Es imprescindible que los libros no leídos sean libros muy deseados, claro. Además no es tan difícil codiciar libros sin intención inmediata de leerlos: por bonitos, por raros, por minoritarios, por ser de consulta, hasta por estar en un idioma que todavía no dominas del todo. Para eso, lo más adecuado es entrar en una tienda, cotillear, hojear, dejarse incluso asesorar y, a ser posible, soltar una pasta. De ese modo acumulas artefactos mayormente inútiles pero que son saludables promesas de felicidad y lo son hasta el mismo instante en que te pongas con ellos. ¿Tan saludables como para incrementar la esperanza de vida? Seguramente. Era Cioran el que decía eso de “no podríamos vivir si no diésemos importancia a lo que no la tiene”.
En una de aquellas viñetas intelectuales que durante tantos años dibujó Máximo en El País aparecía un señor calvo con gafas y poblado bigote delante de unos estantes del suelo al techo atestados del libros y afirmando lo siguiente: “Compro libros y libros como si me asegurasen tiempo infinito para leerlos”. Ya lo siento pero las bibliotecas públicas, tan importantes ellas, no valen para este cometido. Tampoco vale atesorar veinte mil obras en un eBook.
Viene esta defensa de la compra de libros, excesiva y enfocada a colonizar físicamente el hogar, tras leer el Manifiesto por la lectura que escribió Irene Vallejo por encargo de la Federación de Gremios de Editores de España. Todo muy sensato: que si leyendo vives más vidas, miras con más ojos y viajas más de lo que te puedes permitir, que si agilizas tu mente e iluminas tu imaginación, que si frenas el deterioro cognitivo o al menos lo retrasas (“los libros ofrecen un gimnasio asequible y barato para la inteligencia en todas las edades”), que si esto, lo otro y lo de más allá, pero ni rastro de lo primero de todo: hay que gastarse el dinero en libros y cuantos más, mejor para que el futuro resulte así más esperanzador.
La superioridad del libro no leído sobre el leído es innegable a la manera en que siempre es más prometedor cualquier viaje aún sin preparar que los mejores viajes ya disfrutados; o al modo en que es más apetecible cualquier restaurante de nivel sin degustar sobre los más excelsos ya probados. No olvidemos lo que decía el escritor y psicólogo Rafael Metlikovez: la esencia de la infelicidad es desear lo que ya tenemos.
Resumiendo, tengamos claro que es mejor comprar libros que leerlos. Lo que no tengo tan claro es que no sea un poco desastre abandonar este valle de lágrimas con demasiadas lecturas pendientes. Porque no nos engañemos, leer libros también está muy bien.