Como ha sucedido a lo largo del conjunto de su obra, Grandes, que confiesa «escribir a partir de imágenes», se vuelca a la hora de perfilar situaciones y escenas en torno a los que gravitan sentimientos que anidan en personas que al sentir, viven y al vivir, no pocas veces, sufren. De hecho se la ha definido como «la novelista de los sentimientos», una simplificación que ella prefiere zanjar afirmando: «soy escritora y, como tal, mi obligación es, con más o con menos carga emocional, escribir buenos libros».

¿Es usted una novelista vocacional?

De muy pequeña quería ser azafata o enfermera, que es lo que queríamos ser la mayoría de las niñas de mi generación. Pero enseguida quise ser lo que hoy soy. Sólo hay una cosa en la vida que me gusta más que escribir; leer. La puerta a través de la que mordí el veneno de la escritura fue la lectura. Me recuerdo desde muy niña leyendo y siendo feliz al hacerlo. 

Sus personajes suelen ser de carácter fuerte. ¿Es así de forma premeditada o es una cuestión que surge de forma natural?

Esos axiomas tradicionales que señalan que solo se puede escribir de lo que se recuerda, que cada ficción tiene un componente autobiográfico, creo que tienen mucho de verdad. Escribir es mirar al mundo y contar lo que uno ve. La realidad está filtrada por la memoria de cada escritor y uno de los elementos clave de la identidad y de la fabricación de la memoria es la ideología. De un modo inevitable uno crea personajes afines. No podría (y enfatiza este NO de un modo casi vehemente) hacer un personaje protagonista que me cayera mal o al que no comprendiera. Me suelo encarnar en personajes cercanos a mí.

  «Estoy convencida de que los adultos somos la consecuencia de los niños que hemos sido«

Como autora de novelas muy plásticas, ¿qué importancia tiene la imagen en su obra?

Agradezco esa pregunta porque me gusta señalar que a la hora de escribir parto siempre de imágenes. No escribo a partir de una idea o de una tesis. No me digo a mí misma: «voy a escribir una novela sobre…» o «voy a contar…»; no. Me encuentro con una imagen que me permite indagar sobre lo que esa imagen representa o quiere decir o contarnos. Le doy vueltas, la reconstruyo, intento saber hacia dónde me lleva y cuando lo descubro es cuando empiezo a construir lo que se irá convirtiendo en una obra. Elijo entre varias de las novelas que esa imagen puede sugerir y me pongo a ello. Ahora bien, dicho esto creo que la literatura está desde siempre muy basada en imágenes. Me llama la atención cuando me recuerdan que soy muy aficionada al cine porque en mis novelas hay muchas imágenes. Creo que es al revés, es decir, porque escribo novelas soy aficionada al cine.

Y el peso de la infancia…

Sí, claro. La infancia me interesa muchísimo pero me interesa, como es el caso de este último libro, contar la infancia desde la infancia. Cuando construyo un personaje adulto necesito saber qué clase de niño ha sido. Estoy convencida de que los adultos somos la consecuencia de los niños que hemos sido. Siempre conozco la infancia de mis personajes. A veces la cuento y a veces no, pero siempre la tengo en cuenta porque tengo que preguntarme qué clase de niño hay ahí detrás.

Soy consciente de que mis novelas alternan las infancias contadas por adultos que las recuerdan y que tienen un componente de trampa, porque los adultos hacemos trampa cuando recordamos, con otro tipo de personajes a los que me gusta llamar niños auténticos. Niños al principio y al final del libro. Es distinto un niño auténtico a un niño recordado. Me gustan especialmente estos últimos porque los niños-niños son los únicos que no trampean y asumen la realidad tal como es. Son veraces.

«La literatura tiene un poder tan grande de mejorar la vida que en algunos momentos puede resultar hasta peligrosa«

¿El arte y la literatura son un refugio?

Por supuesto. Es un ingrediente básico en El lector de Julio Verne, en el que ese niño encuentra en la literatura una vida mejor. Pero en mi propia infancia pasó algo parecido. Tuve una infancia pacífica y en lo material muy confortable, pero era una niña muy gorda y muy poco popular. Era la típica niña poco agraciada y peluda que no tenía amigas. Y leía porque era mucho más feliz leyendo que viviendo. Lo que encontraba en los libros eran vidas mucho mejores que la mía y la de quienes tenía alrededor. Leer me proporcionaba una felicidad desconocida si miraba hacia mí misma y mi realidad.

A lo largo de la vida he encontrado un montón de excelentes lectores que de pequeños eran cojos, llevaban aparatos, habían tenido la polio o tenían otros problemas que les condicionaban. Por supuesto hay muchos estupendos lectores que han sido niños completamente normales, pero hay una categoría, en la que yo misma me inscribo, de lectores insaciables que en su momento fueron niños que pudiéramos llamar raros o infelices, aunque ya digo que yo no fui infeliz. La literatura tiene un poder tan grande de mejorar la vida que en algunos momentos puede resultar hasta peligrosa, porque si te descuidas puede llegar a suplantar tu realidad hasta descolocarte.

¿Insiste usted en la necesidad de no darlo todo por sabido en relación con la Guerra Civil?

Creo que a pesar de lo que algunos sostienen, ni se ha escrito ni se ha filmado todo lo que se debería sobre un tema de tantísima trascendencia para entender nuestro pasado, nuestro presente y, probablemente, nuestro futuro

 «Galdós era un genio Esa capacidad de enlazarlo todo en una alternativa a la realidad me parece realmente fabulosa«

   

Y esa permanente reivindicación de la figura y la obra de Pérez Galdós…

Nunca me cansaré de decir que Galdós es un escritor fundamental. Leo mucha novela del siglo XIX. Siempre he tenido la impresión de que ese fue el gran siglo de la novela. Hay que aprender de aquellos maestros, ellos tenían dos condiciones que los escritores del siglo XX, no digamos ya del XXI, hemos perdido. Me refiero a que eran al mismo tiempo salvajes e inocentes.

Cuando me imagino a Galdós, a Balzac o a Dostoievski veo una especie de paisaje africano, una inmensa llanura, con un sol abrasador, un árbol o, por ejemplo, una manada de elefantes y frente a esto hay un hombrecito que está solo frente al mundo. Quiero decir con esto que aquel hombre, aquel hombrecito escritor está solo y lo puede contar todo porque nada le limita. Y cuando me imagino al escritor contemporáneo percibo como pequeños personajes en una autopista de Los Ángeles, llena de semáforos, de carteles indicadores, de direcciones prohibidas…

Aquel estado de felicidad salvaje del XIX no lo recuperaremos pero creo que es legítimo aspirar a ser tan ambiciosos como ellos. En ese sentido, Galdós me parece grande de verdad, no sólo grande entre los españoles, sino muy grande a nivel universal. Un narrador formidable capaz de crear un mundo paralelo, un mundo completo con genealogías absolutas que lograban modificar la idea y el mapa de una ciudad, como en su caso hizo con el Madrid paralelo que construyó. Esa capacidad de enlazarlo todo en una alternativa a la realidad me parece realmente fabulosa. Galdós era un genio.

Por último, y cómo persona atenta a la actualidad, ¿cómo observa todo lo que está sucediendo?

Económicamente estamos mal, pero lo peor no es la economía. Creo que estamos viviendo un cambio de ciclo y la crisis económica es la excusa para que el verdadero poder, que no es el político porque el poder político está intervenido por el económico, actúe como lo está haciendo. El poder financiero está esgrimiendo la crisis económica para desmantelar un modo de vida. Como en este momento en el mundo los mercados no están regulados y la economía productiva no es negocio, porque la economía financiera sostiene un porcentaje mucho más alto de la riqueza que la productiva, si no se toman las medidas adecuadas al respecto, vamos a pasarlo muy mal.

Es muy complicada la pasividad de la gente, pero es mucho más compleja, complicada y peligrosa la ausencia de un poder político real. A veces pienso que esto va a explotar porque hay una cosa que no ha cambiado desde el principio de los tiempos y es que la tolerancia de los seres humanos tiene un límite y cuando se supera ese límite se produce una fractura. A menudo, muy traumática.