El cartero de Pablo Neruda hizo escritor universal a este hombre afable que atesora una de las carreras literarias más reconocidas surgidas en el continente Sur de América en los últimos cuarenta años. Ahí están en su vitrina el Prix Médicis, el Grinzane Cavour, el Elsa Morante, el Boccaccio Internacional, la Medalla Goethe, el Planeta, el Mundial de Literatura Infantil de la UNESCO o, este mismo año, el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica.
Cuando se le pregunta, Skármeta cabila unos segundos la respuesta, sonríe después y sonriendo, –ojos que miran chispeantes al interlocutor–, contesta sin vacilar; seguro y contundente. Para empezar, en aluvión, toda una declaración de principios: «Creo en la imaginación. Creo en la alianza de los artistas con la gente. Creo en toda mi obra. Creo que toda la cultura que hemos recibido de la humanidad tiene que actualizarse en la espontaneidad de nuestras vidas cotidianas. Creo en la fusión entre la gran cultura y la calle. Todo esto ha sido el verdadero live motiv de mi obra».
Cuénteme la última…
[Ante la propuesta, el autor sonríe, –ojos que no pierden baza–, y orgulloso de lo que ha dejado escrito, se lanza a dibujar Los días del arco iris, el texto que ha merecido el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2011, un galardón que, al margen de su dotación económica, supone la edición simultánea de la obra ganadora en todos los países de América Latina.]
Comencemos por la portada, porque bajo esa carátula tan optimista de una familia que corre entre risas, se esconde una novela que habla de la ilusión como fuerza motriz que permite al ser humano tirar hacia delante en momentos difíciles. Habla del poder de la imaginación para, en coyunturas específicas, provocar cambios libertarios, libertarios de libertad, en la sociedad. Es una celebración, un homenaje a la lucha de los seres humanos a la hora de mantener su dignidad y su habilidad para hacerla activa en momentos decisivos. Es un libro alegre porque está escrito desde la libertad conquistada. Aunque transcurre en un lugar lejano y en un momento lejano creo que es muy inteligible para el lector de hoy.
Cuéntemela…
Los días del arco iris es una novela organizada en torno a dos tramas. En la historia de Chile hay un momento muy luminoso cuando en 1988 y tras 15 años de férrea dictadura en donde los medios de comunicación, especialmente la televisión, se mantenían ferozmente cerrados a toda crítica al Gobierno y al dictador, los chilenos son convocados a un plebiscito. En un ejercicio inaudito hasta entonces, Pinochet le pregunta al pueblo: «¿Quieren tenerme ocho años más como presidente si prometo algo más de apertura?» Los chilenos se reúnen y a través de ese plebiscito hacen activo ese NO con mayúsculas que permanecía latente a lo largo de toda la dictadura. No hay que olvidar que el país tenía una gran cultura democrática adquirida a lo largo de décadas anteriores a aquella penosa situación. Estrella de esta votación fue una campaña publicitaria que se llamó la Campaña del NO. Recordando todo aquello mi novela habla de un publicista que convoca a toda una serie de artistas visuales, cineastas y músicos que le dan a esta campaña energía, humor, sabor de alegría y ansias de futuro. Todo lo contrario de lo que había en la población que padecía el enorme peso de la dictadura.
Contra todas las predicciones, Pinochet concede un espacio, que en realidad fueron apenas 15 minutos, para que la opción NO se pronuncie y se defienda a través de televisión. Valiéndose de ese breve espacio, los opositores llegaron al corazón de los indecisos, porque los indecisos eran el terreno en el que tenía que arraigar la idea de la libertad. Los indecisos hasta entonces creían en la falacia del mensaje de Pinochet que se resumía en: “Yo o el caos”. Y la alternativa no era esa, si no “O usted, o la libertad”.
En aquella campaña primaron elementos muy dramáticos y otros humorísticos. La novela Los días del arco iris recoge todas esas imágenes que fueron llevándonos hacia la libertad, hacia la democracia que hoy tenemos. Una democracia que se organizó, tras la dictadura, en torno a un gobierno de centro-izquierda. Aquello le dio progreso al país, salud económica, creó un estado de protección social. La democracia permitió dar vuelcos, de modo que a la coalición de centro-izquierda sucedió otra de centro derecha, un cambio que no resultó en absoluto traumático.
La segunda línea narrativa de mi novela es la que concierne a un joven estudiante de educación secundaria que se llama Nico y cuyo padre ha sido arrestado. Con su voz, su tono y sus sentimientos juveniles, a veces con su ingenuidad y apoyándose también en la ternura de su medio-novia, va haciendo frente como puede a la desaparición paterna.
¿Por qué ese título?
Tenía que llamarse así, Los días del arco iris, porque el símbolo al que llegan quienes están contenidos en sus páginas es un arco iris. En la realidad, en aquella situación real se unieron fuerzas muy distintas para llegar a un punto común y al decirle NO al dictador se alcanzaron los colores y el símbolo de libertad que supone ese arco maravilloso. Hay que considerar que antes de ese momento y de ese no, mucha gente perdió la vida en la lucha por alcanzar ese arco iris.
Usted, que sintió en sus propias carnes la represión y la falta de libertades, ¿considera que se ha hecho justicia en Chile en relación con lo que aconteció durante la dictadura?
Una vez inaugurada la democracia se presentó un amplio informe que detallaba las atrocidades cometidas durante la dictadura. Al presentarlo, el presidente Edwin se dirige al país con lágrimas en los ojos y aseguró que se haría justicia “en la medida de lo posible” y conviene entrecomillar estas palabras. No puede haber valores relativos, los valores son absolutos. O hay justicia o no hay justicia. Desde mi perspectiva en Chile, sobre este asunto se hizo y no se hizo justicia a medida que la democracia se iba consolidando y que se alejaba el peligro de un retroceso. Porque Pinochet, una vez desplazado del gobierno, mantuvo el cargo de comandante en jefe del Ejército y sus ideas estaban ahí y la gente tenía la idea de la precariedad de la democracia y que en cualquier momento se podía producir una marcha atrás en lo conseguido. De forma que la política chilena en el entorno de los derechos humanos y de las condenas por su violación y castigo a los culpables de las atrocidades mantuvo un tranco tibio al principio y, a medida que se consolidaba la democracia en algunos casos y en otros no tanto se fue haciendo justicia.
Cuando se avanzaba demasiado de producían desde ámbitos conservadores voces de alerta y aquello, la investigación o el proceso, se ralentizaba o se detenía. Pero hoy podemos decir que el balance manifiesta entereza, pujanza y los chilenos presionaron para que se hiciera justicia real y en muchos caso se hizo. Quedan y quedaron cosas pendientes y el caso más emblemático es el del propio Pinochet que en Londres, cuando iba a ser juzgado, se manifestó gravemente enfermo y, cuando por razones humanitarias regresó a Chile, se levantó de su silla de ruedas para abrazar a sus camaradas de armas. A partir de ahí estuvo en un hospital militar y el juicio que se inició fue, como pronostiqué en artículos que escribí para distintos periódicos europeos, largo, larguísimo, y cada vez Pinochet se mostraba más olvidadizo, más desmemoriado y finalmente murió sin que se pudiese llevar a cabo el juicio en su totalidad, sin que se produjese la sentencia ni la condena.
Muchos de sus colaboradores están hoy en la cárcel, muchos de los crímenes fueron investigados, pero otros no. Desde la realidad y lamentablemente por una parte y gozosamente por la otra, esa tiene que ser mi respuesta sobre este tema crucial. Se unió el arte de hacer justicia con cierto pragmatismo político y se hizo y no se hizo justicia. Sí y no.
¿Es libertad su palabra favorita?
Desde luego es una de ellas. La democracia no es algo que esté ahí desde siempre. La libertad no es algo con lo que nacemos. El hecho de que seamos libres hoy es algo que, en algún momento, a alguien le costó mucho. Me gusta que también la ficción y, por supuesto, la no ficción nos hablen y nos cuenten la historia de los orígenes de esta libertad que disfrutamos. Hay que recordar aquella frase de Dante, que cita uno de los personajes de Los días del arco iris: “La libertad, un bien tan preciado y precioso que por él hasta la vida diera”.
¿Qué opina del 15-M?
En este momento hay movimientos, como el del 15-M surgido en Madrid, que al margen de cualquier otra connotación y de cómo evolucione, está ejerciendo una libertad crítica. Está planteando nuevos temas, exigiendo más transparencia y haciéndolo de una manera pacífica. Dicho esto, la incógnita que queda abierta es si estas propuestas son un estado de ánimo y, una vez que la formulación de esa incomodidad se ha constituido en plataforma, queda por ver cual es la vía que va a tomar esa incomodidad; esa insatisfacción.
No conozco en profundidad sus reivindicaciones pero sé que una de ellas es la reforma de la Ley Electoral. A este respecto puedo decir que en Chile la Ley Electoral es bastante tramposa y no permite que algunas mayorías tengan el poder que le corresponde por la distribución de las cuotas o, dicho de otro modo, que algunas minorías tengan más peso político del que les debiera corresponder por el número de votantes. Son positivos los movimientos que agitan conciencias. Ahora bien, ¿se va a mantener como movimiento? ¿Es un movimiento que va a entrar a dialogar de tú a tú con los partidos y los estamentos políticos?
Cuando viví en el exilio y estuve en Alemania asistí al nacimiento de los Verdes. Recuerdo las discusiones que tuve con algunos de sus dirigentes. Había discrepancias entre ellos. Unos decían que había que integrarse en el sistema y establecer diálogo con los partidos para modificar la política y abordar, desde la transparencia, los temas que le preocupaban a la gente. Otros eran antisistema y abogaban por mantenerse como un movimiento independiente, como una conciencia crítica sin intervenir directamente en la política. La historia nos dice que los Verdes se constituyeron en un partido tan poderoso que llegó a gobernar en alianza con los socialdemócratas durante largo tiempo, un tiempo en el que yo fui embajador de mi país en Alemania.
Es muy pronto para ver que va a suceder con un movimiento, tan interesante en principio, como este que ha surgido en España. Hay que considerar que cuando uno dice no a algo, hay que considerar un sí. Hay que proponer el sí. Hay que proponer.
Sostiene que el arte, la escritura, la poesía y la música no son solo del autor …
He dicho, a través de uno de los personajes de El cartero de Pablo Neruda, que la poesía no es de quien la escribe, si no de quien la usa. Esa frase se hizo popular hasta el punto de que incluso he visto en Italia camisetas con ese lema. Una vez más hay que insistir en la necesidad de dar potencia a la cultura que nos ha venido heredada de nuestros mayores. Eso tiene que formar parte de la cotidianidad de los seres humanos.
¿Qué tres referentes señalaría en el conjunto de esa historia cultural del universo?
Hay tantas cosas que la respuesta es imposible. Pero, desde una óptica muy personal, el Renacimiento italiano en pintura, el teatro clásico español y Shakespeare son tres iconos que siempre me han acompañado.
Una vida muy intensa Antonio Skármeta nació en 1940 en Antofagasta (Chile) en el seno de una familia de emigrantes croatas. Estudió Filosofía y Literatura en la Universidad de Chile bajo la dirección del español Francisco Soler, discípulo de Julián Marías y de Ortega y Gasset. Su tesis versó sobre la obra de Ortega, interesándose también por el pensamiento de Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Martin Heidegger. En 1964 obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios de posgrado en Estados Unidos, en donde se doctoró en la Universidad de Columbia con un trabajo sobre la narrativa de Julio Cortázar. En Nueva York estudia teatro con Paul Kozelka, del Actor’s Studio, y escribe algunos textos que constituyen la base de sus primeras obras de ficción. De regreso a Chile es nombrado director teatral en el Conjunto Artístico del Instituto Pedagógico (CADIP), imparte clases de filosofía en el Instituto Nacional y publica su primer libro de relatos, El entusiasmo, 1967. Posteriormente ingresa en la Universidad de Chile como profesor de Literatura. Ha ejercido también como docente en las universidades de Washington , Missouri y Colorado. A finales de la década de los sesenta realiza labores esporádicas en la televisión y forma parte del programa de divulgación literaria Libro abierto, en el Canal de la Universidad de Chile. En 1968 logra su primer premio importante, el Casa de las Américas por Desnudo en el tejado. Intelectual progresista, Skármeta fue miembro del Movimiento de Acción Popular y Unitaria (MAPU) en los años de la Unidad Popular. Tras el golpe militar de Pinochet se vio obligado a abandonar el país. En primera instancia residió en Argentina, donde vivió un año, para partir hacia Alemania, donde le fue concedida en 1975 la beca del Programa de las Artes de la Academia Alemana de Intercambio Académico, gracias a la que pudo escribir su primera novela Soñé que la nieve ardía. A partir de 1979 trabajó durante tres años como profesor de guiones en la Academia Alemana de Cine y Televisión en Berlín Oeste. Apasionado del séptimo arte, Skármeta ha escrito varios guiones, dirigido dos películas y actuado en cinco. En 1973 escribió el primer guión –Victoria– para el director alemán Peter Lilienthal, quien dirigió el filme homónimo galardonado en 1974 con un premio en el Festival de Películas para Televisión de Baden-Baden. También son suyos los guiones de otras películas de Lilienthal: Es herrscht Ruhe im Land (1976); La insurreción (1980), que luego se convertirá en la novela homónima; y Der Radfahrer von San Cristóbal (1988), basada en el relato del mismo nombre. Escribió asimismo De lejos veo este país (1978), cinta de Christian Ziewer sobre una familia de refugiados chilenos en Alemania; Die Spur des Vermißten (1980), de Joachim Kunert; Seine letzte Chance (1986) de Alexander von Eschwege; Neruda todo el amor (1998), del documentalista chileno Ignacio Agüero, y Brisa de Navidad (1999), del mexicano Carlos Carrera. Además de las obras adaptadas a la pantalla citadas, también han sido llevadas al cine Ardiente paciencia –por el propio Skármeta en 1983 como director y guionista bajo el mismo título, y por Michael Radford con el titulo El cartero, en 1994, galardonada con numerosos premios internacionales– y El baile de la Victoria, en 2009, dirigida por Fernando Trueba. En 1989 regresó, tras un largo exilio de casi 16 años, a Chile. Al año siguiente funda en el Instituto Goethe de Santiago el taller literario Heinrich Böll, por donde han pasado gran parte de las nuevas generaciones de escritores chilenos. En 1992 creó y condujo el programa de televisión El show de los libros. En la actualidad reside en Chile dedicado por entero a la literatura. Su obra literaria ha sido traducida a 35 idiomas. |