«Lo encontré en el garaje una tarde de domingo. Él estaba ahí tirado, en la oscuridad, detrás de los viejos arcones, entre el polvo y la tierra. Daba la impresión de que hubiera estado ahí desde siempre. Se veía sucio, pálido y deshidratado, y pensé que estaba muerto. No podía haber estado más equivocado. No tardaría en comprender toda la verdad sobre él: que jamás había existido una criatura así en el mundo».

La vida de Michael es complicada. Se acaba de mudar a una nueva casa y, además, su hermanita, que ha nacido prematura, está hospitalizada. Así que mientras su madre pasa los días con ella y su padre limpia y pinta la casa, él tiene tiempo para investigar.

En uno de esos vagabundeos descubre a un personaje que come arañas y pide comida china y cerveza negra. También aspirinas para aliviar su artritis. Y que le guarde el secreto.

Casi al mismo tiempo, Michael conoce a su vecina, Mina, una niña que no va a la escuela porque su madre, gran lectora y seguidora de William Blake, defiende que no hay mejor escuela que la de la vida, la de observar la naturaleza, escuchar el silencio y aceptar que en nuestras vidas pasan cosas que no podemos entender.

Con Mina cuidará de Skellig, un amigo ajeno a este mundo, que tiene una misión y cambiará para siempre la vida de Michael y de los suyos.