Este texto supuso el primer testimonio de los horrores del Holocausto que fue utilizado en el Juicio de Núremberg en el que, tras la Segunda Guerra Mundial, fueron juzgados oficiales y altos mandos nazis.
El lugar del exterminio
Un caluroso día de finales de julio de 1944, en su avance hacia Berlín, el Ejército Rojo llegó al lugar que había ocupado el campo de exterminio de Treblinka, a 100 kilómetros al noroeste de Varsovia. En los días previos los responsables del campo lo habían arrasado con el fin de eliminar todo vestigio.
Sin embargo son muchos los testimonios directos de lo que allí había ocurrido y las pruebas confirmaban lo acaecido de modo irrefutable. Grossman escribe: «Hoy los testigos han hablado y han clamado la tierra y las piedras. Y hoy, ante la conciencia del mundo, ante los ojos de la humanidad, podemos, de manera minuciosa, paso tras paso, atravesar los círculos del infierno de Treblinka, en comparación con el cual, el de Dante resulta un juego inofensivo e inocente de Satán».
Grossman, que durante la guerra viajó con las tropas soviéticas como corresponsal del periódico Ejército Rojo para describir en sus crónicas lo que ocurría en el frente, reconstruyó en un relato tremendo pero subyugante, lo acontecido en Treblinka y se convirtió a través de este texto en el primer cronista en relatar al mundo los horrores del exterminio.
De primera mano
En aquel momento, la voz de Grossman nos informa de que todo lo que se escribe ha sido tomado de los relatos de testigos que aún viven, de los testimonios de personas que trabajaron en Treblinka desde el primer día de existencia del campo… y de las declaraciones de los guardianes detenidos, quienes confirmaron cada palabra, y en muchos casos complementaron, los relatos de los testigos.
«A estas gentes las he visto yo personalmente, hablé larga y detenidamente con ellas, sus declaraciones escritas están ante mí sobre la mesa, y todos estos numerosos testimonios de diversas fuentes concuerdan entre sí en todos los detalles, empezando por la descripción de Barí, el perro amaestrado del comandante del campo, –especializado en arrancarle de un mordisco los genitales a los presos antes de llevarlos a la cámara de gas–, y terminando por la descripción de los procedimientos para el asesinato de las víctimas y la construcción del patíbulo en cadena».
Con una prosa descarnada, crudísima en muchos momentos, pero de alto valor literario y periodístico, Grossman describe el horror como una forma de limpiar el pisoteado nombre de los inocentes; de los muertos. «La tierra expele huesos aplastados, dientes, ropas, papeles. No quiere mantener secretos, y de sus heridas incurables brotan multitud de objetos».
«En el último y doloroso camino hacia las cámaras de gas, todos los testigos señalan la ferocidad de un monstruo, el SS Zepf. Se había especializado en el asesinato de niños. Dotado de una enorme fuerza, este antropoide agarraba bruscamente a un niño de la multitud y, o bien lo enarbolaba como una maza y golpeaba su cabeza contra el suelo, o bien lo partía por la mitad».
Tres mensajes recurrentes
De estas atroces descripciones, –los cuadernos incluyen los nombres de los responsables implicados, fechas concretas, dibujos de las instalaciones… metáforas ilustrativas y recursos estilísticos que derivan en auténticas «fotografías» escritas–, se nutre El infierno de Treblinka de la que se deprenden tres mensajes recurrentes: la brutalidad del despliegue alemán con su aberrante infraestructura de matar; el desprecio absoluto hacia la etnia a la que se decidió exterminar y, sobre todo para el autor, la obligación ética y social de recoger y dar voz a los que tuvieron la desgracia de «vivir» aquel infierno.
El hitlerismo le quitó a esta gente la casa y la vida, lamenta Grossman, y quiso borrar sus nombres del recuerdo del mundo… Pero todos ellos sumidos en la nada conservaron eternamente el mejor de los nombres, el que no podrá hundir en la tierra la jauría de los esbirros de Hitler y Himmler: la denominación de «hombres». En su monumento la historia escribirá: «Aquí duerme un hombre».
Inimaginable y dantesca pero necesaria, ante nuestros ojos humea para siempre El infierno de Treblinka, la crónica de lo que nunca debió haber sido.