Las hijas de estas mujeres descubrieron el sexo prácticamente al mismo tiempo que la democracia. Una de esas hijas es también una de nuestra mejores novelistas, Marta Sanz (Madrid, 1967), que en su último ensayo ha trazado un posible mapa de las relaciones y costumbres sexuales del periodo democrático.
La metodología de este largo reportaje, con sus gotas de memoria personal y de retrato de una época, es un cuestionario “muy indiscreto” enviado a una docena larga de mujeres, amigas de la autora, que ahora rondan, de media, los cincuenta años con profesiones de lo más variado. A todas ellas –todas heterosexuales– les pide echar la vista atrás para revisar aquel periodo de iniciación (del primer beso con lengua, de la pérdida de virginidad…) y reflexionar sobre su actual vida íntima, incluyendo cuestiones de su actividad sexual (consumo de pornografía, sexo sin amor, sexo en la madurez…).
Sanz ha tenido más que presente aquella investigación de Martín Gaite en su esfuerzo por “desdecir o matizar algunos lugares comunes; nombrar los tabúes que rodean los usos amorosos del postfranquismo y la democracia española”, haciendo especial hincapié en los prejuicios asociados al mundo del romanticismo.
Son inmensas las diferencias entre la mujer de los años cuarenta y la de los ochenta, entre la mujer de los tiempos del racionamiento y la que celebra la promiscuidad de La Movida y luce top less en las playas, entre la del «sí, quiero» para toda la vida y la que se separa cuantas veces lo considere porque el divorcio ya no es sinónimo de fracaso vital. Y sin embargo nadie podrá negar que unas son herederas directas de las otras. Precisamente eso explica que cuando Sanz pregunta a sus coetáneas por la educación sexual recibida, las respuestas oscilen entre calificarla de «represiva” e “inexistente”; y solo así cabe entender asimismo que el sexo siga estando rodeado para muchas de ellas de “un aura de suciedad y culpa”.
Sin recetas
Todas las mujeres cuyo testimonio recoge Sanz en su libro eran unas crías cuando a finales de los setenta se despenalizó el delito de adulterio y amancebamiento y se legalizó el uso de anticonceptivos. Integraron la primera generación en poder tomar decisiones por ellas mismas. También han crecido vistiéndose influidas por las modas o por su propio gusto o personalidad a la hora de ponerse guapas y ligar en discotecas. Sus madres, como contó Martín Gaite, fueron en cambio obligadas usuarias de la falda y esclavas de la faja. “Ninguna chica decente de los años cuarenta pudo librarse de aquella sujeción ni de sus molestas transpiraciones. Algunas se atrevían a suprimirla en verano, época particularmente temida por los predicadores y moralistas”. Y las que se atrevían a fumar o ponerse un pantalón se arriesgaban a ser consideradas retadoras de “las esencias mismas de una feminidad que había de ser cuidadosamente delimitada”.
En lo que el libro de Sanz tiene de autorretrato generacional hay también espacio –no mucho– para esos hitos de la cultura que, independientemente de su calidad, construyen la sentimentalidad de una época: de Grease a Sensación de vivir; del cine de destape a la serie Cristal; de las canciones de Luz Casal y Radio Futura a las primeras películas de Almodóvar.
La autora de La lección de anatomía o Farándula quiere conocer los gustos pasados y presentes de las mujeres maduras de la España actual, su opinión sobre la infidelidad, sobre qué les hace sentirse culpables o con qué prenda se sentían –o sienten– realmente irresistibles. Quiere saber muchas cosas pero no quiere imponer ninguna; la imposición como fuente de tantas infelicidades. “Lo importante es que nadie pueda imponer nada en el territorio de los afectos y de los cuidados. No me impongan el matrimonio ni la maternidad. Pero tampoco me impongan la promiscuidad de baratillo, los vibradores o las pomadas vaginales. No me den recetas”. Ella, desde luego, no las da.
Marta Sanz
Fundación José Manuel Lara
216 páginas + 16 láminas
20 euros