Algo muy parecido vivió veinte años después y en España Silvia Grijalba (Madrid, 1967) que con apenas 20 años se presentó, toda de negro como buena fan gótica de Bauhaus, en el recién nacido diario El Mundo para ofrecerse como crítica de música. Como Crowe, Grijalba también vivía el rock con pasión; como Crowe también entrevistaría a algunos de sus ídolos; y como Crowe se integraría en el séquito de una gran banda, la de Loquillo y los trogloditas, en las fechas más calurosas del verano de 1991.
Así la autora veía cómo, siendo aún estudiante, ya había cumplido su sueño: escribir sobre lo que le gustaba y además en un medio -entonces más que ahora- extraordinariamente influyente. Al cabo de diez años de entrevistas, conciertos, crónicas y reportajes en el rock y sus aledaños, comprobó un día con pena que aquello había dejado de ser seducción, atracción, pasión y amour fou para convertirse en un “matrimonio tranquilo” al que decidió poner punto y final. Ese amor y ese desengaño es lo que la novelista describe en Más que famosos. Auge y caída de la fascinación por el rock.
Una memoria de aquellos años en los que vivió en primera persona el nacimiento del indie español y de los grandes festivales, la irrupción de la música dance y las fiestas rave. También confiesa que fue testigo directo de los excesos de la industria discográfica, aquella que, recuerda entonando cierto mea culpa, “gastaba y gastaba sin medida, en una euforia cocainómana, la misma que llevó a la ruina a Wall Street, y que veía normal pagar avión, hotel de lujo y cenas de escándalo a los periodistas de todo el mundo para que entrevistaran media hora a la estrella o aspirante a estrella del momento”.
Grandes seductores
Es éste un libro de encargo pero que dice mucho de quién fue y quién es Silvia Grijalba, de su educación sentimental, de su forma de entender la vida. Una obra que pese a su brevedad no necesitaba, para ganar volumen, la inserción de extractos tan amplios de aquellas entrevistas o reportajes que escribió la autora en su momento. En cambio, no sobran y son disfrutables los momentos más personales que rodearon la redacción de dichos textos: tener delante a Bowie fue para Grijalba sentarse frente al fulano que ocho antes veía cada día en el poster de su habitación y que le había provocado una poderosa “reacción física que luego reconocí cuando por primera vez besé a mi primer novio”; poder conocer al cantante de Depeche Mode en el momento álgido de la banda británica supuso también tener que inventar buena parte de lo publicado porque David Gahan, enganchado a la heroína, era incapaz de articular dos frases seguidas con sentido; o pasar vergüenza ajena al compartir entrevista a Brian Ferry con un colega de la radio convencido de ser íntimo del cantante de Roxy Music; o dejarse seducir más –si eso es posible– por Leonard Cohen o flipar aún más –si eso también es posible– al recibir la primera clase de meditación de su vida de la mano de, nada más y nada menos, que John Cage.
En los recuerdos de Grijalba predomina la admiración, que es patente hacia dos figuras que no eran, en principio, santos de su devoción musical: Loquillo y Enrique Bunbury. Del primero escribe que “hay pocos artistas como él al que se le pueda sacar más jugo” y del segundo confiesa envidiar y copiar su inconformismo, ése que le lleva a reinventarse artísticamente cada cierto tiempo. Hay también palabras de reconocimiento para la labor de los managers, especialmente de los españoles, los Pito Cubillas, Ana Díez, Mario Pacheco, Carlos Galán…
Atizando al indie
Los piropos a ellos y a otros, como Santiago Auserón, Nacho Canut o Alaska, sirven de contrapunto a los pescozones. No hay más que leer el título del capítulo para hacerse una idea del destinatario: El gran timo del indie o cómo mola mirarse a los pies. Para Grijalba no solo eran voluntariamente anodinos en la formas –un pecado cuando “la actitud y la imagen son esenciales en el mundo del rock”–, tampoco brillaban en el fondo: “se pueden contar con la mitad de los dedos de una mano los grupos indies españoles que tenían algo que decir en una entrevista”. En un libro que se cuida muy mucho de no hacer sangre, a Antonio Luque (Señor Chinarro) y a Albert Pla los califica de “falsos undergrounds”, a los que cuesta sudor y lágrimas sacar algo interesante con la grabadora delante.
Son especialmente lúcidas las páginas que dedica a las drogas en la creación musical, en los festivales y en las raves; también merecen la pena aquellas otras en las que desgrana las razones para entender la debacle de la industria del disco, las causas de que todo se fuera al garete. Grijalba, en la actualidad novelista y directora de la Casa Gerald Brenan de Málaga, lo tiene claro: la culpable de la crisis es fundamentalmente la propia industria. Ente otras cosas, afirma que fueron los responsables de las grandes compañías los que quitaron progresivamente valor a la música “pensando que cualquier cosa valía”. Fueron ellos, insiste, los que contrataron “grupos dóciles pero negados musicalmente, con lo que dócil conlleva de falto de carisma, de carente de rebeldía, de ausencia total de riesgo…”.
Más que famosos. Auge y caída de la fascinación por el rock
Silvia Grijalba
Fundación José Manuel Lara
160 p
18 euros