeron cuando la Marina Real Británica tomó conciencia de que su zumo era la solución al temible escorbuto que provoca la falta de vitamina C y que tanto mermaba a las tripulaciones que asumían travesías muy prolongadas. De ahí que se dijera que el vicealmirante Nelson había transformado Sicilia en “una inmensa fábrica de zumo de limón”. Y ya se sabe: donde hay pasta hay gente dispuesta a gestionarla… a su manera. “Las operaciones de especulación, extorsión, intimidación y chantaje que caracterizan las actividades de la mafia se practicaron y perfeccionaron por primera vez en los huertos de cítricos”. Eso explica que los mafiosos pioneros fueran los terratenientes más ricos dedicados al cultivo de limones. Así pasó desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. Luego, cuando los márgenes de beneficios iban decreciendo, la Cosa Nostra fue perdiendo el interés.
De las incursiones de Attlee en el norte, en la Riviera italiana, es responsable el chinotto, variedad de naranjo que la escritora inglesa califica de “patito feo de los cítricos” y que en el país de la bota sirvió, por un lado, para intentar en su momento –años treinta del siglo pasado– crear una bebida gaseosa que hiciera la competencia a la todopoderosa Coca-Cola; y por otro, para contribuir a la industria del perfume por su capacidad para realzar la intensidad y duración de las fragancias. Aunque para monetizar aromas, la reina es la bergamota, “el cítrico más preciado del mundo”. En el sur más profundo de Calabria encontramos esta mezcla de limonero y naranjo amargo, cuyo aceite almacenado en la superficie de la piel fue un objeto de deseo para los fabricantes de colonias desde el siglo dieciocho, debido en buena medida a su condición de ingrediente mágico que armoniza el resto de elementos de un perfume “a la manera en que lo hace un director de orquesta”. No acaban ahí sus bondades: también se utiliza para aromatizar al té y como desinfectante en hospitales.
La naranja con fines bélicos
Si la Tomatina –tomatazo va, tomatazo viene– del municipio valenciano de Buñol te resulta demasiado inofensiva y te va la marcha, entonces tu batalla se localiza en el Carnaval de Ivrea, cerca de Milán. Allí el arma arrojadiza son las naranjas y la protección imprescindible si no quieres acabar con la cara como la de un boxeador noqueado.
Y el cidro con fines religiosos
Attlee clausura su viaje por Italia plenamente sumergida en el universo del cidro –hermano mayor del limón– que crece al norte de Calabria. Siempre perfumado y de enorme resistencia, su potencia y atractivo le convirtieron pronto en sinónimo de prosperidad. A lo largo de la historia ha ido sumando usos de lo más variopinto: mascado como remedio para el dolor de estómago, utilizado como suerte de naftalina entre la ropa para repeler insectos, empleado para conservar cadáveres e incluso como anticonceptivo con el que frotarse los genitales antes de pasar a la acción. Hoy en día es muy valorado para una festividad judía que exige frutos perfectos como requisito imprescindible para meterlos en la sinagoga. De entrada, únicamente el 20% de toda la cosecha es candidata a tener la calidad suficiente para ser aceptada.
Asombra la cantidad de usos que tienen los cítricos en todo el mundo en general y en Italia en particular. Este libro describe al detalle muchos de ellos y abre literalmente el apetito por adentrarse y comer en Italia más que cualquier guía de viajes. Como dejó escrito el poeta Gabriele d’Annunzio en referencia a la bergamota, podemos decir que esta obra evoca “un sabor que encanta antes siquiera de probarlo”.
El país donde florece el limonero. La historia de Italia y sus cítricos
Helena Attlee
Traductor: María Belmonte
Editorial Acantilado
320 páginas
22 euros